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Buena vecindad

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a buena vecindad entre las comunidades asentadas en ambas márgenes del rió Bravo, de las que se decía que no separaba, sino unía el largo caudal, no fue resultado de la casualidad. Los provechosos oficios de las organizaciones sociales, políticas, empresariales y culturales de los dos lados, dieron como resultado un clima de armonía, entendimiento y avenencia, que generó una notable afluencia en ambos sentidos.

Buena vecindad

Los alcaldes fronterizos, las cámaras de comercio, las instituciones de educación superior, los clubes de servicio, alentaban el equilibrio en las relaciones, a pesar de la asimetría del desarrollo que se echa de ver en los pueblos y ciudades ubicadas a lo largo de la frontera de México con los Estados Unidos: allá, un desarrollo urbano esplendoroso, con amplias avenidas, hermosas áreas verdes, grandes centros recreativos, etcétera; acá, un crecimiento anárquico, caos vial, basura y contaminación.

Inclusive, se creó el Consejo Binacional de la Buena Vecindad auspiciado por gente notable de uno y otro lado, como el Lic. Orlando Deándar Martínez, a fin de tomar acciones precisas que fomentaran el intercambio de bienes y de personas y limaran las asperezas que pudieran suscitarse en una relación tan vigorosa, de beneficio recíproco. Llegó a considerarse a la zona fronteriza de México con los Estados Unidos como la región más dinámica del mundo.

Ahora, sólo quedan los puros recuerdos y uno que otro prestador de servicios turísticos empeñado en hacer resurgir el turismo en la frontera. Las circunstancias que han desencadenado el eclipse de la buena relación son muchas y tiene que ver con dos factores fundamentales: la corrupción en México y el afán antiterrorista en los Estados Unidos. Ambas causas han generado niveles de desconfianza difíciles de superar.

Para remachar este ambiente de recelo, en el vecino país han empezado a darse manifestaciones de xenofobia e intolerancia como la que fue recientemente denunciada, en el sentido de que en varios comercios e instituciones los gerentes y directores han prohibido a su personal hablar en español, tanto entre sí, como con los clientes y usuarios de los servicios que prestan. Puro inglés y, si no, a señas.

Quienes tales disposiciones han dictado, desconocen o pretenden desconocer la relación que existe entre los pueblos de ambos lados de la frontera. Fuera del hecho histórico de que esos territorios fueron una vez de México, existe una relación profunda entre los habitantes de la región fronteriza, reforzada por lazos sanguíneos; muchas familias están asentadas en los dos lados y van y vienen constantemente, como si la división política no existiera o, cuando menos, no fuera un factor de fragmentación.

En esta relación, aunque se ha generado la errónea concepción de que son los mexicanos quienes más ganan; la realidad echa de ver que los más beneficiados han sido los de allá, cuyos comercios se ven constantemente abarrotados por la raza de bronce que gasta, unos con cautela, haciendo rendir sus pesos; otros, sin recato, especialmente los políticos a los que poco cuesta adquirir bienes suntuosos, haciendo florecer el comercio y con ello estimulando el crecimiento económico.

No está en manos de las autoridades y los organismos regionales poner alto a la corrupción aquí ni a la fobia antiterrorista allá; pero, bien harían en buscar mecanismos de conciliación que permitan reanudar el intercambio de visitantes que tanto beneficio trajo para ambas fronteras. 

Al principio del deterioro de las relaciones, dos personajes ampliamente conocidos y estimados: don José Elías Maciel, de Canaco Reynosa y doña Ernestina Fernández, de la Cámara de Comercio de McAllen, alentaron la Caravana de la Amistad que cruzó la frontera y llegó hasta Monterrey con mensajes de ánimo a la buena vecindad. Algo está haciendo don Adán Cisneros y ahora su hija; pero, falta más.

Hace falta una acción más dinámica, más activa, más provechosa. 

La buena vecindad entre las comunidades asentadas en ambas márgenes del rió Bravo, de las que se decía que no separaba, sino unía el largo caudal, no fue resultado de la casualidad. Los provechosos oficios de las organizaciones sociales, políticas, empresariales y culturales de los dos lados, dieron como resultado un clima de armonía, entendimiento y avenencia, que generó una notable afluencia en ambos sentidos.

Los alcaldes fronterizos, las cámaras de comercio, las instituciones de educación superior, los clubes de servicio, alentaban el equilibrio en las relaciones, a pesar de la asimetría del desarrollo que se echa de ver en los pueblos y ciudades ubicadas a lo largo de la frontera de México con los Estados Unidos: allá, un desarrollo urbano esplendoroso, con amplias avenidas, hermosas áreas verdes, grandes centros recreativos, etcétera; acá, un crecimiento anárquico, caos vial, basura y contaminación.

Inclusive, se creó el Consejo Binacional de la Buena Vecindad auspiciado por gente notable de uno y otro lado, como el Lic. Orlando Deándar Martínez, a fin de tomar acciones precisas que fomentaran el intercambio de bienes y de personas y limaran las asperezas que pudieran suscitarse en una relación tan vigorosa, de beneficio recíproco. Llegó a considerarse a la zona fronteriza de México con los Estados Unidos como la región más dinámica del mundo.

Ahora, sólo quedan los puros recuerdos y uno que otro prestador de servicios turísticos empeñado en hacer resurgir el turismo en la frontera. Las circunstancias que han desencadenado el eclipse de la buena relación son muchas y tiene que ver con dos factores fundamentales: la corrupción en México y el afán antiterrorista en los Estados Unidos. Ambas causas han generado niveles de desconfianza difíciles de superar.

Para remachar este ambiente de recelo, en el vecino país han empezado a darse manifestaciones de xenofobia e intolerancia como la que fue recientemente denunciada, en el sentido de que en varios comercios e instituciones los gerentes y directores han prohibido a su personal hablar en español, tanto entre sí, como con los clientes y usuarios de los servicios que prestan. Puro inglés y, si no, a señas.

Quienes tales disposiciones han dictado, desconocen o pretenden desconocer la relación que existe entre los pueblos de ambos lados de la frontera. Fuera del hecho histórico de que esos territorios fueron una vez de México, existe una relación profunda entre los habitantes de la región fronteriza, reforzada por lazos sanguíneos; muchas familias están asentadas en los dos lados y van y vienen constantemente, como si la división política no existiera o, cuando menos, no fuera un factor de fragmentación.

En esta relación, aunque se ha generado la errónea concepción de que son los mexicanos quienes más ganan; la realidad echa de ver que los más beneficiados han sido los de allá, cuyos comercios se ven constantemente abarrotados por la raza de bronce que gasta, unos con cautela, haciendo rendir sus pesos; otros, sin recato, especialmente los políticos a los que poco cuesta adquirir bienes suntuosos, haciendo florecer el comercio y con ello estimulando el crecimiento económico.

No está en manos de las autoridades y los organismos regionales poner alto a la corrupción aquí ni a la fobia antiterrorista allá; pero, bien harían en buscar mecanismos de conciliación que permitan reanudar el intercambio de visitantes que tanto beneficio trajo para ambas fronteras. 

Al principio del deterioro de las relaciones, dos personajes ampliamente conocidos y estimados: don José Elías Maciel, de Canaco Reynosa y doña Ernestina Fernández, de la Cámara de Comercio de McAllen, alentaron la Caravana de la Amistad que cruzó la frontera y llegó hasta Monterrey con mensajes de ánimo a la buena vecindad. Algo está haciendo don Adán Cisneros y ahora su hija; pero, falta más.

Hace falta una acción más dinámica, más activa, más provechosa.