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¿Puede un sueño morir de frío?

Me encanta la música. Trabajo con música. Estudio con música. Me baño con música (eso sí, no canto en la regadera). La música me relaja, me inspira, me transporta, me llena. Me puedo amanecer cantando con la guitarra o el karaoke, como intenté hacerlo en una pasada reunión familiar, hasta que una tía me mandó callar a las 4 de la mañana (“Por favor díganle a Chucho que ya se calle; hay algunos que sí queremos dormir”). Dice mi esposa que hasta canto dormido. No sé, nunca me he escuchado.

Bueno, el caso es que hace algunos años sonaba una bonita canción de Shaila Durcal (la hija de Rocío) cuya letra decía: “Tanto cielo perdido, tantos sueños muriendo de frío” y me pregunté a mí mismo: “Mí mismo, ¿puede un sueño morir de frío?”.

¿Puede un sueño morir de frío?

SUEÑOS QUE SE MUEREN

La respuesta indudablemente es “sí”, un sueño sí puede morir de frío. Los sueños nacen del corazón y necesitan el calor que les da la persona mientras sigue creyendo en ellos, mientras sigue luchando por alcanzarlos. Cuando somos niños y jóvenes albergamos grandes sueños en nuestro corazón y decimos: “Cuando sea grande voy a hacer esto, cuando sea grande voy a hacer esto otro”. La vida, sin embargo, a veces nos hace que vayamos olvidando nuestros sueños, los vamos arrumbando en el desván, los vamos desterrando de nuestro corazón, y entonces mueren de frío.

La triste consecuencia de esto es que, como dice Paulo Coelho en El Peregrino: “Cuando renunciamos a nuestros sueños tenemos un pequeño periodo de tranquilidad, pero después los sueños muertos comienzan a podrirse dentro de nosotros y a infestar todo el ambiente en que vivimos. Comenzamos a volvernos crueles con quienes nos rodean y, finalmente, dirigimos esa crueldad contra nosotros mismos. Surgen las enfermedades y las psicosis. Lo que queríamos evitar en la lucha por nuestros sueños – la decepción y la derrota – se convierte en el único legado de nuestra cobardía”.

MANTÉN VIVOS TUS SUEÑOS

Recuerdo haber visto hace mucho una película que se llamaba “La Guerra del Fuego”. Trataba de la gente de la época de las cavernas, cuando los primeros hombres no sabían todavía cómo producir el fuego. Entonces, cuando caía algún rayo e incendiaba un árbol, ellos utilizaban el fuego y luego buscaban la manera de preservar aunque fuera una llamita y la cuidaban como lo más preciado, transportándola con ellos para volver a utilizarla, pues no sabían cuándo volvería a caer otro rayo.

Así debemos cuidar nuestros sueños. Así debemos mantener encendida la llama en nuestro corazón para que nuestros sueños no mueran de frío, pues no sabemos cuándo los necesitaremos para darnos el impulso de seguir adelante, de enfrentar un desafío, de luchar contra la adversidad. Debemos cuidar nuestros sueños, porque muchas veces no nos damos cuenta de que se están muriendo. Germán Dehesa dijo en una ocasión: “Nadie se aleja de golpe de sus proyectos de vida: una concesión aquí, una omisión allá y de pronto ya no somos lo que podríamos haber sido”.

La frase de la canción que mencioné al principio decía también “tanto cielo perdido”. Cuando renunciamos a nuestros sueños perdemos también ese pedacito de cielo que nos correspondía y que representa la felicidad que alcanzamos cuando logramos realizar un sueño. Querido amigo, amiga, no dejes que se pierda esa porción de cielo que estaba destinada para ti. Esa porción de cielo está ahí, esperándote, es solo que tienes que subir por ella. Crea y vive tu propio cuento de hadas y, en palabras de otra canción: “Haz que tu cuento valga la pena, haz de tus sueños la ilusión. Y cuando crezcas nunca lo pierdas, porque perderás tu corazón”.

Nunca es tarde para seguir luchando por un sueño, y es precisamente la posibilidad de realizarlo, lo que hace que la vida sea interesante. A veces no los alcanzarás, a veces podrás decepcionarte, pero es preferible sufrir una decepción luchando por tus sueños, que decepcionarte de ti mismo por no haber tenido el valor de hacerlo. Y créeme, duele más lo segundo.