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Los santos municipales

De vuelta en la biblioteca y ya con propósito definido, fue posible ver que Krauze no ha sido tocado por la piedra mágica de la creación literaria

La Internet y sus amplísimas posibilidades ha venido a romper muchos de los cercos económicos, políticos, sociales y culturales para traer aires nuevos que los han llenado de frescura. Hasta finales del siglo pasado, era prácticamente imposible publicar obras surgidas de la inspiración y del empeño populares; cuando menos dos santones de lo que ellos se empecinan en denominar cultura, decidían qué podía publicarse y qué no. Ahora, con los tiempos del cambio, se han evidenciados sus pocos alcances.

El más belicoso de esos individuos a los que Fernando Benítez definió como 'santos municipales en busca de fama pegándole a los ídolos consagrados', es Enrique Krauze, un ingeniero industrial egresado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México que ha logrado trepar por el andamiaje burocrático y. a base de artimañas. tener reconocimientos que no están avalados por alguna obra que pueda destacar dentro de la profusa producción literaria nacional. Es un autor popular, dicen.

Los santos municipales

Habiendo solicitado a la nieta que fuera a la biblioteca y escogiera cualquiera de los libros de Krauze y luego lo abriera en alguna página al azar, trajo El Vértigo de la Victoria, Álvaro Obregón, un opúsculo de 127 páginas con ¡208 fotografías!, obviamente ninguna de su autoría ni propiedad, que logró recabar el equipo de 34 colaboradores (sus alumnos). Los textos propios del autor son escasos y sin mérito de estilo o chispa creadora, refiriéndose a hechos concretos y alguna apreciación subjetiva de escaso valor.

De vuelta en la biblioteca y ya con propósito definido, fue posible ver que Krauze no ha sido tocado por la piedra mágica de la creación literaria. Sus textos son de estilo puramente periodístico y su vena creativa es tan plana como insulsa. Si en vez de acumular dinero, títulos y poder se hubiera sumergido en los encrespados torrentes de la filosofía y del arte, otra sería su suerte ahora que se está trabajando por llamar pan al pan y vino al vino. Bien sabido se tiene que lo que Natura no da, no lo presta Salinas.

Benítez lo llamó un santo municipal para señalar sus dimensiones en el Parnaso nacional cuando se dedicó a criticar a Carlos Fuentes, diciendo que: "...en nombre del derecho experimental, Fuentes escribe novelas sin centro: vastos, confusos, disformes y abrumadores happenings literarios, volátiles parodias de otras novelas propias o ajenas, o de sí mismas (…) Por las palabras, Fuentes es, para bien y para mal, un verdadero escritor, un gran talento sin obra definitiva. La misma, antigua obsesión que lo ha llevado a intentar experimentos riesgosos y lograr páginas de admirable vitalidad, lo ata a un tiempo y una retórica que pasarán muy rápido". Para su desgracia, Fuentes se agiganta mientras él se achica.

En lo que corresponde a la historia y la moda de estos tiempos de la novela histórica, Krause, que se dice historiador, al referirse a Fuentes dedica el texto a pasar revista a su obra y pone en tela de juicio lo dicho hasta entonces. No acepta el hecho de que Fuentes ya era un consagrado y él un principiante mediocre. Parece provocarle disgusto y se pregunta por qué no tiene el estilo de los escritores de otros rumbos. Sus observaciones lindan en la moralina y un dejo de censura que no van con la libertad de la obra.

Quizá quien con mayor precisión ha definido a Enrique es Héctor Alejandro Quintanar: "Tiene décadas que académicos serios nos los advirtieron: Krauze carece de rigor en sus escritos, tuerce hechos, miente con frecuencia… y con base en esas deformidades analíticas emite dicterios y salmodias, como un pésimo arquitecto que construye una casa sin cimientos. Claudio Lomnitz (en 1998) o Nicolás García (en 2002), entre otros, han expuesto con mesura que el método de 'historiar' de Krauze pondera las ventas, no el rigor histórico, o que su obra no pasa de ser colección de lugares comunes". Y al gusto del cliente.

El otro, semejante a un triste ratón de archivo, es Héctor Aguilar Camín. Su historia está llena de truculencia y de sumisión. Es un ejemplo claro y preciso de que el dinero no puede comprar la dignidad ni el orgullo de quien cultiva las más elevadas expresiones del espíritu, entre las cuales, está, sin lugar a dudas, la creación literaria. Sus novelas y ensayos son más bien reportajes mochos a los que se agregan elementos imaginativos para darles coherencia, restando así rigor a los acontecimientos históricos.

La carrera de este periodista empieza en 1978, cuando apareció la revista Nexos, fundada por Enrique Florescano y luego dirigida por Carlos Pereyra. A finales de los 80s, a la muerte de Pereyra, la revista pasó a manos de Aguilar Camín, quien no dudó en convertirla en un apéndice del gobierno de Salinas de Gortari a cambio de grandes apoyos económicos y prebendas oficiales. Se posicionó del mercado al costo de sacrificar su independencia y credibilidad. Desde entonces es un reservorio del neoliberalismo.

Estos dos santones o santos municipales, han usurpado los sitios privilegiados del panorama literario para convertir la creación artística en un templo de vulgaridad levantado a ídolos de barro, en que permanentemente se les quema incienso con el que se tiende una cortina de humo para que no se perciba el acontecer nacional donde languidecen creadores y creaciones de altos vuelos, para los que, por fortuna, han aparecido las editoriales digitales que no tienen bandera, tendencia ni interés político.

De hecho, la cultura digital es una ola de restablecimiento social (de ahí su gran enfoque político) que conecta con los comportamientos cada vez más latentes de nuestra sociedad: el gusto por la creación artística y la información y el conocimiento compartido; el rechazo al adoctrinamiento ideológico y a las jerarquías piramidales verticales; nuevas formas de relacionarse y sociabilizarse; reconocimiento a los liderazgos que crean valor; sensibilidad y curiosidad por los temas más cotidianos y personales y creatividad latente como motor de innovación. Son redes que tamizan por sí mismas lo falso y nimio.

En su tiempo, Krauze y Aguilar deambularon por los foros televisivos y crearon programas de cierto contenido histórico; pero, su deshonestidad, impudicia y limitación intelectual los ha llevado a recurrir, otra vez, al ataque en su persistencia de 'pegar a los ídolos De vuelta en la biblioteca y ya con propósito definido, fue posible ver que Krauze no ha sido tocado por la piedra mágica de la creación literaria.consagrados', como bien dijo don Fernando.