Editoriales > ANÁLISIS

Machismo con capucha

El feminismo se ha convertido en una de las más vistosas banderas del machismo. Basta con rascarle un poco a la cáscara de los grupos que se autoproclaman feministas para encontrar en su seno a las organizaciones de ultra derecha que por siglos han negado a las que Diego Fernández de Cevallos calificó de ‘viejerío’ su derecho a la igualdad de oportunidades laborales, sociales, políticas y económicas. Ahora, frente a un régimen que hizo realidad la paridad de género en la Cámara de Diputados, el Senado y la administración pública federal, gritan.

Pero, gritan no para promover los derechos de la mujer a la igualdad frente a la ley; sino para usarlas de bandera, como otras tantas causas aparentemente nobles, para defender los privilegios de casta o de camarilla que han venido acumulando a lo largo del tiempo en un sistema cerrado que se protegía a sí mismo mediante la corrupción, la complicidad y la impunidad. ¿Será por ello que, mientras en el gobierno y las cámaras hay igual cantidad de hombres y de mujeres, en el Poder Judicial no se ha logrado ese notable avance único en el mundo?

Machismo con capucha

Esta observación ya se había hecho antes por los investigadores Jonas Anshelm, experto mundial en asuntos del cambio climático, autor prolífico y profesor de la Linköping University sueca y Martin Hultman, profesor asociado de Ciencia, Tecnológia y Medio ambiente de la Universidad Tecnológica de Chalmer, de Suiza, quienes centraron sus estudios en la misoginia de los grupos que se oponen a la mitigación de los atentados en contra de la naturaleza que están provocando una aceleración del cambio climático, cuyos efectos ya se han dejado sentir.

Recientemente publicaron un artículo al alimón que dice: “Para los escépticos del clima, no era el medio ambiente el que estaba amenazado, era un cierto tipo de sociedad industrial moderna construida y dominada por su forma de masculinidad. Ven el mundo separado entre humanos y naturaleza. Creen que los humanos están obligados a usar la naturaleza y sus recursos para hacer productos con ellos. Y tienen una percepción de riesgo de que la naturaleza tolerará todo tipo de desperdicio. Es una percepción de riesgo que no piensa en la naturaleza como vulnerable y como algo que se puede destruir. Para ellos, el crecimiento económico es más importante que el medio ambiente”. Los científicos se refieren a lo que observaron en Estados Unidos, que es igual en México. 

Allá la naturaleza es un rico e inagotable filón para obtener riqueza sin importar cómo y a qué precio; en México son las mujeres, a las que se llevó a la industria de la producción masiva para aumentar la cantidad de mano de obra pobremente calificada y con ello abaratar el mercado laboral, con el plus de que a las féminas se les puede utilizar para otros menesteres. No es casualidad que los niños que han crecido a la buena de Dios se vayan por el camino torcido en los casos en que el Estado no se ha hecho cargo cabal de su formación y educación integral.

La liberación femenina es una lucha que viene desde muy lejos, casi desde la hominización del homo sapiens. De hecho, las prerrogativas vitales de la mujer en la sociedad han sido promovidas por mucha gente , entre ellos innumerables filósofos, sociólogos y luchadores por los derechos y valores de los seres humanos; han logrado cambios positivos tanto en su salud física, mental y moral, mejorando así su calidad de vida. Pero, el feminismo, cuando menos durante los últimos años, se ha tornado radical y de ser una demanda de género, ha pasado a ser bandera de grupos minoritarios centrados en el aspecto sexual y económico. Esto ha creado una gran confusión.

Bien sabido se tiene que el miedo al cambio es una poderosa motivación. En ese sentido, mientras que en el vecino país, donde hay una brecha de género masiva en las opiniones sobre el cambio climático, muchos hombres perciben el activismo climático como algo inherentemente femenino; percepción que se arraiga y se fortalece en cuanto las principales activistas en este tema, Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos y Greta Thunberg en Europa. se han convertido en los rostros globales del activismo climático. En México, al revés.

El feminismo es una bandera enarbolada por las mujeres que reclaman igualdad de oportunidades de desarrollo; pero, se ha convertido en un pretexto para socavar el proyecto que podría llevarlas a esa circunstancia, como ya se vio en la integración de los poderes Legislativo y Ejecutivo. Las mujeres en busca de igualdad tienen causas previas que debían identificarlas con mayor énfasis, como son la pobreza, la marginación, la exclusión, que no son netamente femeninas, sino que son el distintivo de las clases que han sido arrolladas por el capitalismo feroz.

Uno de los defensores a ultranza del feminismo de este 2020 es el mencionado Diego, ese Diego que exclamó: “El gallo AMLO pisa, esto es, se coge a los empresarios y estos, como gallinas pisadas por el macho, se sienten felices. Es de gallinas, no de ciudadanos, dejarse pisar”. En ese sentido, el gallo se identifica como el hombre fuerte y valiente y a la gallina como mujer, esto es una persona cobarde; pero, además, que el macho es superior a la hembra porque tiene relaciones sexuales con ella.

Cualquier cosa que sirva para denostar el esfuerzo que se está haciendo para recuperar el estado de derecho y los principios de justicia social que caracterizaron a México durante la mayor parte del siglo XX, sirve a los ultras enmascarados.