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Frío, otro calvario para damnificados

Viven pesadilla los afectados por el sismo. En los campamentos de damnificados en la Ciudad de México las personas dependen de mantas y cobijas donadas para hacer frente a las bajas temperaturas

SIN ESPERANZA. Lucina Chávez, de 75 años, vive desde el sismo en un campamento.Frío, otro calvario para damnificados

Por Ricardo Della Coletta

Primero fue el sismo y tuvieron que dejar el departamento en el que vivían. Después, vino el miedo de que el edificio dañado fuera invadido. Armaron casas de campaña frente al inmueble para vigilar el único patrimonio que les quedaba: unos pocos muebles, ropas, electrodomésticos, televisores.

Luego vino lo más difícil: cuando llovía el agua invadía las carpas y empapaba las colchonetas y cobijas. Nadie dormía en las noches de lluvia.

A pocos días de cumplirse tres meses del terremoto del 19 de septiembre, los afectados por el sismo en la Ciudad de México que perdieron sus casas y se instalaron en campamentos en las calles de la capital se enfrentan ahora a un nuevo obstáculo: la brusca caída de temperatura durante los últimos días, con mínimas cerca de los cero grados.

“El sábado y el lunes (9 y 11 de diciembre) fueron los peores días”, recuerda Lucina Chávez, de 75 años, vecina de un edificio afectado por el temblor entre las calles 5 de febrero y Guipúzcoa, en la delegación Benito Juárez.

“Las colchonetas están muy pegadas al suelo y no pude dormir porque me dieron calambres toda la noche”.

La noche del miércoles 13 de diciembre esta anciana se abrigaba con una chamarra (chaqueta) y se frotaba las manos para calentarse. Son los mayores como ella y los niños del campamento los que sufren más con la oleada de frío en este campamento.

Chávez, que preparaba comida y la vendía en su barrio para obtener un ingreso extra para su familia, forma parte de un grupo que decidió instalarse en frente de la edificación de tres plantas que un día fue su casa.

Es una construcción antigua —Chávez llevaba 47 años viviendo allí— y el reducido valor de la renta les permitía vivir con poco en una zona céntrica y bien comunicada con el resto de la ciudad.

“Por aquí no se encuentra un departamento por menos de 8,000 pesos”, afirma Antonio Monterde Chávez, de 52 años e hijo de Lucina Chávez. Se quedaron en las carpas porque la ayuda que recibieron no les permitía encontrar una nueva casa cerca de ahí y no querían abandonar la región donde crecieron y donde trabajan. “El edificio es parte de nuestra vida”, cuenta Monterde.

La Secretaría de Desarrollo Social de la Ciudad de México entrega diariamente alimento a 11 campamentos en la capital mexicana.

En la calle Cinco de febrero 962, duermen cada noche entre 15 y 20 personas en casas de campaña prestadas por vecinos y parientes. Vivían en el edificio afectado más de 40 personas, pero muchos pasaron a dormir en las casas de familiares y se acercan al campamento apenas durante el día. Con la llegada del invierno, los que pudieron buscaron asilo para sus niños con familiares.

Los que se quedan durante la noche se enfrentan a las bajas temperaturas con nada más que mantas y cobijas. Algunas lograron sacarlas de los departamentos, pero la mayoría las recibieron como donaciones. “La solidaridad de la gente fue lo que más nos ayudó”, comenta Lucina Chávez.

Según datos del Servicio Meteorológico Nacional, un nuevo frente frío ingresará este jueves por el norte del país, lo que mantendrá las bajas temperaturas en la Ciudad de México, donde se esperan mínimas de entre cero y cinco grados.

“Hay un momento en la noche que el frío te levanta”, confiesa María de Jesús Valdez, de 33 años, que desde hace 12 vivía en el edificio. La noche del miércoles le tocó a Valdez estar de guardia para vigilar que nadie entrase en la construcción. “Nos quedamos caminando la madrugada de un lado a otro para vencer el frío”, comenta. Tiene tres hijos —el más joven nació pocos días antes del terremoto— y ante la llegada del invierno, los dejó en la casa de su suegra.

Nadie en el campamento esperaba seguir en la calle tres meses después del sismo. Sin tener adónde ir, fueron quedándose a la espera de una solución. La primera noche se hizo una semana, luego un mes. Lo que parecía provisional fue ganando aires de permanente y ya van casi 90 días. No tienen claro lo que va a pasar. Algunos dicen que la construcción se tiene que demoler, otros que les prometieron recuperarla. Lo único cierto es que nadie se arriesga a quedarse adentro por mucho tiempo en la estructura, que está inclinada y llena de grietas. El optimismo se desvanece conforme  bajan las temperaturas: “Cada vez es un obstáculo diferente. Ahora lo difícil es el frío, luego volverá a llover”, dice María de Jesús Valdez.




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