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Templos del miedo

Esta historia es aterradora, porque es real; empieza en 1947 en el Estado de Pensilvania, Estados Unidos; en donde a partir de esa fecha, más de 300 sacerdotes de la Iglesia Católica violaron y abusaron a más de mil niños.

Decidí hablar sobre ella, a pesar de la molestia que me causa, porque considero muy importante que como padres de familia aprendamos a detectar el peligro para nuestros hijos menores, así estén en un lugar que consideramos más seguro o “santo”.  

Templos del miedo

Hace unos días el Tribunal Supremo de Pensilvania publicó un informe de investigación sobre abuso sexual en menores de edad; durante décadas Monseñores, Obispos, ayudantes de Obispos, Cardenales y sacerdotes fueron protegidos, incluso ascendidos a pesar de cometer abusos abominables en sus iglesias; sin embargo la mayoría de estos agresores no serán sometidos a un juicio, pues las leyes en el Estado de Pensilvania en cuanto a abuso sexual son muy blandas.

En el proceso indagatorio se identifica a los líderes de la iglesia católica de Pensilvania como colaboradores necesarios y protectores; pues no sólo no hicieron nada al enterarse del abuso sexual de los clérigos a niños y niñas menores de edad, si no que los protegieron, incluso a algunos de los agresores los ascendieron.

Son muchos los casos relatados en esta investigación que hoy es pública, en donde queda manifestada la conformidad de los altos mandos de la iglesia con los acusados: como la carta que el Arzobispo envió al religioso violador “animándolo” en lo que consideraba un momento difícil en la vida,  pues llevo a la menor de edad que había embarazado a practicarse un aborto ¿entonces es, o no es, el aborto pecado?

Las tácticas para ocultar los hechos parecían sacados de un manual de procedimientos, siendo las prerrogativas evitar los escándalos, utilizar eufemismos o alusiones, guardar las quejas en un archivo secreto y nunca dar aviso a la policía…

Cambiaron la palabra violación por contacto inapropiado, llevaban investigaciones genuinas con personal preparado para dar “imagen” de integridad; enviaban a los religiosos a centros de tratamiento psiquiátrico de la iglesia, las evaluaciones se hacían con informes del propio sacerdote y si llegaban a expulsarlo nunca decían el porqué.

Después de 71 años de crímenes contra menores, el Papa Francisco condenó tajantemente los abusos cometidos en Pensilvania, expresó sentir vergüenza y dolor al conocer los casos; y envía un mensaje a las víctimas diciéndoles que está de su parte: “Aquellos que han sufrido son su prioridad, y la Iglesia quiere escucharlos para erradicar este trágico horror que destruye la vida de los inocentes”.

A finales del mes de julio el Papa aceptó la dimisión del Cardenal McCarrick, arzobispo emérito de Washington, acusado de abusar sexualmente de un adolescente, mientras que otros altos prelados se vieron obligados a dimitir por haber cerrado los ojos… ¿acaso esto es suficiente para resarcir el daño?

Ni mil disculpas serán nunca suficientes para reparar el daño emocional, moral, de seguridad que un menor de edad sufre al vivir una agresión sexual; menos aun si ésta es de parte de un “intachable hombre de Dios” que los obliga a confesarse después de la agresión, por incitar al pecado.

¿La Iglesia estará consiente de todo el daño colateral que ha infringido a la sociedad? Las agresiones sexuales no sólo acaban con la inocencia y estabilidad de un menor, las consecuencias y repercusiones pueden ser innumerables.

La Santa Sede de la Iglesia Católica ahora asegura que estará en constante vigilancia, para garantizar la protección de sus menores y de los adultos vulnerables, y aseguran acatarán la legislación civil incluyendo la denuncia penal de abusos a menores.

Casi todos los casos de Pensilvania han prescrito y sólo se ha logrado culpar a dos curas por cometer agresiones sexuales repetidas a varios niños, pero su condena sólo es posible a un máximo de cinco años de cárcel.

La ley en los Estados Unidos no es tan envidiable como nosotros pensamos, la corrupción y “el desmoronamiento” en las instituciones es un mal que también padecen, la sociedad ha perdido el interés y la fuerza para exigir justicia.

El abuso físico a cualquier persona acaba con la seguridad y autoestima, con la inocencia y la alegría, acaba con los sueños incluso con las ganas de vivir; pero cuando el abuso lo comete un sacerdote no sólo acaba con eso, también acaba con la fe.