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Esfuerzo, disciplina, entrega

El berrinche de la gran diva de México, María Félix, cuando Pedro Infante ganó el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín, como mejor actor del mundo, fue colosal. El premio fue por su actuación en Tizoc y María, enmuinada, preguntaba a quien quisiera oírla: “¿A poco los indios hablan así; a poco caminan así?”. Antes lo había ganado Burt Lancaster y luego Sidney Poitier. Un año después, Pedro ganó también El Globo de Oro de Hollywood.

Pedro Infante Cruz nació en Mazatlán, Sin., el 18 de noviembre de 1917. Es, sin lugar a dudas, el gran ídolo de México, superando con mucha ventaja a otros que también han calado hondo en el corazón de los mexicanos. Aunque el concepto ha sido manoseado por quienes se dedican a quehaceres varios, no hay forma de negar que Pedro Infante fue un auténtico producto del esfuerzo, la disciplina y la entrega a su exitosa carrera.

Esfuerzo, disciplina, entrega

Dotado de facultades que en otros podrían ser comunes, las sublimó para convertirlas en grandes virtudes que le abrieron las puertas a fin de desplegar sus alas y volar libre por los caminos del arte en su máxima expresión. Tenía buen oído, carácter simpático y una gran dosis de humildad para dejarse guiar, aprender y crecer interiormente. Es muy común que con la muerte de los personajes empiece el mito y emerja la leyenda. 

Por ello, no hay mejor que atenerse a sus propias palabras durante la entrevista que le hicieron para el folleto que habría de anexarse al álbum de canciones con motivo del aniversario de su inicio como cantante: “Pues verá, nací en Mazatlán; pero, muy escuintle me llevaron a la tierra de los venados, a Guamúchil, cerca del ingenio azucarero de los Mochis. Mi primer trabajo fue de mandadero en la Casa Melchor de implementos agrícolas; por mi sangre liviana pronto fui el general de los mozos. Luego me fui a la carpintería de don Jerónimo Bustillo a ejercer el oficio de nuestro padre Jesús (la recámara que tengo en mi casa yo la construí). Como pude hice una guitarra”.

Luego, con mucha sencillez admite que: “De chico yo no pude estudiar, jamás tuve tiempo para ir a la escuela. Si de algo me puedo ufanar, aunque no lo hago, es de haber luchado toda mi vida; de haber conocido la miseria; de haber proporcionado a mis padres una vejez tranquila y de haber ayudado a mis hermanos. Todo lo que tengo se lo debo al publico, ese publico generoso y querido que me ha dado más de lo que yo esperaba”. 

“En mis ratos libres aprendí a tocar la guitarra y a sacar las melodías que escuchaba en la radio. A los 16 años, en 1933, formé una orquesta llamada La Rabia, con la que tocaba en los cabarets de Guamúchil a 10 centavos la pieza. De Guasave me llamaron para contratarme como cantante; entonces sí, ya con tiempo, entré a la secundaria, donde un maestro me aconsejó venirme a la Ciudad de México. Aquí me encontré un ángel protector, don José Luis Ugalde, quien me ayudó a entrar a la radiodifusora XEB. A los 26 años, 1943, bajo dirección de Guillermo Koenhausen hice mi primera grabación: ‘Mañana’ con música de Quirino Mendoza. La grabación de discos fue uno de los milagros de mi carera, las grabaciones hacen volar las canciones a todas partes”.

“Mi suerte me llevó al cine con una pequeño papel en Puedes irte de mí; la cámara me hacía lo mandados; pero, mi voz no era buena. Tuve que estudiar dicción y dos años después hice La feria de las flores con Antonio Badú y el estelar de Jesusita en Chihuahua con Susana Guízar y Susana Cora; luego, El Ametralladora”.

Pedro Infante participó en 61 películas. Su último proyecto, La tijera de oro, la hizo Tin-Tan, con el que cultivó una buena relación. Cabe señalar que Pedro alternó con las máximas figuras de la canción, del teatro y la cinematografía nacional. Por su carácter, lejos de entrar en competencia, aprendía de sus compañeros. 

De Joaquín Pardavé, aprendió a reírse de sí mismo; de Fernando Soler, la entrega; de Andrés Soler lo polifacético; de Sara García el aplomo ante las cámaras; de Wolf Rubinskis el fisicoculturismo. Quizá de quien más aprendió fue del director Ismael Rodríguez, al que llamaba ‘Papi’, quien lo dirigió en varios de sus mejores filmes: Nosotros los pobres, Los tres huastecos, Ustedes los ricos, La oveja negra, No desearás la mujer de tu hijo, Sobre las olas, A.T.M. A toda máquina, ¿Qué te ha dado esa mujer?, Pepe el Toro, Dos tipos de cuidado y, desde luego, Tizoc, entre otras. 

Con Rogelio González hizo también filmes notables, como: Un rincón cerca del cielo, Ahora soy rico, El mil amores, Escuela de vagabundos, El inocente y Escuela de rateros, su última. “Yo sólo hago lo que el director me dice”, confesó en entrevista para Revista de revistas, dejando ver la docilidad para ser dirigido y la modestia para hacer lo que se le exigía, aunque fueran papeles tan deleznables como de perro o de maldito.

Sus más de 300 canciones, de todos los géneros, este día, en el centenario de su nacimiento, se escucharán por todo el país y más allá de las fronteras. Murió el 15 de abril de 1957.