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Simplón

Uno de los cuentos que solía contarles a mis hijos era el de “Las tres plumas mágicas”, de Milissa Sierra, que aprendí de un disco que mi madre me compró de pequeño.

Trataba de un rey que tenía tres hijos: Carlos, Pedro y Rubén, el más pequeño, aunque este último eran tan simple, que sus hermanos le decían Simplón. El rey quería abdicar, pero no estaba seguro a cuál de sus hijos heredarle el trono, así que decidió ponerlos a prueba. Los llevó a la torre más alta del palacio y les mostró tres plumas mágicas, cada una de diferente color, explicándoles que las lanzaría al viento. Cada hermano seguiría el camino que le marcara la pluma asignada y el que le trajera el anillo más bonito, ese heredaría el trono.

Simplón

Las plumas asignadas a Carlos y Pedro volaron, una hacia el norte y otra hacia el sur. Ambos salieron raudos y veloces en sus respectivos caballos a buscar lo que se les había pedido, pero la pluma blanca de Rubén sólo fue cayendo en pequeños círculos sin volar hacia ningún lado. Rubén se sintió triste y pensó: “mi pluma no voló hacia ningún lado. Debe ser porque soy simple como me dicen mis hermanos”.

Entonces, su hada madrina lo guía hasta un lugar debajo de la Tierra, un extraño reino poblado por cientos de ranitas y gobernado por una de ellas quien, viendo la nobleza de Rubén, le ayuda obsequiándole un hermoso anillo para que se lo lleve a su padre.

Carlos y Pedro, pensando que podían engañar al rey, habían llevado un anillo barato, el primero que encontraron, por lo que obviamente Rubén gana la competencia, pero ante los alegatos de los hermanos por recibir otra oportunidad, el rey se las da, encargándoles ahora el tapete más bonito que pudieran encontrar. La historia se repite exactamente igual, con los mismos resultados.

Nuevamente, ante los alegatos de los hermanos y como prueba final, el rey les dice que lanzará las plumas por última vez y que aquel de ellos que le lleve a la joven más hermosa —para que le ayude a reinar— heredará el trono. Las plumas se lanzan y una vez más, Rubén se va directo a ver a su amiga la ranita.

Al escuchar la nueva petición, la ranita reina le dice a Rubén: “¿una joven hermosa? Por el momento no tengo ninguna, pero toma, llévate a esta ranita, es la más hermosa que tengo”. Rubén sale de ahí pensando: “a mi me parece que esta ranita no es ninguna joven hermosa, pero a la ranita reina le ha de parecer así y como ha sido tan buena conmigo no la puedo ofender; se la tendré que llevar a mi padre”.

Para no hacerles el cuento tan largo —literal—, Carlos y Pedro llegaron con jóvenes muy agraciadas, su padre quedó muy complacido y cuando le pregunta a Rubén, él le dice: “papá… yo no traje a ninguna joven hermosa, sólo traje… a esta ranita”. Los hermanos se destornillan de risa burlándose de Simplón, su padre se enoja muchísimo y lo reprende, pero Rubén sólo atina a explicarle que lo hizo por amistad. “¡¿Por amistad a quién?!”, pregunta el rey enfurecido.

En ese momento cientos de ranitas entran brincando al palacio, presididas por la ranita reina y se plantan ante el rey. Después de presentarse, la pequeña soberana le explica que por amistad hacia ella, su hijo llevó a esa ranita. El rey le dice que su reino no podía ser gobernado por una rana y entonces, mágicamente, la ranita reina se transforma en una bellísima hada y las ranitas en hermosas jóvenes, siendo la que Rubén llevaba la más encantadora de ellas.

El hada explica al rey que ella había querido poner a prueba la bondad y la lealtad de su hijo menor, quedando así demostrado que era el más apto para gobernar, como finalmente ocurre. Y colorín colorado, esta “versión exprés” de cuento se ha acabado.

Me gusta la historia de Simplón. Me gusta pensar que aunque no tenga yo algunos atributos personales que otros hermanos humanos tengan y que podrían ser más “cotizados”, tengo los atributos necesarios para cumplir la asignación que se me dio al llegar a este mundo. Me gusta pensar que cuando nuestras acciones se guían por valores como la amistad, la lealtad y otros similares, aunque a veces sufriremos decepciones, lo cierto es que viviremos en paz con nosotros mismos.

Me gusta pensar que hay un ser que me conoce y guía mi vida y que a veces me hace pasar por experiencias difíciles para ponerme a prueba y sacar de mi interior lo mejor de mi mismo.

Y tal vez a algunos esto les parecerá absurdo, ingenuo o hasta cándido, pero aun así, a mi me gusta pensar y confiar en todo esto. Así que no hay problema, si alguien lo desea, puede llamarme simplemente “simplón”.