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Amor en cabañuelas

He pasado los primeros días de este nuevo enero escuchando canciones de Armando Manzanero. Fascinada, conmovida, nostálgica, asombrada por tantas y tan luminosas letras y melodías. Cantando y escuchado mientras cuido el jardín, lavo los trastes, camino las calles de mi colonia o simplemente sentada, pensando cada palabra, sintiéndola. En su voz, en la de otros intérpretes, en duetos, conciertos en vivo; rindiendo mi pequeño homenaje al maestro yucateco, haciéndolo vivir en sus canciones.

Pues a pesar de que su cuerpo sucumbió frente al terrible Covid; nada ni nadie podrán quitarnos la esencia de sus canciones, ni el arrebato de sentir con su  legado musical. Canciones con un indiscutible valor artístico, pero especialmente preciadas por ser parte de los procesos sentimentales de millones de hispanohablantes. Esa es para mí su gran valía, ser testimonio de nuestra intimidad, de nuestros deseos, nuestros sentimientos más profundos. Enlazar sus letras para gozar y padecer, para llorar incluso los amores contrariados: “No, aunque me juraras que mucho has cambiado, para mí lo nuestro ya está terminado, no me pidas nunca que vuelva jamás”. 

Amor en cabañuelas

Las escucho en días de cabañuelas y no deja de sorprenderme su capacidad de trasmitir el sentimiento. Me conmueve por ejemplo la forma de incluir a la naturaleza, literal y metafóricamente en sus formas de expresar el amor: “Esta tarde vi que una ave enamorada, daba besos a su amor ilusionada y no estabas tú”. Y por supuesto no falta la luna, la noche: “Contigo aprendí a ver el sol del otro lado de la luna”, “Eres mi luna, eres mi sol, eres mi noche de amor”. “Esperaré a que a la luna la mires del mismo color”. “La mujer que me ama y amo yo me lleva de la mano a un espacio astral”.  Y también canta con las flores y los frutos: “Cuando miro que las rosas son más rojas y más bellas es que estoy pensando en ti”. “Para hablarnos, para darnos el más dulce de los besos y recordar de qué color son los cerezos”.

Casi nadie de mi generación puede separar sus historias de amor de las canciones del enorme Manzanero. Incluso los más jóvenes, quienes las escucharon con Luis Miguel, Alejandro Sanz, Pablo Alborán, Rosario, Miguel Bosé, Susana Zavaleta, Diego el Cigala y muchos más. Porque finalmente, ni la nanotecnología ha logrado desechar los chispazos del enamoramiento que transmiten ciertas canciones: “No sé tú, pero yo no dejo de pensar, ni un minuto me logro despojar de tus besos tus abrazos, de lo bien que la pasamos la otra vez”. Ufff. Y luego está el anhelo de posesión que ahora no parece “políticamente correcto”, pero suena tan romántico en la canción: “Mía, aunque mañana te liguen otros brazos, no habrá quien sepa llorar en tus brazos, nunca te olvides sigues siendo mía”. “No existen límites, cuando me afianzó de ese tiempo en que eres mío”.

El legado de un gran músico con más de 400 canciones plenas de romanticismo, sensualidad, ternura, arrebato: “Como yo te amé ni en sueños lo podrás imaginar, pues todo el tiempo te pertenecí, ilusión no sentí que no fuera por ti”. ¿Quién podrá permanecer indiferente ante tales palabras? Manzanero fue un maestro para conjugar el verbo extrañar, desear, enloquecer incluso por alguien. “Te extraño cuando camino, cuando corro, cuando río, cuando el sol brilla, cuando hace mucho frío”. “Me vuelves loco cuando me pides por favor que nuestra lámpara se apague”. “Las alondras del deseo, cantan, vuelan, vienen, van… y es que no sabes lo que tú me haces sentir, si tu pudieras un minuto estar en mí, me absorbes el espacio, despacio me haces tuyo”.

Muy pocos cantautores en español con la genialidad de Manzanero, con la capacidad de hilvanar frases tan emotivas y sugerentes: “voy a apagar la luz para pensar en ti y así dejar soñar a mi imaginación”. Y luego la belleza de la inolvidable canción: “entre tú y yo no hay nada personal, y sin embargo duermo entre mis sábanas soñando con tu olor”. Y todavía nos quedan muchas y muy sentidas canciones: “todavía cuando amanece quiero verte todo el día, cuando anochece, sigue, siendo mi alegría, tu presencia vida mía” Ayyy pero nos hizo falta tiempo para seguir oyendo al maestro: “nos hizo falta tiempo de caminar la lluvia, de hablar un año entero, de bailar tú y yo un bolero, mira que hizo falta tiempo”.

Y cómo olvidar la entrañable melodía como una despedida: “cuando me vaya de aquí, cuando me mandes llamar, que sea hora de ese viaje inevitable” Ayy Don Armando se fue pero nos deja tanto. Buen viaje maestro, qué no te falten los luceros, los ríos, los mares y el cantar de los jilgueros. Nosotros mientras, iluminamos estas cabañuelas con el amor de tus letras. ¡Gracias por tanto!

A la memoria del maestro Armando Manzanero,

creador de excepción.