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Revolución: memoria viva

La Revolución es la Revolución. Luis Cabrera

Cuentan que en Noviembre de 1907 Francisco I Madero recibió un mensaje mediante códigos espiritistas, de parte de su bisabuelo José quien le anunció la gran cruzada democrática que debería emprender exigiéndole un gran dominio de sus pasiones: “Una misión que rebasaba por mucho a su persona, un destino que alcanzaba a la patria entera: la libertad”. A partir de ese momento, el espíritu de José y el de Raúl su hermano, se hicieron presentes con más frecuencia para impulsar al valeroso Madero a esa gran lucha libertaria que según la doctrina espiritista, le había sido encomendada por la providencia. 

Y aunque es bien sabido que la práctica espiritista fue un factor importante en el ánimo de Madero para el inicio del movimiento revolucionario, fueron las condiciones del Porfiriato las que principalmente movieron la conciencia de todos los grupos opositores para iniciar la lucha que transformaría el país. Una nación vulnerada por la miseria, la desigualdad y la injusticia donde el progreso representaba una inmensa fachada que escondía a un pueblo con hambre, esclavitud e ignorancia. Un mapa donde la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, la brutal corrupción administrativa y la política vista sólo como privilegio del gobierno, eran reflejo de la ausencia de democracia. Escenario al que se añadía la crisis económica provocada por pésimos tiempos en el campo, problemas en la industria y déficit en la balanza comercial entre otros factores.

Revolución: memoria viva

Circunstancias que favorecieron un movimiento con antecesores valerosos y, finalmente enarbolado por Madero quien se constituyó en el líder de los descontentos y del deseo profundo de cambio que las grandes mayorías anhelaban. En ese contexto y después de un proceso electoral fraudulento, Francisco I Madero lanza el Plan de San Luis en octubre de 1910 argumentando los desmanes de la tiranía en la que “un pequeño grupo abusando de su influencia ha convertido los puestos públicos en fuentes de beneficios personales y el Poder Legislativo y el Judicial están completamente subordinados al Ejecutivo”. En el mismo Plan, el apóstol exhortaba al pueblo a levantarse en armas el 20 de noviembre a partir de las seis de la tarde.

Y a pesar de que ese 20 de noviembre no pasó gran cosa, en las semanas siguientes prendió la mecha de la rebelión que terminaría por derrocar a Porfirio Díaz quien renunció después de los Tratados de Ciudad Juárez. Pero como la historia tiene caminos insospechados, la derrota de Porfirio Díaz sólo fue el inicio de una brutal batalla por el poder que acabaría con la vida del Presidente Madero, quien rebasado por el movimiento, terminó víctima de la traición en medio de la Decena Trágica, uno de los más crueles episodios históricos de nuestra patria.

A la muerte de Madero, acaecida en febrero de 1913, se fortalecieron otros liderazgos que definieron los caminos de la Revolución. Unidos en la lucha contra el gobierno de Victoriano Huerta, carrancistas, obregonistas, villistas y zapatistas conformaron una fuerza arrolladora que acabaría echando a Huerta del gobierno. Pero la muerte de Huerta tampoco acabó con la lucha, porque cada una de las facciones buscaba imponer sus propuestas y entre ellas había múltiples diferencias socioeconómicas y político-ideológicas. Así pues, los ejércitos rebeldes victoriosos se enfrentaron entre sí y aunque hubo esfuerzos para conciliar intereses como la Convención de Aguascalientes, las discrepancias fueron mayores que la voluntad de convergencia. 

Lo que pasó después es bien sabido, los vencedores impusieron su proyecto de gobierno. A finales de 1915 la victoria constitucionalista era incuestionable y  Venustiano Carranza se dedicó a consolidar el triunfo y a afinar el modelo de país que buscaban. Un proyecto que se definió mediante la instauración de la Constitución de 1917 en la que el grupo en el poder concedía beneficios a los sectores populares, ya fuera mediante el reparto agrario o beneficios a los obreros. Pero en 1920, otra vez la disputa electoral acabó en conflicto y el Primer Jefe terminó asesinado en Tlaxcalantongo. En 1920 y después de un sangriento proceso bélico de diez años, emergió el nuevo Estado mexicano, llevando a las clases medias al poder  en alianza con los sectores populares, a quienes les prometieron justicia. Álvaro Obregón encabezó la primera presidencia y  a pesar de que era llamado “El invencible”, terminó igualmente asesinado para darle paso al interinato del presidente tamaulipeco Emilio Portes Gil. 

En fin, demasiada historia para un espacio tan breve. Una historia de caudillos, jefes y hombres fuertes, pero en la que nunca debemos olvidar a las mayorías, quienes con su vida dieron sentido a la lucha revolucionaria. Por esas vidas ofrendadas es que la revolución sigue vigente. Memoria de anhelos no cabalmente cumplidos, pero todavía vivos. 

¡Viva la Revolución!