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Lucha contra el demonio

La propuesta de la Cuarta Transformación se sustenta en los tres grandes campos de la cultura humana, la ciencia, el arte y la moral. No podrá ser realidad sin que se avance en el imperio de la verdad, la belleza y la bondad, valores universales y eternos que devienen de la naturaleza viva en que mandan los instintos primarios de conservación, reproducción y asociación. Sin ellos, ni el hombre ni ninguna especie hubiera logrado sobrevivir en un planeta tan pródigo como mezquino.

En México, puede definirse claramente el parteaguas económico, político y social que puso fin al régimen revolucionario de justicia social, alta productividad y solidaridad con el abandono del hogar por parte de la mujer para irse de obrera pobremente pagada a la industria de producción masiva. Se dijo entonces que la mujer se liberaba e iba en pos de la recuperación de sus derechos; pero, ha pasado medio siglo y las únicas féminas destacadas, como antes, son las profesionistas.

Lucha contra el demonio

Sin la amorosa conducción del hogar y la paciente educación de los niños desde el regazo materno donde abrevaban el alimento tibio y nutritivo, junto con las más sublimes lecciones de amor, entrega y dedicación, las nuevas generaciones han crecido a la buena de Dios. Son incapaces de amar, no por mala entraña; sino porque no fueron formados en el amor, que, necesariamente conlleva enormes sacrificios voluntariamente aceptados. La mujer está pagando muy alto costo.

Las estadísticas son espeluznantes. En pleno siglo XXI, la mujer vive en peores condiciones que en las épocas previas, cuando aún no se liberaba, pero era reconocida y bendecida universalmente. La producción industrial ganó un enorme caudal de obreras mal pagadas y el mundo perdió a la esencia de la naturaleza humana: el amor; amor que no puede traducirse más que en servicio a los demás. Para hacerlas caer se utilizaron las técnicas de manipulación subliminal, con la televisión como la gran aliada, trasladando a la miniasalariada los sueños de fantasía: "Creo que lo valgo".

Para romper la paradigmática fortaleza de la familia mexicana en la mayor parte del siglo XX, se recurrió a esa terrible epidemia de los tiempos, denunciada y condenada por los espíritus y las mentes más brillantes: el egoísmo. Tan evidente y condenable era la exacerbación del egoísmo, que la revista Time publicó un artículo denominado La Era del Egoísmo en que denunciaba que, el sentido solidario, la cultura social, naturales y necesarias para el desarrollo pleno de la persona humana y de la sociedad estaban desapareciendo. Empezó a reinar la soberbia y ya nadie escuchó.

El paradigmático discurso de John Winthrop, el primer gobernador de las colonias inglesas en Norteamérica, al pisar tierra, resume el espíritu solidario de la nueva nación, que marcaría a los Estados Unidos hasta hoy: "En estas tierras habrá libertad moral y seremos una nación informada por el modelo cristiano de caridad: aquí debemos deleitarnos en los demás, hacer las condiciones de los otros nuestras, gozar juntos, llorar juntos, trabajar y sufrir juntos, siempre teniendo delante de nuestros ojos nuestra comunidad como miembros del mismo cuerpo... Aquí, el que no trabaja no come...". Ahora, el que trabaja come poco y mal, mientras muy pocos magnates se atragantan.

El neoliberalismo ha utilizado el poder del dinero para ahondar la brecha de los que tienen en exceso y los que de todo carecen. Los que alimentan a sus cachorros con carne selecta y pagan enormes cuentas en la veterinaria, son los que se niegan a pagar más de cien pesos al trabajador que sobrevive en la miseria. Curiosamente, la élite dorada se halla tan inmersa en sus equipos digitales, que ni siquiera entiende que son egoístas que atentan contra el ser humano y su hábitat.

El egoísmo tiene una sintomatología clara y precisa: No se escucha, no se entiende, no se acepta y menos hay empatía con otra persona en lo particular y ni con la sociedad en lo general. En una multitud, el egoísta está sólo, es incapaz de ver más allá de su propio interés. El egoísta vive por y para sí mismo, pensado sólo en el propio bienestar, aunque ello implique algún perjuicio para los otros. Ser egoísta va con los tiempos, pero, además, con la inmadurez personal; por ello, recuperar los valores humanos y el sentido de la vida hacen a la Cuarta Transformación tan importante.