Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

Manejando dormido

Cuando estaba en la rondalla de la prepa, a veces dábamos serenatas en Río Bravo, así que frecuentemente me tocaba venir a altas horas de la madrugada manejando de regreso a Reynosa. Obvio, no existía esa “carreterota” ancha que hay ahora. Eran solo dos carriles.

Una de esas veces venía manejando cansadísimo; me acompañaba mi compadre Roel. Los dos veníamos callados por el sueño que traíamos. Platica él que en cierto punto del camino venía a lo lejos un coche en sentido contrario y yo hice mi auto hacia su carril y luego me regresé al mío. Él pensó “Ah, qué mi compadre, de seguro viene jugando”. Dice que más adelante volví a hacer lo mismo pero tardé un poco más en regresar a mi carril, y él pensó “de seguro le quiere dar un susto al otro coche”. Ya cuando el coche venía más cerca, dice que volví a invadir el otro carril. Cuando vio que no me regresaba y el otro ya estaba muy cerca, me dijo: “Compadre… COMPADRE… ¡COMPADRE!!”. Yo reaccioné y moví el coche apenas a tiempo para evitar estrellarnos. Lo último que yo recordaba era haber salido manejando de Río Bravo. A partir de ahí, mi compadre empezó a correr la voz de que yo manejaba dormido.

Manejando dormido

En piloto automático

La anécdota me sirve para reflexionar que a veces podemos ir manejando dormidos por la vida. Cuando vamos en piloto automático; cuando nada nos entusiasma, nada nos apasiona.

Hubo una vez un niño de color en una populosa ciudad de Estados Unidos. A pesar de su pobreza, asistía a la escuela, y de camino a ella, pasaba por una tienda donde tenían una bicicleta azul en el aparador. El niño estaba enamorado de la bicicleta azul. Todos los días, se iba con suficientes minutos de anticipación para contemplarla un rato.

Se propuso trabajar y ahorrar dinero para poder comprarse la bicicleta, así que después de la escuela, empezó a trabajar como “paqueterito” en un supermercado. Después de muchos meses de arduo sacrificio, logró reunir la cantidad suficiente y compró su anhelada bicicleta azul. El primer día salió radiante para su trabajo en la bicicleta y la dejó por ahí para ponerse a trabajar. Cuando salió del trabajo, le habían robado la bicicleta.

Ese niño, al crecer, llegó a ser conocido como Mohammed Alí, una de las más grandes glorias que ha dado el boxeo internacional. Dicen que cuando iba a pelear, sonaba la campana, se levantaba y le decía a su oponente: “¡TÚ FUISTE EL QUE ME ROBÓ MI BICICLETA!” Se le iba encima como una locomotora y, acto seguido, procedía a ponerle una “ma…raquiza” a colores que no se la acababa. Muchas veces, antes de que el contendiente pudiera entender por qué le había dicho eso, ya estaba en el suelo, escuchando el conteo del réferi. Ésa era la forma que Alí tenía para “encender su chispa”.

Enciende la chispa

A ti te digo: Encuentra algo que encienda tu chispa. No vayas por la vida apagado, opacado. No vayas por la vida manejando dormido, porque puedes llegar al punto de vivir sin vivir, de vivir como muerto en vida, y algún día se diría de ti: “Murió a los 20…lo enterraron a los 75”.

Mencionaba en alguna ocasión que, a mi parecer, uno de los grandes males de nuestro tiempo es el egoísmo. Pienso que otro de los grandes males modernos es el pesimismo. El pensar, “¿Para qué me esfuerzo? No tiene caso, de todos modos nunca lograré gran cosa”. Esa forma de pensar también mata el entusiasmo y la alegría de vivir. Evítalo como si fuera una plaga. Cuando te sientas tentado a caer en esos pensamientos, date unas cachetadas, mete la cabeza en una cubeta con agua fría, apágate un cigarro en el ombligo o haz cualquier otra cosa semejante que te haga reaccionar, que te haga despertar, que te haga recordar que tu contribución es importante, por muy insignificante que en el momento te pueda parecer. 

Muchos dicen: “Me gustaría dejar huellas en las arenas del tiempo”. Pero no puedes dejar huellas si te la pasas sentado sobre tu trasero, a menos que tu intención sea dejar huellas de trasero en las arenas del tiempo.

Despierta, antes de que te estrelles con el auto de la amargura, el resentimiento, y una vida gris. Despierta, pues hay mucho color a tu alrededor, y si estás aquí, es porque fuiste considerado capaz de poder pintar una obra maestra. No le regreses al Creador tu paleta de colores sin siquiera haberla usado. Te aseguro que se pondría muy triste.