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La vuelta al mundo en una pandemia

Las cifras, que generalmente son un gran remedio para la ignorancia, no son del todo útiles en esta complicada situación

Si de por sí vivimos en nuestra propia burbuja, mirándonos el ombligo, queridos lectores, el encierro clasemediero obligado por el Covid-19 nos tiene aún más introspectivos. En vez de aprovechar el tiempo y la banda ancha (es un decir) disponibles para explorar lo que está sucediendo alrededor del mundo parecemos pececillos en la pecera: dando vueltas y vueltas en torno a lo mismo.

No digo que lo que sucede en nuestro país no sea importante, faltaba más. Por supuesto que lo es y que tenemos muchos motivos para preocuparnos, indignarnos y también para ocuparnos. Pero (y es que siempre hay un pero) si no vemos hacia afuera corremos el riesgo de ahogarnos en nuestro propio vaso de agua.

La vuelta al mundo en una pandemia

Las cifras, que generalmente son un gran remedio para la ignorancia, no son del todo útiles en esta complicada situación. Existe un consenso en la comunidad científica sobre el subregistro de contagios, enfermedades y muertes relacionados con el Covid-19. China, el primer país en enfrentarlo, se ha esforzado por mantener toda su información bajo férreo control gubernamental, e incluso después de que se abrió un poco al mundo, ante lo que ya era una exigencia generalizada por el avance de los contagios, sigue todavía maquillando cifras. Apenas hace unos días accedió a incluir en sus conteos, solo para darles una idea, a los pacientes asintomáticos, que se cuentan por miles y miles.

Parte del problema radica precisamente en poder identificar, ya no digamos aislar, a los asintomáticos, porque si no presentan señal alguna de estar enfermos y por lo tanto ser contagiosos, no hay manera de protegerlos ni de proteger a aquellos a su alrededor. Algunos datos escalofriantes: El director del Centers for Disease Control and Prevention de los Estados Unidos estima que hasta un 25% de los infectados son asintomáticos, lo cual hace que virtualmente imposible evitar los contagios sin recurrir a medidas draconianas como las impuestas en España o Italia, pero que han llegado demasiado tarde para impedir miles de muertes. 

En Europa las discusiones hoy giran en torno a la desobediencia de ciudadanos que se niegan a obedecer las órdenes de encierro, algunos para travesuras menores como pasear en su automóvil o sacar varias veces a la mascota al parque, hasta los extremos de pacientes diagnosticados que se han fugado de hospitales para ir a alojarse en casas de sus familiares, como ha sucedido ya en España. En Gran Bretaña los médicos se preocupan por posibles demandas en caso de no poder atender a enfermos por falta de equipamiento. Por doquier el personal que labora (heroicamente, hay que decirlo) en hospitales y clínicas se queja de la carencia de los elementos más indispensables de protección y algunos amenazan con no presentarse a trabajar.

En Estados Unidos hay una competencia feroz entre gobierno federal y gobiernos de los estados para ver quién se queda con pedidos hechos a farmacéuticas y fabricantes de ventiladores y mascarillas protectoras, en escenas que parecen más propias del siglo XX que del XXI.

La India, el segundo país más poblado del mundo, decidió poner en marcha una cuarentena o resguardo forzoso para sus casi 1,400 millones de habitantes, dando un aviso previo de 4 (sí, cuatro) horas. Con esa medida dejaron varados a millones de trabajadores migrantes internos, que pasaron a engrosar de inmediato las ya de por sí inmensas filas de los sin techo, desamparados y expuestos a ser contagiados y portadores del virus.

No busco con estos ejemplos minimizar ni mucho menos disculpar muchas de las medidas que considero erráticas y muy mal comunicadas por parte del gobierno federal y algunos gobiernos estatales en México, queridos lectores. Solamente darles un poco de contexto de la pesadilla que se vive en el resto del mundo.

Cuídense por favor y, si pueden, quédense en casa.