Columnas > PUNTO DE VISTA

¡Qué bueno que no tuve una mamá ideal!

Cuándo adolescente idealizaba una mamá perfecta, quería que no fuera regañona, que fuera más paciente, abierta.

Que no me impusiera límites para salir a divertirme, o para tener novios y amigos, no quería horarios impuestos ni perfección en mi lenguaje, vestido ni comportamiento.

¡Qué bueno que no tuve una mamá ideal!

¿Por qué no tuve una mamá ideal?... me cuestionaba internamente.

No quería que me cuidara tanto ni que me llenara de mimos, ni abrazos, ni que se preocupara, ni pasara noches en vela; al fin al cabo nada me podía pasar.

Ahora como adulta y con hijos que guiar entiendo que todas debemos de conducirnos con este orden característicos de las mamás, ese código que se nos activa desde el momento en que concebimos y comienza a crecer ese ser dentro de uno, desde ahí nos codificamos ya como mamás con el fiel propósito de desarrollar buenos hijos, con valores, educación y buen corazón.

Los límites tienen su lado bueno, nos brindan seguridad, la posibilidad de potenciar nuestra capacidad, desarrollo y bienestar, ahora lo entiendo. 

Es parte de la protección, que nosotros sabemos como dar, traducido en regaños, alguno que otro ´chanclazo´, jalón de oreja, pellizco; o esa mirada fulminante.

Ser flexible y permisiva nos augura un futuro nada prometedor para nuestros hijos.

Los hábitos cotidianos nos enseña principios y valores para enfrentar el día a día, con seguridad, respeto y amor.

Por eso ahora doy gracias de no haber tenido una mamá ideal...

¡Feliz Día de las Madres!