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¡Aguas, señor Presidente!

El dicho popular que asegura que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que los aguante, tiene sentido a la luz de los hechos que registra la historia

El dicho popular que asegura que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que los aguante, tiene sentido a la luz de los hechos que registra la historia. La acumulación de la riqueza en unas cuantas manos a costa de la miseria de los pueblos llega a extremos en que se vuelve más razonable morir de un balazo que de hambre. Los oprimidos se levantan en contra de sus opresores en intensa búsqueda de lo que se conoce como justicia social.

La historia de México registra como fechas de inicio de las luchas vindicatorias a 1810, como el año en que empezó la Guerra de Independencia; a 1910, como el inicio de la Revolución Mexicana, la primera revolución social del siglo XX; ¿se cumplirá el ciclo en este inicio de siglo?, ¿se ha iniciado ya con características diferentes a las anteriores?

¡Aguas, señor Presidente!

En esta época, como a finales de la Colonia y durante el Porfiriato, los miembros de las castas privilegiadas pisan sobre alfombras de seda, mientras los peones y los obreros apenas sobreviven con salarios miserables que no les alcanzan ni para comer todos los días. Antes fue con las encomiendas en la Nueva España; el peonaje en las postrimerías del siglo XIX y las maquiladoras ahora. Todos, sistemas de explotación que permiten grandes ganancias para los dueños de los medios de producción y pobreza para el peón.

La Independencia y la Revolución propiciaron regímenes que promovieron el progreso de los pueblos y el bienestar de sus habitantes con la fórmula casi mágica de la justicia social. Durante la mayor parte del siglo XX, México progresó aceleradamente para situarse al lado de las naciones avanzadas, con una economía mixta que permitía al mismo tiempo obtener fortunas lícitas con trabajo y dedicación, y brindar protección a quienes sólo tenían sus manos para llevar la gorda a su casa. 

Se crearon las grandes instituciones del Estado mexicano; las empresas paraestatales llevaron los beneficios de la modernidad hasta los rincones más apartados; la educación fue puntal del desarrollo y la solidaridad el distintivo de los mexicanos (pásele, esta es su casa). Ahora, gracias a la excesiva concentración de la riqueza en manos de la plutocracia, ha desaparecido la clase media. Sólo hay unos pocos ricos muy ricos y muchos pobres muy pobres. Los pueblos semejan parajes desolados; por doquier hay casas abandonadas, comercios cerrados y terrenos enmontados. Lo que antes fue de jauja y alegría es ahora de luto y silencio. 

Tiempo es de que los gobernantes asuman su compromiso de servir a la gente y dejen de ser socios y cómplices de la plutocracia que engulle todo en un enfermizo afán de riqueza; que puedan rectificar el rumbo y eviten que los miserables tomen la determinación de coger por la fuerza lo que por justicia se les niega.

Ojalá que quienes pidieron el voto popular para asumir los puestos de gobierno y los cargos de representación, tengan la sensibilidad suficiente como para escuchar el reclamo popular que está diciendo: “¡Aguas, señor presidente, que el país se le puede ir de las manos. Hay demasiadas armas y demasiada irritación en la calle!”.

Fue un error haber regresado a Raúl Salinas los muchos millones de dólares que robó a los mexicanos y que el presidente Zedillo, en un acto de congruencia, le incautó; fue un error haber traído al antimexicano Trump a México y recibirlo como jefe de Estado.

Ya se incendiaron las praderas en el Oriente Medio por las mismas razones de malas decisiones, injusticia y desigualdad, que se están dando aquí y en todos los confines de planeta. Corresponde a las autoridades evitar que eso ocurra aquí. ¡Aguas!