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La huella imborrable

La CNDH nace, entonces, con el estigma de un contrasentido: es un organismo de Estado, que debe defender a los ciudadanos de los abusos del Estado

Jorge Carpizo McGregor, santón de los académicos orgánicos del Derecho, resultó un fiel peón de Carlos Salinas, quien lo movió, muchas veces con extraordinario humor negro, para que cubriera flancos que amenazaban con hacerse añicos. Cuestionables son algunas de sus teorías jurídicas; pero, de lo que no existe duda alguna es que jamás llevó a la práctica lo que proclamaba en la cátedra. Como rector de la UNAM, quiso iniciar su privatización con la aplicación altas de cuotas.

Como las presiones internacionales arreciaban en contra del gobierno de Salinas, sobre todo después de los crímenes contra opositores perpetrados con bastante desparpajo, se vio obligado a crear la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, un gran contrasentido porque lo que debía ser un organismo independiente que defienda al ciudadano de los abusos del poder institucional, se convirtió en parte del andamiaje del gobierno, con al sambenito de ser autónomo. Una burla. 

La huella imborrable

Mayor chunga fue que al frente del organismo pusiera a Jorge Carpizo McGregor. Convertido en ombudsman por decreto, el beneficiario declaró que para el cargo se necesita: “de una alta calidad moral para ejercerlo, porque el modelo requería de enorme confianza de la sociedad”. De folletín son las peripecias del doctor en el desempeño del puesto, en el que lo más relevante fue crear una camarilla de incondicionales, encabezada por el inefable Mario Ruiz Massieu, asesinado en los EU. 

Como primera medida, el primer presidente de la CNDH hizo tratos con los medios televisivos y con los organismos de la sociedad civil. Los primeros le dieron una imagen positiva a nivel nacional lo que vino a proyectarlo como ideal para el cargo de Procurador General de Justicia, creando la subprocuraduría para su amigo Ruiz Massieu; los segundos fueron los alimentadores del quehacer en la tarea de defender los derechos humanos, con énfasis en quienes estaban al margen de la ley.

La CNDH nace, entonces, con el estigma de un contrasentido: es un organismo de Estado, que debe defender a los ciudadanos de los abusos del Estado. Su actuación ha sido históricamente tan triste y lamentable, que el propio Carpizo lo denunció en 1989, al inaugurar el Congreso Nacional de Derecho Constitucional, en el estado de México cuando afirmó categóricamente: “¿Qué ha hecho la CNDH en estos 11 años, además de solicitar más y más presupuesto e intentar crearse una buena imagen derrochando recursos en medios de comunicación? ¿Acaso no siente que tiene cuando menos un granito de responsabilidad de la situación de inseguridad en la cual México se encuentra horriblemente sumergido?”. Claro que recibió respuesta contundente; pero nada pasó.

La línea sucesoria en la titularidad del organismo se ha mantenido invariable y aunque cambien las personas, persisten las mismas prácticas y, como el perrito de la RCAVictor, siguen la voz del amo. Algunos muestran ciertos empeños por parecer eficientes en la tarea de impedir que los derechos de las personas se vean conculcados; pero, basta una sola pregunta para demostrar su falta de voluntad y capacidad para hacer lo que están obligados: ¿Se cumplen los salarios constitucionales?

En los días corren, aspiraban a llegar a la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos las mismas figuras legatarias de la tradición carpizana. Basta conocer los nombres de los propuestos al Congreso de la Unión para saber quiénes son y de dónde vienen. Cuatro nombres sobresalen: Enrique Carpizo Aguilar, Claudia Ruiz Massieu Salinas, Miguel Ángel Mancera y Emilio Álvarez Icaza. Cada uno tiene una cola larga y son evidentes sus compromisos con la continuidad.

Enrique Carpizo, sobrino de Jorge, es defensor de los policías que no aceptaron pasar a la Guardia Nacional; Claudia Ruiz, expresidenta del PRI, es hija de José Francisco Ruiz Massieu y sobrina tanto de Mario Ruiz como de Carlos Salinas; Miguel Ángel Mancera fue jefe de gobierno del extinto Distrito Federal y no salió libre de escándalos de corrupción; Emilio Álvarez se unió a la coalición formada por PAN, PRD y Movimiento Ciudadano para llegar al Senado, y así otros aspirantes.

Por ello, cuando el Senado eligió por mayoría a Rosario Ibarra Piedra, quien no está dentro de la cofradía de los que, como el propio Carpizo reconoció, solo buscan su beneficio propio, la jauría se le viene encima.