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Como Tomás

Se inventan una y mil escusas y cerebros a sueldo elucubran teorías fantásticas

Es de una hermosura impresionante el pasaje del Evangelio de San Juan (Juan 20:24-29) que dice: "Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después los otros discípulos le dijeron: —Hemos visto al Señor. Pero Tomás les contestó: —Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer.

Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos y los saludó, diciendo: —¡Paz a ustedes! Luego dijo a Tomás: —Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo; ¡cree! Tomás entonces exclamó: —¡Mi Señor y mi Dios! Jesús le dijo: —¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!".

Como Tomás

Así acontece por estos días en que la avaricia del ser humano ha condenado a la miseria, al abandono y a la muerte a millones de seres humanos cuyo destino no está en su manos y con toda seguridad, ni siquiera pidieron venir a este valle de lágrimas. Unos cuantos amasan fortunas incalculables aunque en los libros de registros se le pongan número, nomás para marcar diferencias, a costa de la inicua explotación del ser humano y de su único hábitat: la Tierra.

Se inventan una y mil escusas y cerebros a sueldo elucubran teorías fantásticas, que no pueden explicar de manera cierta, racional y efectiva, por qué un grupo que se protege a sí mismo acumula tanto dinero y bienes como jamás había ocurrido en algún periodo de la historia del ser humano como ser racional. La libre empresa, el libre mercado, la libre competencia, no pasan de ser cuentos chinos que no creen ni los propios adoradores del dinero. No hay ni la menor pizca de libertad en las tres instancias. Las empresas, el mercado, la competencia está regidos por la ley del más fuerte, que teje alianzas para protegerse precisamente de la libre concurrencia de otros.

En términos sicológicos se dice que el mecanismo defensivo de la negación hace que el individuo ignore o rechace aquella realidad que le resulta indigerible, porque reconocerla le obligaría a tomar alguna acción al respecto. Corre en el mismo sentido de la resistencia de Tomás a aceptar lo que otros habían visto. Los empresarios mexicanos se rasgan las vestiduras por aquello de la crisis económica, que no se ve venir por ningún lado y entonces inventan la llamada crisis de confianza.

El Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática acaba de publicar que la confianza empresarial del sector manufacturero correspondiente a julio pasado, ya cayó al nivel de 50 puntos que divide a los que creen de los que desconfían. En el índice correspondiente a la industria de la construcción se ha navegado en la desconfianza empresarial desde aquellos meses en que el presidente electo López Obrador canceló el aeropuerto de Texcoco. Claro, ¿qué creían?

Luego de una borrachera de antología, viene la cruda de órdago. Los excesos de Videgaray, los abusos de Coldwell, las torpezas de Carstens, las bribonadas de toda la camarilla que acompañó a Enrique Peña Nieto y que se retacó los bolsillos de miles de millones de dólares, porque pesos no agarraban, no pueden quedar al aire. Se dobló la deuda externa, se devaluó la monada al cien por ciento, se abusó del presupuesto público y se firmaron compromisos de gran beneficio para los cuates de la iniciativa privada que entonces aplaudían a raudales. Entonces sí tenía confianza.

Todo ello abrió un boquete que no puede cerrarse en meses; sino que tendrá muchos años de austeridad, control en el gasto público, reordenamiento de las finanzas públicas y, sobre todo, la erradicación de la corrupción que corroe las entrañas de la patria, para restablecer el orden.

Nomás para mencionar algo con base a los registros contables oficiales, al margen de las buscas típicas de los gobiernos neoliberales: Miguel Ángel Osorio Chong, Gerardo Ruiz Esparza, Ildefonso Guajardo Villarreal, Jesús Alfonso Navarrete Prida, Luis Videgaray Caso, Pedro Joaquín Coldwell y Rosario Robles Berlanga, que estuvieron en el sexenio pasado al frente de una secretaría de Estado,en ese periodo, se embolsaron un promedio de 2.4 millones de pesos anuales como parte de su ingreso neto por cargo público, más los acumulados.

Quizá el sueldo de los secretarios de Estado no fuera tan cuestionable si alguno de ellos hubiera dado resultados positivos en el desempeño de su función; pero, todos resultaron ser tan pillos como inútiles. Ahí está el país en ruinas y quien no quiera creerlo, como Tomas, que se asome a la calle. Que meta el dedo en la llaga de un pueblo inicuamente explotado.