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Extremos opuestos

La humanización de la economía, además, aportará una solución a priori del gran reto el siglo que plantea la robotización de los sistemas de producción

La apuesta del gobierno de México por humanizar la economía va en sentido contrario a los afanes de las grandes corporaciones internacionales, principalmente las financieras, que buscan obtener el mayor rendimiento posible a costa de lo que sea, incluyendo al ser humano y su hábitat. La lucha de clases, concebida como las tensiones entre capital y trabajo para obtener el mayor beneficio posible, han dado paso a una nueva forma de decidir las inversiones a fin de que generen mayores utilidades para los socios.

Durante la mayor parte del siglo XX, México tuvo un régimen de economía mixta, con estímulos muy importantes a la iniciativa privada para que invirtiera en la generación de empleos y con áreas sensibles reservadas exclusivamente para el Estado, que otorgaba concesiones a particulares donde era pertinente, siempre con el afán de buscar el mayor bien posible. Eso terminó a la llegada de las hordas promotoras del neoliberalismo, que promovió el capitalismo salvaje y se iniciaron los procesos de precarización del trabajo.

Extremos opuestos

Ante la pérdida progresiva de poder de control de la economía, muchos de los gobiernos neoliberales se asociaron con los dueños del dinero para hacer negocios, facilitando la entrega de las empresas de interés público a la iniciativa privada. Se llegó al extremo de que el gobierno quedó al servicio del gran capital y sus decisiones, aunque se decían con sentido social, estaban encaminadas a acumular riqueza. Las obra de este periodo lamentable, están a la vista como auténticos monumentos a la corrupción.

Ahora que los mexicanos se dieron un gobierno que ve por la gente, gente de carne y hueso, en las altas esferas del poder económico, la toma de decisiones ha cambiado. Ya no son personas, con buena o mala voluntad, las que deciden; sino, sofisticadas computadoras que analizan los mercados y las tendencias de la economía mundial para decidir dónde, qué y cómo invertir para lograr los mayores rendimientos posibles en un mercado que ha quedado a su merced. Es una economía computarizada.

En ese sentido, por más que se hable del dominio de la inteligencia artificial, nunca, ningún equipo cibernético, por más complejo y potente que sea, será capaz de entender la naturaleza del ser humano y, mucho menos, sus necesidades esenciales. Una computadora, desde la más simple hasta la mas compleja, sólo puede responder con los elementos que están integrados a su sistema operativo y si no se le alimenta con datos que tienen que ver con la esencia del ser humano, su respuesta sera puramente mecánica.

La decisión de construir una presa, de fabricar un súper avión, de erigir enormes complejos urbanos se decidirá con base a las proyecciones de los equipos cibernéticos, que pueden decidir sobre costos y sistemas de producción y sobre los beneficios que obtendrán a corto y largo plazo los inversionistas; pero, no tendrá capacidad para determinar cuántas personas resultarán afectadas por tales proyectos ni sobre los daños irreversibles que se causarán a los sistemas ecológicos y su población de flora y fauna.

Hasta hace poco más de un año, los proyectos de obra pública que se realizaban en la mayor parte de los territorios dominados por el capitalismo salvaje, no estaban avalados por regulaciones razonables que en el menor de los casos garantizaran su viabilidad, sustentabilidad y rentabilidad. Se hacían porque así se decidía y la obra se encargaba a los cuates, aunque no tuvieran la menor capacidad técnica para ello. Con la toma de decisiones utilizando equipos cibernéticos, ocurrirá lo mismo, con resultados similares.

De ahí la importancia del empeño por racionalizar la economía y que todos los proyectos de obras de infraestructura tengan un sustento democrático en la toma de decisiones y un soporte tecnológico en su realización, de tal suerte que vengan a redundar en el mayor beneficio posible para la comunidad en su conjunto. Obras bien hechas, terminadas en tiempo y forma, con garantía de por medio para solventar cualquier problema que se presente una vez en operación. Que el dinero vaya a solucionar problemas.

La humanización de la economía, además, aportará una solución a priori del gran reto el siglo que plantea la robotización de los sistemas de producción. Para nadie es desconocido que a pesar de que la tecnología genera procesos y productos más rápidos, baratos y mejores, junto con avances en las ciencias biológicas, la inteligencia artificial y el big data, crecen las desigualdades en el ingreso, la riqueza y el poder político. El mundo está ante la desaparición del empleo decente y la creciente polarización de la sociedad, que genera conflictos en todos los ámbitos de la geografía.

El contrato social del siglo XX, que proveía cobertura y protección a los trabajadores y una justa redistribución entre renta y mano de obra a través de salarios mínimos negociados por el Estado, los acuerdos colectivos que involucraban a los sindicatos y una estructura impositiva poderosa fue erosionados por la presiones del capitalismo salvaje y voraz. Recuperar ese pacto social es una tarea colosal y habrá de requerir de enormes esfuerzos y mucha voluntad de los trabajadores y el gobierno.

La amenaza de que las máquinas puedan sustituir al hombre en los sistemas de producción, es real. Según Pascual Restrepo, profesor de Economía de la Universidad de Boston: “En el 2017, se colocaron en el mercado productivo 381.335 robots y la proyección es alcanzar los 630.000 en 2021. Se calcula que cada máquina puede sustituir a entre uno y dos empleados, con la virtud de poder trabajar las 24 horas. Realizando el cálculo, en 2017 la robótica habría ocupado hasta 762.670 puestos de trabajo y alcanzaría hasta los 1.260.000 dentro de un año”.

Esa es la realidad de los tiempos. Para evitar el desplazamiento del hombre de los sistemas de producción habrá que dar pasos en firme para lograr la racionalización de la economía para hacerla más humana en el sentido de que sea por el hombre y para el hombre. Ir en sentido opuesto al neoliberalismo rapaz.