El viaje a Laredo de Jean Louis Berlandier, 1826-1828
(Segunda parte)
En la tarde del día 24 de diciembre de 1826, la escuna Hanna Elizabeth por fin bajó anclas en el Nuevo Tampico, pueblo marítimo conocido en ese entonces como Santa Anna de Tamaulipas. El botánico francés Jean Louis Berlandier había cruzado el Océano Atlántico en esta embarcación, que había zarpado del puerto Le Havre-de-Grâce en Francia, desde el 14 de octubre de ese mismo año.
Berlandier venía como agregado de la Comisión de Límites que tenía entre sus objetivos explorar científicamente el noreste de México y la frontera entre México y Estados Unidos; la empresa estaba a cargo del General Manuel Mier y Terán. El francés permaneció por tres meses en Tampico, desde donde conoció los territorios circunvecinos e hizo un viaje a Tuxpan y a la Laguna de Tamiahua, antes de pasar a la Ciudad de México.
Berlandier explicaba que a las recuas de mulas les tomaba de 20 a 25 días de viaje entre Tampico y la capital de México, dependiendo del estado del tiempo que prevaleciera. El francés permaneció por cinco meses y medio en la Ciudad de México, antes que emprendiera con sus colegas el viaje hacia Texas. Entre sus notas dejó magníficas descripciones de los edificios, geografía, tradiciones y el entorno que se vivía en ese México de 1827.
Al botánico se tomó el tiempo para explorar el territorio montañoso al oriente del valle de México, visitando Toluca y Cuernavaca; ya que la expedición de la Comisión no comenzaría hasta principios de noviembre.
Más de la sección
Acuarela de los indígenas Carrizo por Lino Sánchez y Tapia.
Manuel Mier y Terán, 1832.
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Hacia Saltillo
Fue hasta el 10 de noviembre de 1827, que los carros estirados por bestias de la Comisión de Límites partieron de la Ciudad de México en dirección hacia el noroeste pasando por Tula, San Juan del Río, Querétaro, San Miguel de Allende, Guanajuato; siguiendo hacia el norte y noreste pasando también por San Felipe y el Jaral.
Después de varios días en San Luis Potosí, el grupo siguió en casi una línea recta hasta el pueblo de Saltillo, pasando por los pueblos mineros de Charcas y Real del Catorce. Estuvieron el año nuevo y los primeros días del año de 1828 en Saltillo.
Berlandier en sus escritos no solo formaba observación sobre la flora, fauna, geología, minerales o la posición geográfica de los puntos por donde pasaban; de la misma forma, sus escritos incluían datos sobre las fundaciones de los lugares o algunos hechos históricos relevantes de la zona. También hacía serias observaciones sobre sus habitantes, sus economías y sistemas de gobierno.
Por ejemplo, reprende el comportamiento de los jóvenes saltillenses de familias adineradas, que eran protegidos de sus crímenes por su propia parentela que los juzgaba. Mencionando que en cualesquier otro países esos jóvenes terminarían en el patíbulo.
Otro ejemplo serían las observaciones sobre el vestuario de las mujeres en las inmediaciones de Monterrey, el cuál era muy diferente al usado en el altiplano de México. En tierra caliente vestían una túnica, un vestido sin formas que terminaba hacia abajo con un dobladillo en los tobillos; en cambio en el interior utilizaban una falda larga elaborada, que se conocía como enaguas.
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En Monterrey
Los expedicionarios bajaron por la Cuesta de los Muertos, La Rinconada y Santa Catarina a Monterrey. El 7 de enero de 1828, Berlandier se encontraba en la capital de Nuevo León. En ese entonces, en Monterrey había aproximadamente 12,000 habitantes, mientras que el total de los pobladores en el Estado sumaban 83,093. La Jurisdicción de Matamoros llegaba para entonces a los 10,000 habitantes, mientras que la ciudad por sí sola no pasaba de los 7,000 individuos.
