Columnas > MONS. JUAN NICOLAU

La muerte nos traslada de una casa a nuestro hogar

Hay tiempo para todo. Hay tiempo de reír y de llorar, tiempo de celebrar y tiempo de padecer, hay tiempo para nacer y tiempo para morir, tiempo para olvidar y también para recordar.

En el año 998, gracias a un monje, San Odilo de Cluny, se instituyo el 2 de noviembre como el día para celebrar la vida de aquellos que habían partido a su última morada. Las exequias, esos últimos ritos con los que despedimos los restos de los que se nos han adelantado en el camino, siempre son impresionantes.

La muerte  nos traslada de una casa a nuestro hogar

Cada quien a su modo trata de mostrar respeto por aquel familiar, amigo o conocido, o por aquellos que han muerto al servicio de nuestro país,

aunque no los conociéramos personalmente, tratamos de participar en sus cortejos, tal vez parándose en silencio en las aceras de las calles por donde paso la carroza, o yendo al sepelio, o dedicando una misa para el descanso de su alma.

Ahora que celebramos el día de todos los santos y el día de los muertos, este uno y dos de Noviembre, seguimos la tradición de visitar el camposanto si es posible, asistir a una misa en donde la intención especial es por el descanso eterno de quienes han fallecido, el tener una veladora encendida permanentemente frente al retrato de ese familiar cercano

que ya no está, y si la familia lo acostumbra, colocando también algunas de las cosas que esa persona degustaba en vida, como ejemplo su bebida favorita, su platillo predilecto, frutas, o cigarrillos, etc.; Con estas celebraciones fortalecemos los lazos con nuestros seres queridos, aquellos que enriquecieron nuestras vidas con su amor, belleza, dulzura y compasión, y las nuevas generaciones comienzan a comprender mejor

la tradición de sus padres, o abuelos, por el empeño que ponen los maestros en las escuelas, y los diferentes museos de nuestro Valle de celebrar a los antepasados en el día de los muertos con los coloridos

altares dedicados a personajes famosos, o importantes para nuestra localidad, si no hay un altar dedicado a los soldados y marinos que han perdido la vida en por los ideales de nuestro país, debería haberlo.

El ambiente festivo de estos días en los cementerios llama la atención de algunos que no comprenden de que se trata, para nosotros los creyentes

en que hay vida después de la muerte, el morir no significa más que el primer paso para llegar a Dios, por lo que es un motivo de fiesta.

La misa es entonces la mejor manera de pedir por el descanso de los que se nos han ido.

Si entendemos que el cuerpo de la iglesia se divide en tres: la iglesia militante, donde debemos luchar día a día para vencer al mal en cada uno de nosotros y vivir siguiendo el ejemplo de Jesús; la iglesia triunfante, donde estaremos todos en la gloria de Dios padre; y la iglesia purgante, donde están aquellos que esperan por la gracia de Dios.

Es claro entonces que estos últimos son los que más necesitan de oración por parte de todos nosotros.

Psicológicamente hablando, el honrar su espíritu con un altar de muertos, y mejor aún con una misa, es también una forma de aliviar nuestra pena por la partida de un ser querido, nosotros creemos que la muerte nos traslada de una casa a nuestro hogar y que aquellos a los que se les recuerda con cariño nunca se van.

Entre los versos de Sta. Teresa de Jesús, encontramos uno que dice: “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero” y es que para nosotros los creyentes, ¡Él está vivo! y la muerte es un solo paso para llegar a nuestro verdadero hogar.

…Y recuerda que Dios te ama y yo también.

Msgr. Juan Nicolau,  Ph.D. STL. Sacerdote jubilado de la Diócesis de Brownsville. Es terapeuta familiar y consejero profesional con licencias.