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La Carta Magna (II)

Importante figura de la literatura y el cine, es Ricardo I de Inglaterra, al que se llamó Ricardo Corazón de León

Importante figura de la literatura y el cine, es Ricardo I de Inglaterra, al que se llamó Ricardo Corazón de León; de hecho, el personaje de la ficción no corresponde a la vida y obra del rey, quién asumió el cargo en 1189 y de inmediato, junto con Felipe II de Francia, se embarcó para librar la Tercera Cruzada a fin de rescatar a Jerusalén, que había sido tomada por el ilustre líder islámico Saladino, quien la nombró Tierra Santa.

Sus biógrafos aseguran que no pasó ni seis meses en Inglaterra y que al ir a la guerra gastó la mayor parte del tesoro de su padre y subió los impuestos. Para reunir más dinero, vendió posiciones oficiales, derechos y tierras a cualquier interesado. Incluso aquellos que ya habían sido nombrados fueron forzados a pagar fuertes sumas para retener sus puestos. Guillermo Longchamp, obispo de Ely y canciller del rey, hizo una oferta de 3000 libras para quedarse en el cargo, desde el cual recuperó su inversión.

La Carta Magna (II)

Por los abusos del obispo-canciller, los nobles ingleses se rebelaron contra Ricardo y apoyaron las ambiciones de Juan sin Tierra, quien no logra el poder hasta la muerte de su hermano y el asesinato de su sobrino para apoderarse del trono. La situación de los ingleses no mejoró, pues por sus guerras en contra del rey Felipe II de Francia y del papa Inocencio III, en las que fue manifiesta su ineptitud, estableció nuevos tributos.

Las excesivas y arbitrarias alcabalas y dádivas que Juan I imponía para poder obtener un favor o evitar un castigo, crearon un ambiente de crispación y generaron la terrible corrupción que afectaba a todos los estratos del reino, tanto a nobles como a plebeyos. Por ejemplo: un obispo debió pagar un tonel de vino por no recordarle al monarca que debía hacer un regalo a una dama; un barón tuvo que dar 5 caballos para que el rey no molestara a su esposa, pues si Juan deseaba a una mujer, no obstaba que fuera casada.

Los impuestos eran para financiar la guerra contra Francia, a la que no quisieron ir los nobles. Juan Sin Tierra y (sin cabeza) se peleó con la poderosa Iglesia Católica y con el papa Inocencio III, quien lo excomulgó, por lo que confiscó los cuantiosos bienes que poseían los prelados y el mismo Inocencio en Inglaterra. Juan fue excomulgado en noviembre de 1209. En febrero de 1213, Inocencio amenazó con tomar medidas más drásticas a menos que se rindiera. Los términos papales de sumisión fueron aceptados por el legado papal Pandulfo en mayo de 1213, en la capilla perteneciente a los Caballeros Templarios, en Dover. Además, ofreció la rendición del reino de Inglaterra a Dios y a los Santos Pedro y Pablo con un servicio feudal de 1.000 marcos anuales, 700 por Inglaterra y 300 por Irlanda. Con esta rendición, formalizada en la Bula Áurea, Juan ganó el apoyo de su señor feudal papal en su lucha contra los barones ingleses.

Luego de haber conseguido la anulación de su primer matrimonio, Juan sin Tierra volvió a casarse en la ciudad francesa de Burdeos, con Isabel de Angulema, niña de apenas 12 años de edad, a la cual había raptado. Isabel le dio cinco hijos.

Según textos del cronista Roger de Wendover se describe un incidente que ocurrió cuando Juan se enamoró de Margarita, la mujer de Eustaquio de Vesci e hija ilegítima de Guillermo I de Escocia. Eustaquio la sustituyó por una prostituta cuando el rey fue a la cama de Margarita en la oscuridad de la noche; a la mañana siguiente Juan fue a alardear a Vesci de las cualidades de su mujer en la cama, a lo cual Vesci confesó el cambio que había realizado y huyó para librarse de la furia del acosador engañado.

Todos estos acontecimientos infausto, lograron que los habitantes del reino se inconformaran y decidieran tomar medidas drásticas para contener los abusos del déspota. La pérdida de territorios que aumentaba el problema económico soportado por barones y vasallos; las subidas de impuestos por parte del rey; el sometimiento al papa, no hacían de Juan I un rey en el que se pudiese confiar como garante de la viabilidad y la estabilidad de un país.

(Continuará)