Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

Robin

“Tuve un amigo que se fue con el alba. Él volaba conmigo compartiéndome sus alas”.

Así reza una canción de Alberto Cortés y así tuve yo también un amigo. Su nombre: Fernando Alberto Olvera Cavazos, pero sus amigos lo llamábamos Robin.

Robin

Era un año mayor que yo y lo conocí en el grupo de Boy Scouts, yo de 12 años. Éramos tan diferentes como el día y la noche. Yo era un jovencito de casa obediente a mis padres, él era un rebelde que a veces se escapaba de su casa para vivir unos días libre. Yo era tímido e introvertido, él era alegre y carismático. Yo vivía con miedo en ese entones, él parecía retar a la vida.

Pero me conoció y no se por qué, empezó a compartirme sus alas. Me brindó confianza y me abrió las puertas de su casa. Platicaba conmigo y me ponía atención, poniendo su mano en mi hombro y dándome palabras de ánimo.

Yo me sentía tan protegido con él como se puede uno sentir con un amigo verdadero y el mundo me parecía un lugar menos atemorizante cuando veía la confianza con que él lo enfrentaba. Él representaba todo lo que yo no me atrevía a ser.

ALAS ANHELADAS

Recuerdo que en un campamento, Robin nos propuso a otro compañero y a mi que hiciéramos un refugio en un lugar algo apartado de donde estaban los demás. Cuando dieron el toque de queda nos fuimos los tres sigilosamente al refugio que habíamos construido, encendimos una fogata y estuvimos hasta altas horas de la noche platicando. Él nos habló de los planes que tenía, lo que quería hacer en la vida. Yo no supe qué decir al respecto en ese momento, pero anhelaba algún día llegar a tener alas, como esas que Robin me prestaba para soñar. Pasamos esa noche en el refugio y a la mañana siguiente, cuando sonó el llamado para reunirse, regresamos con los demás. Y así pasaron algunos años. Unos pocos años realmente.

Un domingo por la mañana estaba yo en casa de otro amigo y me habló mi madre para pedirme que viera el periódico. En un evento que fue muy sonado en la ciudad, Robin y su hermano mayor, Leobardo, habían perdido la vida el día anterior. Habían atendido el llamado para reunirse en un campamento diferente, en una esfera diferente. Robin tenía 17 años.

Nunca he vuelto a ver una procesión tan grande como cuando fuimos a entregar sus restos al panteón. Seguramente muchos otros también habían volado con las alas de esa alma libre.

MISIÓN CUMPLIDA

Al terminar el servicio, la gente se fue retirando poco a poco. Finalmente me quedé solo frente a la tumba de mi amigo y entonces pude romper a llorar libremente.

Cuando terminé de desahogar mi corazón, reuní algunas piedras y formé sobre su tumba el símbolo de “fin de pista”, aquel que usábamos para indicar que el recorrido había terminado en las competencias de seguir pistas en el campo y que también significaba “misión cumplida”. Le dije “hasta luego”, le deseé buen viaje y regresé caminando el largo trecho a casa, ya al caer la noche.

Dice también Alberto Cortés: “cuando un amigo se va, queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río”. El recuerdo de aquella fogata junto al refugio no lo han podido apagar las aguas del tiempo. A veces imagino que estoy frente a esa fogata platicándole a Robin lo que ha sido de mi vida. Siento su sonrisa de aprobación y su mano en mi hombro como tantas veces lo hizo y le doy gracias a Dios por haberme permitido tener un amigo así.

LAZOS DE AMISTAD SIN FIN

En un sabio libro leí la siguiente frase: “la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá también allá, pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos”.

Me llena de gozo saber que los lazos de amistad no terminan en este mundo y que algún día podré hacer lo que no alcancé a hacer aquí: darle las gracias a Robin por haberme prestado sus alas cuando yo las necesitaba y no las tenía y mostrarle con orgullo las alas que llegué a formar y que en buena parte él me ayudó a iniciar.

En esta ocasión sólo he querido brindar un pequeño homenaje a alguien que en vida me homenajeó como si fuera yo el rey de Inglaterra, a pesar de ser sólo un tímido muchacho.

Gracias Robin, quiero que sepas que aún conservo la camiseta en donde hiciste un dibujo y aquella fotografía que tomaste. Gracias por la amistad y las alas. Nos veremos cuando suene el llamado.