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La Carta Magna (I)

Que nada nuevo hay bajo el sol, es cierto.

Que nada nuevo hay bajo el sol, es cierto. La historia no es más que una sucesión de acontecimientos en que un individuo, aliado a fuerza oscuras, se hace del poder y lo ejerce de manera caprichosa, apretando tanto la soga en el cogote de la gente, que no hay forma de evitar la protesta, primero, y luego el levantamiento de las masas para recuperar los espacios de libertad que le han sido arrancados por el déspota en turno.

Quizá por ello, algunos autores modernos de pensamiento avanzado aseguran que la historia es cíclica. José Ortega y Gasset afirmaba que la historia no es el escenario de las reconciliaciones sino un espacio vital de problemas y para ilustrar esta traumática continuidad de la historia, se vale de la figura del parricidio. El padre engendra al hijo para que conserve el culto del padre muerto y así perpetuar, por paradoja, la cultura de la vida por medio del culto a la muerte. Hasta que el hijo se convierte en el padre.

La Carta Magna (I)

El círculo se rompe cuando el poder se asalta desde fuera, y se ejerce de manera cruel y despótica, utilizando para el efecto, primero la fuerza de la ley y, luego, la fuerza de las armas, cuyo financiamiento exige el cobro de alcabalas insoportables para quienes están bajo su dominio. Sobreviene el cambio, que puede ser pacífico y ordenado, o es violento y con un elevado costo de sangre. A mayor resistencia, hay mayor violencia.

Si hubiera que echar mano de un punto de partida en que se hace más evidente la usurpación del poder, su ejercicio autoritario y voluntarioso, la resistencia popular y, finalmente, el advenimiento de un nuevo contrato social, habría que hablar de Juan sin Tierra, hermano del rey Ricardo Corazón de León, en Inglaterra a principios del 1200. Juan y Ricardo fueron hijos del rey Enrique II. Ricardo el primogénito y Juan el quinto.

Juan, llamado sin tierra por no tener derechos sucesorios, es pintado como la persona más cruel, perversa y ambiciosa de la corte. A la muerte de su padre peleó contra sus hermanos para hacerse de posesiones. Quizá su mayor traición haya sido pretender usurpar el trono cuando su hermano Ricardo peleaba por el Santo Sepulcro en tierras del Oriente, en las famosas Cruzadas. Al regreso de éste, pudo obtener su perdón total.

Al morir Ricardo en el 1199, Juan se proclamó rey de Inglaterra, título que hubo de defender luchando contra su sobrino Arturo de Bretaña, cuyos derechos dinásticos apoyaba el rey de Francia, Felipe Augusto. Juan derrotó a Arturo y lo hizo ejecutar en 1203; pero tuvo que seguir luchando en contra de múltiples enemigos hasta el fin del reinado. Sostuvo la guerra casi continua contra Francia y contra el papa Inocencio III.

Poco a poco, su reinado se fue haciendo más tiránico; para financiar sus permanentes guerras ideó la forma de hacerse de más dinero por la fuerza, elevado los impuestos y confiscado propiedades, para ello, hubo de violar un sin número de leyes y tradiciones antiguas con que se había gobernado Inglaterra. Normas éstas que habían propiciado que el reino tuviera una prolongada etapa de estabilidad y desarrollo, durante la cual se crearon las bases del poderío naval de Inglaterra. Con ello se echó encimas a todos.

Los excesos de Juan sin Tierra dieron lugar al nacimiento de una leyenda romántica que ha resistido el paso de los siglos: Robin Hood, héroe y forajido del folclore inglés medieval, de gran corazón, que vivía fuera de la ley, en el Bosque de Sherwood y de Barnsdale, cerca de la ciudad de Nottingham.

Notable arquero, era defensor de los pobres y oprimidos; luchaba contra el sheriff de Nottingham y el príncipe Juan sin Tierra, quien utilizaban la fuerza pública para acaparar ilegítimamente las riquezas de los nobles que se les oponían. Por aquellos años, toda persona que desacatara las órdenes reales o incumpliere con el pago de los impuestos, era considerado un delincuente que debía ser llevado a prisión o a la hoguera.

Se dice que Robin Hood robaba a los ricos para dar a los pobres.

(Continuará)