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Más allá del ombligo…

Nunca un episodio combinado de salud pública y economía había tenido un impacto simultáneamente tan fuerte y generalizado como el que estamos viendo hoy

Siempre he creído, queridos lectores, que para saber lo que tenemos es necesario mirar hacia fuera, ver el mundo a nuestro alrededor. Tuve la fortuna, gracias a mis padres primero y por mis propias actividades profesionales después, de vivir en varios países, algunos de los cuales ya no existen, o al menos no con el mismo nombre que entonces. Conocí, hasta donde puede hacerlo un extranjero, culturas, idiosincrasias, estilos de vida y maneras de pensar. Me topé con prejuicios y con mentes amplias, con brazos abiertos y manos cruzadas, con sociedades que atesoran sus raíces y otras que valoran su diversidad. Democracias ejemplares, dictaduras totalitarias, naciones ilustres que después perdieron su rumbo… un poco de todo, pues.

Mis andares por el mundo me dieron un profundo amor por mi país, uno no solo alimentado por la nostalgia de la comida o el mariachi, sino por el deseo de conocer a México como pude conocer a otros países, de ahondar, de profundizar. Pero también, y sobre todo, por poderlo ver en perspectiva: no comparando, pero sí teniendo puntos de referencia de cómo funcionan (o no) las cosas en otras naciones, para diferenciar lo que es la idiosincrasia de lo que es la naturaleza humana.

Más allá del ombligo…

No hay manera de saberlo, pero sospecho que mi curiosidad por el mundo se habría dado de cualquier manera, con o sin viajes, porque el gusto por la lectura crea hábito, o vicio, y eso fue también algo que aprendí desde muy pequeño. Aunque a diferencia de mis padres me he dedicado más al consumo de noticias/opiniones que al de literatura o filosofía, la lectura abre también mentes y supera fronteras reales o imaginarias.

Les cuento lo anterior porque en estos tiempos de encierro y aislamiento físico, resulta más importante que nunca  seguir el acontecer del mundo. Esto va desde mirar más lejos de nuestra manzana, barrio o colonia hasta tratar de apreciar lo que sucede en el resto del planeta: no porque lo “nuestro” no sea importante, que lo es y mucho, pero para tratar de comprender, en el más amplio sentido de la palabra, lo que está pasando en medio de la mayor crisis verdaderamente internacional —global— de la que tengamos memoria.

No me quiero detener, ni distraer, con cifras o ejemplos de lo que otros países están atravesando, o de cómo tratan de enfrentar los efectos simultáneos de la pandemia y el repentino freno de mano a sus economías. Cualquier dato podría ser visto como un intento por justificar/denigrar lo que está haciendo nuestro país, tanto del lado público como del privado y el social. Y bien dicen que toda comparación es odiosa.

Pero lo que SÍ quisiera hacer con este texto es invitarlos, provocarlos, a leer/ver/escuchar más de lo que sucede en otras partes. Con fuentes serias y creíbles, con perspectivas diferentes, de preferencia con medios de otros países, de otras regiones.

Nunca un episodio combinado de salud pública y economía había tenido un impacto simultáneamente tan fuerte y generalizado como el que estamos viendo hoy. Es, en ese sentido, único, y es también una de esas raras ocasiones en que tenemos la oportunidad de ver cómo se va escribiendo, día a día, la historia contemporánea. Es necesario observarlo en toda su dimensión, no solo en la del ombligo en el que con frecuencia fijamos la mirada de manera casi obsesiva.

Así que vean a su alrededor. Se toparán con algunas noticias edificantes, pero esas probablemente serán las menos. La gran mayoría les darán cuenta de la avaricia y la miseria humanas, de la pequeñez de los políticos, de lo imparable e impredecible del Covid-19, del enorme costo humano y social de la depresión económica que se acerca.

No los hará felices ni alimentará su optimismo, pero sí les dará muchas más herramientas para navegar estas turbulentas aguas. Y eso, información y conocimiento, es lo que más requerimos hoy.