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Las diminutas dichas

Las diminutas dichas que se aferran con sus mínimas garras a la vida, ¿serán el por qué sí de todo? -Eliseo Diego

Ha sido difícil habitar este tiempo de pandemia. Un tiempo distinto. Días de veinticuatro horas como siempre, pero con rutinas diferentes, sin desplazamientos frecuentes, menos actividades, repetidas cancelaciones y mucho más horas en casa. Un lapso nombrado al inicio "cuarentena" y ahora un tiempo sin certezas. La doctora Angélica Tornero señala que el tiempo de la pandemia, como el de la guerra, modifica nuestra cotidianeidad y nos enfrenta a la realidad, a nuestro ser mortal. Algo que lejos de angustiarnos, subraya; debe movernos a la acción: "aprovechar lo que estas situaciones límite nos ofrecen". Hacer de este tiempo algo floreciente, pese a las dolorosas espinas.

Nadie dice que sea fácil. Porque a veces el ánimo no ayuda y ni los placeres caseros, antes estimulantes, logran levantar nuestro talante. Contra esas sombras hay que luchar en este confinamiento nuestro de cada día. Y en este tiempo distinto, hemos buscado las "diminutas dichas", esos motivos para levantarnos cada mañana. Pienso en ello ahora, después de leer las primeras páginas de las memorias de mi madre, quien ha dedicado buenas horas de su total encierro a escribir su experiencia de vida. Desde su nacimiento en 1932, cuando una partera tuvo que atender al mismo tiempo una grave hemorragia duodenal de mi abuelo y cortar el ombligo de mi madre.

Las diminutas dichas

Se hace un nudo en mi garganta al leer su clara y bella letra contando su azarosa llegada a esta tierra nuestra. Un padre moribundo y una madre angustiada ante los insondables misterios de la existencia. Los gritos de dolor enlazados entre la vida y la muerte mientras un despiadado aire del norte azotaba el techo. Y al alba, el llanto de una recién nacida, confundiéndose con el graznido de los patos y el canto de los pájaros en la verde fertilidad del medio rural, donde en ese tiempo vivía la mayoría de habitantes de nuestro México. He leído conmovida las primeras 25 páginas de sus memorias y sorprendida ante tantas cosas que no sabía de mi madre, voy hilvanando recuerdos a la esencia de su ser. 

Y en su confinamiento mi madre sigue escribiendo, aferrada a la dicha de ocupar sus horas en una narrativa que dibuja otro tiempo, otro espacio, un paisaje con gente ausente pero ahora viva en sus letras. Me resulta entrañable reconocer en el texto su amor por nuestra ciudad Mante, por nuestro estado, por el cielo y la tierra nuestra, por los ríos, las aves y las flores. Ese amor que le vino de sus padres y nos trasmitió a sus hijas. Ahora lo veo claro. Bien decía Séneca: uno ama a su patria por ser suya. Así nos enseñaron en casa, amar a nuestra patria y también la matria, el terruño. Leo la memoria del "viaje vital" de mamá y agradezco al cielo sus enseñanzas, su vitalismo ejemplar, esperando más de sus letras. 

Como mi madre, mucha gente busca ahora en las "dichas cotidianas" darle vida a sus horas. No sé usted lector(a) querido; en mi caso el jardín y la lectura han sido fundamentales, pero también he encontrado en la virtualidad un espacio para disfrutar la convivencia y el aprendizaje. En ese contexto, hace unos días me tocó moderar el conversatorio en red organizado por la Sociedad Tamaulipeca de Historia  con dos de los mejores especialistas en el tema: "De Santander a Tamaulipas. La creación de una entidad federativa mexicana". Una conversación muy interesante en la que los doctores Catherine Andrews y Octavio Herrera, nos recordaron los lejanos días de enero de 1824, cuando en el Congreso Federal, se aprobó la feliz transición de una provincia con súbditos a una entidad de ciudadanos. No hay que olvidar que en ese tiempo, con enormes disputas por el poder entre grupos, se buscaba crear un gran estado formado por las cuatro provincias de oriente, avalado por  reconocidos personajes contrarios a que Santander se convirtiera en estado.

Una fecha poco recordada por las mayorías, pero de enorme trascendencia, especialmente para los tamaulipecos, quienes gracias a la lucha social y defensa de valerosos congresistas, vivimos ahora en un estado libre y soberano. El doctor Edmundo O Gorman decía que la historia es una forma de amor a la patria. En eso creo. No se puede amar sin conocer. En la historia de Tamaulipas, con todo y sus claroscuros, hay motivos suficientes para amar, respetar, valorar y construir en esta altiva y heroica tierra. El reciente conversatorio virtual me lo reafirmó. 

Mientras escribo, pienso en el valor de esta tierra expresado en las letras de mi madre y en las palabras de Octavio y Catherine al relatar la apasionante historia regional. A eso me aferro hoy, igual que a las nuevas flores de mi jardín. Mis diminutas grandes dichas. ¿Y las de usted?