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Por si no te vuelvo a ver

Lo lamento, pero a estas alturas, lo más seguro, es que no te vuelva a ver. Es un razonamiento objetivo, créeme, contradictorio con mis mejores deseos y la inenarrable voluntad por volver a verte. Lo lamento. Si de mi dependiera…

Quizá sea por eso mismo que estás tú, que estoy yo, en este trance de proporciones trágicas del que parece no haber escapatoria digna, ni decorosa, ni mucho menos que contenga, como la novela de Taibo II, un final feliz. 

Por si no te vuelvo a ver

Es jodido, termine como termine. Es como estar cierto -a pesar de las declaraciones en contrario y de la frivolidad e indolencia de quienes pueden hacer algo para evitarlo- de un resultado fatal que ya solamente resta ser verbalizado por alguien, por quien se atreva o por quien usualmente sea portador de mensajes chocarreros semejantes.

Pero, por si no te vuelvo a ver, te escribo. Prefiero dejarlo en blanco y negro y en letra de molde. Con olor a tinta para que no lo vayamos a olvidar jamás, como hemos olvidado todos los demás casos y asuntos idénticos al tuyo que se empolvan con nuestra indiferencia y corta memoria fácilmente cautivada por el nuevo escándalo o la tragedia naciente de la semana que sigue, que ocupa los encabezados de la prensa, los estelares nocturnos de la televisión.

Escribo por si acaso no se presenta de nueva cuenta la coyuntura de poder atestiguar tu existencia material, y la mía, tan directamente relacionada a la tuya.

Porque esa es otra, verás, y pareciera que nadie se entera mientras vierten sus flamígeras y rabiosas declaraciones, demandas, contrademandas y reproches, mientras se levantan las manos y hacen campañas ridículas y groseras limpiando estaciones del metro, inventando uniformes escolares, que pretenden más reivindicar una postura ficticia, un derecho ajeno que pueden adquirir por accesión o, por construir una carrera política.

No se quieren enterar que tu vida es la mía colega, la de los otros miles caídos, y la de quienes fracasan intentando dar explicaciones que minimicen tu desgracia y la mía, mediante la asignación de culpas ajenas y la concertacesión partidista cuya mira está solamente en las próximas elecciones.

Se nos olvida, aparentemente. 

Soslayamos el hecho de que segar tu futuro es segar el mío. Y el de todos. No puedes seguir siendo una cifra en la estadística de desgracias nacionales.

No. Me niego rotundamente a aceptarlo. No puedo ser yo un número más que, al igual que tú, me agrego a la lista de desaparecidos o cadáveres encontrados en el asfalto, en una fosa clandestina, en un baldío de Xochimilco o en una cantina sin licencia de funcionamiento. Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, prácticamente, toda la República. Hoy en esta avalancha de violencia sin contención en la Ciudad de México. Olvidamos descaradamente que las cifras tan manipuladas representan las vidas de los humanos que habitamos por aquí. Qué incompetencia la de ellos, que indolencia la de nosotros.

Porqué una cifra no eran tus carcajadas, ni tu ilusión por construir una vida con el amor que te llegó algún día -tu hoyo en el estómago cuando la mirada de tu pareja se posaba en la tuya-; ni con el ejercicio de tu profesión, ni tu romanticismo ideológico universitario, ni la búsqueda incansable de tus sueños. Una cifra no es las tardes que dejaste de ver la puesta del sol, ni la consolación que le pudieras dar a tu madre o a tu padre cuando llegase la enfermedad, o la senectud. Una estadística no compensa a los hijos que tú ya no tendrás ni verás. Esos hijos como los que tenemos quienes groseramente usamos las estadísticas, te usamos a ti.

Por si no te vuelvo a ver, dejo estas líneas para ti, para cada uno de los estudiantes levantados o desaparecidos que hoy echamos de menos, que siempre echaremos de menos. 

Para los que murieron en el sitio y perdieron el sueño de juventud por un teléfono celular a manos de un maldito criminal que se regodea en la impunidad; para los que día a día caen abatidos con la metralla de la ineptitud, la indolencia y el daño colateral de quienes soezmente se arrebatan los cargos públicos, de quienes son tus verdugos finales cuando auspician, solapan y hasta promueven la corrupción que tanta violencia ha generado, que tantas vidas mexicanas ha desgraciado, que tantos futuros ha descarrilado.

Tu destino es el mío, el de todos, porque quienes hoy no se despierten por la noche consternados con tu desgracia son –somos-, seguramente, los que siguen en la lista de una desgarradora tragedia más, de un deterioro más, de un peldaño más abajo que nos aproxime al infierno. Lo dejo escrito, solo por si no te vuelvo a ver…