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La esperanza

El primer color del lábaro patrio es el verde, el color de la esperanza.

El primer color del lábaro patrio es el verde, el color de la esperanza. No es, como dicen algunos historiadores, que el verde, junto al blanco y el rojo sean los colores de la bandera trigarante, surgida del Plan de Iguala, que dio fin a la Guerra de Independencia. Esos colores vienen desde el origen de la raza de bronce. Ya en 1535, se ven en la tilma de Juan Diego, en las alas del ángel que soporta a la imagen de la Virgen de Guadalupe aparecían.

La esperanza, “esa dulce amiga que las pena mitiga y convierte en vergel nuestro camino”, ha estado presente siempre en al devenir del pueblo mexicano. Ha sido la esperanza la pócima mágica que ha permitido a los aborígenes transitar por tragos amargos y salir siempre airosos. Alguien dijo que México sea tan grande que no se lo han podido acabar; quizá su grandeza resida en el persistente sentimiento de esperanza.

La esperanza

Siempre, la esperanza de una comunidad que, habiendo dado tanto y tan bueno, aún no puede merecer de sus hijos un poco de gratitud y reconocimiento, que se traduzcan en progreso para región y bienestar para los lugareños. Por doquier, en barrios y colonias, calles y cafés, se oye el clamor, lleno de esperanza, de que: “A ver si ora sí”.

El municipio está en manos de una no reynosense adoptiva de bien, hija de una familia muy estimada, forjada en el quehacer político desde trincheras privilegiadas que le han permitido tener una visión clara y precisa de lo que es una ciudad moderna y un gobierno eficiente. Tiene capacidad y preparación para hacer obras; ojalá tenga la voluntad de hacerlo y con ello la sana ambición de ingresar a las páginas de la historia.

En su primer discurso oficial dejó entender que trabajará con la gente, unidos en propósitos y esfuerzo. Ese es un magnífico principio y, de cumplirse, asegura un extraordinario final. Organizar a la comunidad reynosense, no para fines de control político, sino para hacer llegar y cumplir las políticas públicas de su administración, permitirá que la solución de los graves problemas ancestrales tenga su hora, por fin.

Encomiable desde todos los puntos de vista, es su idea de crear espacios para gente que saldará una deuda histórica con los “peques” a quienes las últimas administraciones han despojado de los pocos espacios, públicos y privados, que tenían para disfrutar en sus ratos libres. Ojalá que esa ciudad de los niños sea todo Reynosa y no sólo un espacio delimitado al que pocos infantes puedan acceder. Que la alcaldesa regrese la ciudad a los niños y con ello el presente y el futuro a Reynosa y sus habitantes.

Bastará que la presidenta marque el paso para que los habitantes de este municipio, imbuidos de esperanza y buena voluntad, marchen a su lado, construyendo cada uno la parte que le corresponde en el rescate de la urbe tan dejada de la mano de Dios. Conocen, porque lo vivió, el pasado esplendoroso de esta frontera que vivía de noche y de día. Si es capaz de promover, estimular y dirigir la recuperación de las pasadas glorias, vistas desde la perspectiva del siglo XXI, su futuro serán tan venturoso como el de la urbe que este día quedó en sus manos, con esperanza.

A fin de cuentas, la esperanza es el estado de ánimo en el cual se cree que aquello que uno desea o pretende es posible; ya sea a partir de un sustento lógico o en base a la fe. Quien tiene esperanza considera que puede conseguir algo o alcanzar un determinado logro, que en el caso, es un buen gobierno para Reynosa. Si se parte desde el punto de vista racional, la alcaldesa, Maky Ortiz, tiene todo para hacer una magnífica administración; si se trata de creer, hay muchos elementos, incluyendo su personalidad.

Según Samuel Johnson: “Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción”. ¡Que la esperanza sea éxito!