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En constante evolución

Siempre fue la más frágil de todos sus hermanos. De pequeña, inspiraba gran ternura entre los adultos. Más de uno dijo que parecía una gatita, menudita y con una mirada y una sonrisa ensoñadoras.

Sus hermanos mayores, Diana y Jesús, la adoraban, pero a veces también les gustaba hacerla repelar con sus bromas, aunque hubo un tiempo en que supieron guardar una respetable distancia.

En constante evolución

Fue cuando, teniendo ella siete años, se rompió un brazo y se lo enyesaron y al sacarla de sus casillas, los correteaba por toda la casa con el brazo enyesado en alto con la salvaje intención de “sorrajarles” un yesazo por la cabeza.

VENCIENDO LA TIMIDEZ

Con los extraños era extremadamente tímida. Cuando comíamos en un restaurante y necesitaba algo, me pedía que yo se lo pidiera al mesero. Al darme cuenta de su timidez, empecé a decirle que, si quería algo, lo pidiera ella directamente. Las primeras veces sufrió horrores. Incluso una vez se le lloraron los ojos y prefirió no pedir lo que necesitaba, pero no la ayudé. Dirán que qué cruel, pero yo sabía que su timidez no le serviría al mundo y mucho menos a ella.

Pero aquella pequeñita tímida y frágil hizo honor a su nombre, Zaida, nombre hebreo que significa “la que está en constante evolución”. Actualmente es una joven autosuficiente y fuerte.

El año pasado decidió prepararse para participar en una competencia estatal de “Wellness”, una versión “light” del fisiconstructivismo. Aunque estaba consciente de que sería difícil ganar por ser su primera vez y porque se enfrentaría a chicas de mucha más experiencia, se entregó con empeño y entusiasmo. Atendiendo escuela, trabajo, clases de inglés y gimnasio, casi no le quedaba tiempo para descansar ni divertirse, pero siguió adelante. Guiada por su experimentado entrenador, su físico fue adquiriendo gradualmente la forma que las reglas de ese deporte exigen.

El viernes pasado, a unas horas de la competencia, me externó los nervios que sentía. Le compartí algunos tips y ejercicios para controlarlos y le di mi bendición. Pues resulta que esta condenada chaparrita, esa niña extímida y exfrágil, hizo lo que Julio César, el emperador romano que dijo “Veni, Vidi, Vici” – Vine, vi y vencí –. Se plantó con tamaña seguridad ante el público y los jueces, entregó todo su ser en las pruebas… ¡y obtuvo el primer lugar! 

Cuando se supo que había ganado, yo andaba en la calle y mi esposa me habló para darme la noticia. Como una hermosa coincidencia, a los pocos minutos, el CD que iba escuchando en el carro empezó a tocar una canción cuyo título refleja lo que muchas veces les he dicho a mis hijos: “No hay montaña suficientemente alta” (“Ain’t no mountain high enough”), de Diana Ross.

TODO TIENE UN PRECIO

Cuando estén dispuestos a pagar el precio, cuando estén dispuestos a entregar lo mejor de sí, no habrá montaña suficientemente alta como para que no la puedan escalar. 

Felicidades, hijita. Sigue adelante y aplica lo que te decía en aquellos restaurantes: si quieres algo, pídelo directamente, ve por ello, no dependas de nadie para alcanzar tus metas y mucho menos tu felicidad. Pero nunca te olvides de contar con la guía del Gran Entrenador, aquel que te llevará de la mano para salir airosa en tus competencias más difíciles en este torneo llamado “Vida”.

Tus palabras en la red social al terminar el evento me encantaron: “durante mi preparación hubo muchos que me escucharon decir ‘de todos modos no voy a ganar’. Fue un reto muy difícil, demasiado, diría yo. La gente te ve, observa lo que haces y te admira y piensa que es difícil, pero no importa qué tan difícil crean que es, les aseguro que lo fue tres veces más de lo que ustedes pensaron. Al principio quería demostrarle a la gente que cuando quieres lograr algo, se puede. Sí se puede trabajar y estudiar, sí se puede trabajar, estudiar e ir al gimnasio, sí se puede trabajar, estudiar, ir al gimnasio y prepararse para competir. Al principio estaba dispuesta a entregarlo todo y lo hice, pero más de una vez tiré la toalla y gracias a Dios SIEMPRE hubo alguien que la recogiera, me la devolviera y me secara el sudor para poder terminar esas últimas dos repeticiones que me faltaban. No, definitivamente no es fácil, pero cuando te das cuenta de que no sólo lograste lo que te propusiste, sino mucho más que eso, esa felicidad que tu corazón siente, no se compara con nada”. 

Elocuentes palabras de una niña que no se atrevía ni a hablarle al mesero.