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Estampas de la condición humana

>EL LIBRO DE LA SEMANA< Dalton Trevisan, como toda la generación de autores brasileños nacidos en torno a 1925, perfila sus cuentos con asombroso dominio técnico y ensamblaje de géneros.

Estampas de la condición humana

Dalton Trevisan (1925) forma parte de una generación irrepetible de la narrativa brasileña, la de maestros como Autran Dourado (1926), Osman Lins (1924), Lygia Fagundes Telles (1923) o Rubem Fonseca (1925), el más conocido fuera de Brasil y el más traducido, y todos ellos apenas un lustro más jóvenes que la mítica y enigmática Clarice Lispector. Nacidos alrededor de 1925, como nuestros Juan García Hortelano, Carmen Martín Gaite o Caballero Bonald, los autores de la generación de Trevisan dominan la novela, pero prefieren el cuento y eligen las formas breves, que perfilan con asombroso dominio técnico y la convicción premonitoria de que la ficción narrativa sería híbrida y no estribaría tanto en la construcción de una trama como en el ensamblaje de géneros y discursos.

Dourado, el vanguardista rezagado que se vale del monólogo interior para difuminar esa trama vista como corsé, autor de Ópera dos mortos, comparte con Trevisan la recreación de asfixiantes universos interpersonales y la elevación de la anécdota cotidiana a la categoría de universo emocional, alcanzando una suerte de costumbrismo que se confiesa a sí mismo trascendente. Los cuentos de Fonseca reunidos en Lucía McCartney o en El cobrador convierten a su autor, como a Trevisan los textos que nos ocupan, en voyeur de la sociedad brasileña contemporánea, farisea, concupiscente, cínica y decididamente frívola. Se comportan como etólogos que observan en un espacio íntimo y en un instante doméstico la conducta del ser humano, enfrentado sobre todo a su propia libido y al incómodo límite que separa la instintiva carnalidad animal del individuo y las normas sociales que pretenden disimularla. Comparten perversión y prisa, una suerte de sentido instintivo, que no intelectual, del carpe diem y un tono festivo que oculta la miseria moral de sus personajes, que no son valleinclanescos enanos y patizambos que juegan una tragedia, sino mujeres y hombres interpretando sus propios papeles bajo la mirada atenta y antropológicamente lúdica del autor.

TEMAS FUERTES

Dourado ilumina en Imaginaciones pecaminosas escenas de cierta pedofilia inconsciente, sadomasoquismo doméstico, virginidades en entredicho, homosexualidades violentas, adulterios y pasiones eróticas. Nada, sin embargo, nunca a la vista, escondido todo bajo la liviana ropa de la agudeza verbal y un tejido de insinuaciones. Ríen de las inmoralidades convencionales mostrándolas en libidinosos interiores de Balthus o de Delvaux en los que se mueven los protagonistas enjaulados en atmósferas cargadas de electricidad emocional. Excitante melancolía. Provocación apenas refrenada. Escenas libertinas bajo un calor opresivo y ya sin el velo moral. Y la sordidez manando de cada página. Y cada página escrita con la naturalidad y la espontaneidad que únicamente permite un conocimiento sólido del artificio literario, que a su vez solo un bagaje extenso de muchas y buenas lecturas proporciona. Y la deslumbrante generación que traemos a colación es literaria, es libresca, tiene poética y discurso literario, cree en el verbo redentor y es díscola pero reconoce a sus maestros.

Trevisan, que ya se había consagrado en 1965 con su volumen de relatos O Vampiro de Curitiba, y que recibió en 2012 el Premio Camões, el Cervantes de la lengua portuguesa, también observa a sus semejantes — pese a no dejarse observar, huyendo del mundanal ruido como Salinger o Pynchon—, también describe sus hábitos en un marco de una crudeza infinita, también proclama la buena nueva del erotismo de barrio y también lo hace con prosa sucinta y ligera de equipaje, fotografías verbales cuyas imágenes ahorran comentarios aclaratorios.

OBRAS IMPRESCINDIBLES

El volumen que reseñamos reúne los relatos de Abismo de rosas (1976) y de Capitu sou eu (2003), que retoman temas y tonos de obras imprescindibles del autor, como Desastres do amor (1968). ‘Abismo de rosas’ retrata la relación fugaz de una lolita y un senex, con Chéjov en el recuerdo y la pérdida de la virginidad explicada a los niños… ‘Se llamaba Ricardo’ le hubiese fascinado a Carver, la muerte de un feto narrada con elipsis y una frase lapidaria final. ‘El borracho de nuestra señora’ esconde una perla poética entre sus greguerías y aforismos, “La lluvia avara cuenta y recuenta sus monedas en las latas del patio”. Ecos de la sensualidad de Amado en ‘Curitiba: olores y perfumes’. Eros y Tánatos en ‘Más que el ciprés’. Una síntesis perfecta de lo gótico en ‘La novia’. Viejos verdes, madres alcahuetas y putitas adolescentes, chulitos de escuela convirtiendo en adictas a mujeres maduras. Maravillosa narrativa suburbial. El drama aliviado por la palabra plástica y popular. Sutilezas de la transgresión y prostituciones del alma.

Con frecuencia el talento editorial radica en (re)descubrir viejos valores seguros en lugar de dar por seguros nuevos valores. Y se precisan más traducciones de Trevisan y de sus jóvenes compañeros nonagenarios.

(EPS)




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