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La nobleza imperial

Habría que agradecer al becario de ingrata memoria que no tuviera aspiraciones aristocráticas y que siempre se mantuviera en el nivel que el Señor le asignó, un poquito arriba de la patanería. No así quienes lo antecedieron y sucedieron. Vicente, con el Prozac en un lado y Martita en el otro, acuñó el término de la pareja presidencial, que más bien debió llamarse pareja imperial porque no había forma de contradecir a la señora y todo estaba a su disposición; del sucesor, nada que decir.

Este día se cumplen 211 años del momento en que Napoleón Bonaparte, el genio revolucionario, crea la nobleza imperial en Francia, luego de haber logrado, mediante plebiscito, que los franceses le otorgaran el Consulado vitalicio. El gran estratega tenía ganados todos los honores que se le tributaron pues dominó prácticamente toda la Europa central, con excepción de Rusia e Inglaterra, que, a final de cuentas, con sus propios problemas políticos y sociales tenían para entretenerse.

La nobleza imperial

No podría decirse que Napoleón se rindió ante Inglaterra, aunque sí fue derrotado en su campaña rusa. Más bien, a la terminación de la guerra en el continente decidió firmar la paz el 25 de marzo de 1802, en Amiens, por lo que Francia devolvía Egipto a Turquía e Inglaterra devolvía la isla de Malta a sus antiguos dueños, los caballeros de la Orden de San Juan. 

Los franceses abandonarían Otranto y las islas Jónicas en las que se constituiría una república independiente. En el Atlántico Inglaterra se quedaba con la isla de Trinidad, que en realidad fue arrebatada a España. Mediante estos acuerdos, Francia diluía su presencia en el Mediterráneo, aunque se consolidaba como potencia terrestre y continental, y Gran Bretaña reforzaba su dominio en el océano Atlántico.

Tenía, pues, sus razones Napoleón para querer fundar una dinastía que perpetuara por los siglos de los siglos su progenie; no así los huehuenches antiguos y pretéritos. En los albores del Estado mexicano, un traidor (que inexplicablemente es tenido por héroe nacional, quizá por los mismo), buscó al menos ilustrado de los insurgentes que mantenían la lucha independentista luego de la muerte de Hidalgo y Morelos, para poner fin a la Guerra de Independencia y crear el Primer Imperio Mexicano, con elevadísimos ingresos para las élites que incluían al mariscal Guerrero.

Tuvo que mantener la llama libertaria el perseguido y acosado Guadalupe Victoria, para crear la república federal, representativa y popular, con las instituciones que perviven hasta esto días, con excepción del Poder Judicial que dejó de ser democrático para convertirse en una camarilla cerrada en que los mismos se heredan los puestos de manera directa o a tras mano. Fue don Guadalupe el único presidente del siglo antepasado que terminó su ciclo y dio buenas cuentas.

Por una traición igual a la de los firmantes del Pacto Trigarante, los gobiernos recientes, han llegado al poder y han creado una cáfila se presuntos nobles imperialistas cuyas acciones y actitudes están muy lejos de la nobleza que se manifiesta no en la soberbia del poder; sino en la grandeza del alma. Fox es un patán impresentable que expresa con todas sus letras que lo único que lo mueve es el dinero; el otro, no da lugar a ninguna reflexión, como Guerrero, es lo que es.

Napoleón se había convertido ya en un verdadero monarca, que, además, acrecentó su poder en detrimento del legislativo mediante la aprobación de un acta adicional a la Constitución, que fue considerada como otra Constitución. El nuevo documento le permitía elegir a su sucesor, aumentar su asignación económica muy por encima de los otros dos cónsules, presidir el Senado y nombrar al presidente del Cuerpo Legislativo.

Francia aceptó esta evolución del régimen político sin ninguna dificultad. Después de la tormenta revolucionaria, la vuelta a la tranquilidad que permitía el disfrute de las conquistas tan dolorosamente conseguidas en los años anteriores, parece que complacía, no sólo a la mayor parte de los ciudadanos franceses, sino también a los otros países que mostraban su interés y su curiosidad por acercarse a Francia para conocer personalmente lo que había quedado de la Revolución. Así pasó con Vicente y Enrique, quienes resultaron peor que los males que debían remediar.