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Con muro y sin muro

Impensable era hace un año que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a quien se consideraba un hombre afecto a las exageraciones y a los escándalos, fuera a dar cabal cumplimiento a sus promesas de campaña y que insistiera, ya en el poder, en su idea de erigir un muro entre México y los Estados Unidos, disque para detener la migración.

Impensable era hace un año que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a quien se consideraba un hombre afecto a las exageraciones y a los escándalos, fuera a dar cabal cumplimiento a sus promesas de campaña y que insistiera, ya en el poder, en su idea de erigir un muro entre México y los Estados Unidos, disque para detener la migración.

Están por cumplirse 4 años de la visita del Papa Francisco a la isla de Lampedusa, frente a cuyas costas meses antes se hundió un trasbordador atestado de migrantes africanos que huían de la miseria y la violencia en sus terruños. Fue el primer viaje del nuevo pontífice que, a diferencia de sus predecesores, ha abandonado el lujo terrenal para acercarse con ternura paternal a los desposeídos, siguiendo fiel el ejemplo de Jesús.

Con muro y sin muro

Sus palabras, tan sorprendentes como el hecho mismo de que la primera visita al exterior no fuera a alguna de las imponentes capitales del mundo occidental; sino a un lugar de sufrimiento y angustia, calaron hondo en la consciencia de quienes conservan íntegro su sentido humanitario; pero, no han sido suficientes para romper el círculo perverso de la maldad que se escuda en el anonimato para vender a sus hermanos por treinta denarios.

La prensa mundial destacó entonces que cada concepto del Papa había sido un golpe directo al corazón; sin embargo, el efecto duró poco. Quizá por ello sea pertinente recordarlas:

“¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto... La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”. Esa globalización de la indiferencia que crece como la verdolaga, sin control.

Vestido de blanco, sencillo, saludando a la gente, dialogando con los pobres, Francisco agregó: “¿Quién es el responsable

de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: ‘Yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros, pero yo no’. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el comportamiento hipócrita [..]. Miramos al hermano medio muerto al borde de la acera y tal vez pensamos: ‘pobrecito’, y continuamos nuestro camino, no es asunto nuestro, y así nos sentimos tranquilos. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos convierte en insensibles al grito de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero son inútiles, no son nada...”

Estas palabras no las escuchó el presidente Trump, quien, aunque prometió trabajar por los trabajadores de su país, la mayor potencia económica, tecnológica y económica que ha conocido la humanidad, sigue siendo una tierra en que millones de personas viven en la más completa miseria, abandono y desamparo. En Estados Unidos no existe un sistema de salud como el que creó la Revolución en México; allá cada quien se rasca solo y aun así quiere hacer de la medicina el gran negocio para los magnates que dominan la economía. Los gestos, las palabras, las oraciones del Papa Francisco, son una lluvia fresca en la aridez del capitalismo salvaje que va por el mundo como el caballo de Atila, que donde pisaba no volvía a crecer la hierba; pero, no son suficientes.

La gallarda postura del Papa debe encontrar eco en todos los espíritus despiertos, sean creyentes o no de la doctrina de la Iglesia católica o de cualquier otra corriente de pensamiento, palabra y obra. Jesús encontró su pesebre en las almas humildes y limpias, que también Francisco acogió como propias.

La tragedia de Lampedusa fue brutal y continúa en todo el mundo. Niños, jóvenes, mujeres migrantes desamparados que nadie quiere, no obstante que todos los gobiernos de los países por los que transitan han firmado y se han adherido a los acuerdos de la ONU.

El presidente Trump y magnates que lo acompañan, debían entender que ningún muro detendrá la migración y que ningún magnate vivirá tranquilo mientras haya hambre.

Con muro y sin muro, seguirá la migración y el tráfico de estupefaciente, de armas, de dinero, de todo; que no es con muros, sino con justicia como se acabarán los males.