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A las puertas de la 4T

En vísperas de la 4T, se torna imperativo que los aborígenes se sacudan la modorra y estén prestos a jalar la carreta para sacar al buey de la barranca. Ir en pos de la justicia social, que no es otra cosa que acabar con desigualdad económica, política y social y poner fin a la simulación. Una lleva a la otra. Han llegado los tiempos de dejar en el arcón del olvido la máxima de que haces como que me pagas y hago como que trabajo.

Los gobiernos neoliberales proclamaban ufanos que estaban ganando la batida contra la pobreza; pero, desde que Salinas puso al frente de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, al ‘betabel’ Basilio González Núñez, el funcionario más veterano en la alta burocracia mexicana, que percibe al mes 173 mil 620 pesos brutos, el nivel de vida de los trabajadores ha caído en picada. Según el Ing. Manuel Aguirre Botello, en su portal Evolución del Salario Mínimo en México de 1935 a 2018, el salario mínimo actual de 88.36 pesos equivale a $260.53 comparado con los salarios mínimos del `70.

A las puertas de la 4T

La doble pinza que ha venido a provocar la precarización del trabajo forma parte del proyecto neoliberal, derivado del Consenso de Washington en que se privilegia al gran capital sobre el interés social para cumplir con los ordenamientos de los organismos financieros internacionales: Reducción del gasto público, privatización de empresas del Estado, libre comercio, desregulación financiera, liberación de tasas de interés y del tipo de cambio, puertas abiertas a la inversión extranjera y producción orientada a las exportaciones, con descuido de los mercados internos, del campo y de la industria.

Los resultados no pueden ser más dramáticos y más inhumanos: Según el Coneval en su informe de Evaluación de Política de Desarrollo Social 2018, la pobreza aumentó en 3.9 millones de personas en los dos últimos años, para llegar a los parámetros de 53.4 millones, equivalentes al 43.6 por ciento de la población nacional, en tanto que los ingresos de los 10 hombres más ricos del país llegaron a más de 85 billones de pesos.  

Absurdo sería estar en contra de quienes han logrado amasar una fortuna a base de esfuerzo y talento; más si esos recursos se han orientado hacia la inversión real para producir bienes y servicios y con ello generar el círculo virtuoso de Producción-Empleo-Ingresos per cápita-Consumo-Ahorro-Pago de Impuestos-Crecimiento, que se indica como ideal de la economía sana y próspera en la sociedad capitalista moderna.

Pero, en México, a partir de la cena del 23 de febrero de 1993, realizada en la casa del exsecretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, tío de Salinas, a la que acudieron los 30 personajes más pudientes del Anáhuac, aportando 25 millones de dólares cada uno, las boyantes empresas del Estado mexicano, que no generaban riqueza sino bienestar para los mexicanos y progreso para el país, todo ha sido rapiña con el capitalismo de amigos, protegido a ultranza por las instancias del poder político a cambio del moche.

Con el discurso trasnochado desgarrándose las vestiduras, los políticos y gobernantes hacían las veces de auténticos verdugos, deteniendo la pata de los asalariados para que los potentados pudieran pujar por las posiciones de los más ricos del mundo y de las revistas dedicadas a ensalzar el ego. Cada régimen llegaba con el discurso de la democracia, de la justicia y de la igualdad. Hubo uno que dijo que habría de pisotear a las víboras prietas y a las tepocatas con sus botas, antes de aliarse con ellas sin pudor.

Pero, como asegura un viejo y conocido refrán: No hay más que dure cien años ni pueblo que los aguantes. Como en 1810, como en 1910, ahora México está a las puertas de la Cuarta Transformación, que habrá de dar el fruto deseado de una sociedad mas justa e igualitaria.