En aquel tiempo, Monterrey recibía productos extranjeros desde ese Puerto. La seguridad de la ciudad estaba a cargo de la milicia local, la cual siempre se había conducido con mesura en los levantamientos nacionales. Ya tenía por lo menos cincuenta años que los indígenas avían asaltado la capital.
Berlandier hace una descripción de los cerros que rodean la capital: la Silla, las Mitras, Santa Catarina, Topo Chico y Topo Grande. En Topo Chico, el francés exploró las aguas termales que eran visitadas diariamente por enfermos.
El propietario del lugar tenía una pileta de la cual salían burbujas de gas del fondo; poseía un tamaño de 1.82 m de ancho por 3.65 m. de largo, el manantial conservaba constantemente casi un metro de agua de profundidad. Según Berlandier, del lugar emanaba un olor a huevo podrido, indicando la presencia de sulfuro de hidrógeno. El agua provenía lentamente del acantilado calcáreo y se mantenía a una temperatura constante de 37.78° C en el manantial.
El agua potable provenía de los ojos de agua en los alrededores de la ciudad y también de pozos donde habitaban pequeños pescados. Una gran represa cerca del paseo de la ciudad contenía suficiente agua para los habitantes.
En los alrededores se cultivaba el algodón en forma próspera. La caña de azúcar era plantada casi en todos los campos de cultivo; de su jugo se preparaban los piloncillos que eran comercializados en Matamoros, Saltillo, Durango y hasta Zacatecas. Se producían hasta dos cosechas de maíz al año. En las casas de Monterrey, en los jardines se encontraban árboles de naranja, limón, guayaba, plátano, coco (sin fruto) y especialmente el aguacate.
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El viaje a Laredo
Después de 15 días en la capital de Nuevo León, el 21 de enero de 1828, la Comisión partió hacia Texas. Para entonces había llegado correspondencia del General Anastacio Bustamante (Presidente de México en varias ocasiones entre 1830 y 1841), quién venía desde San Antonio de Bexar en Texas para encontrarse con los expedicionarios en Laredo.
Pasaron a villa Salinas Victoria y se dirigieron para Boca de Leones (Villaldama). Antes de llegar a este último lugar se desviaron para la Hacienda de Mamulique, cuyo propietario vivía en Querétaro. En este lugar se sembraba algodón favorablemente con un sistema de irrigación; inclusive contaban con una despepitadora en el mismo establecimiento. Lo mejor que tenían era el gran número de rebaños que pasteaban en la Hacienda.
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Los indígenas Carrizos
En Mamulique se encontraba en la orilla de un arroyo y bajo la sombra de un bosque, una pequeña aldea con diez o doce cabañas construidas con hojas de palmas, de los indios carrizos de Laredo. Eran entre 40 y 50 familias que estaban ahí pasando un tiempo mientras llegaba la primavera para mudarse hacia el norte. Berlandier y sus compañeros, impulsados por la curiosidad, fueron a visitar la aldea, donde encontraron unos cuantos hombres y muchas mujeres y chamacos.
Los hombres habían ido a pescar con el jefe del grupo, conocido como ‘Capitán Grande’ Los indígenas les permitieron entrar a una de sus cabañas, donde encontraron fusiles, y arcos y flechas. Berlandier notó que todos hablaban en español y aunque vivían en los montes ya habían perdido su estado primitivo. La mayoría de las mujeres ya no conocían su lengua materna.
Berlandier mencionó en sus escritos que todavía se mantenían de la pesca, caza y de limosnas; cazaban por pieles para comprar el maíz que necesitaban. Algunas veces, estos indígenas se veían en la necesidad de robar animales domésticos de los vecinos para sobrevivir. El botánico notó que los indígenas no tenían ningún caballo, pero la aldea estaba atestada de perros.
Los escritos de Berlandier mencionan la apariencia física de estos indígenas y sus vestimentas; también sobre su participación en el movimiento insurgente durante la Independencia de México. En invierno, cuando los comanches se acercaban al norte de México, los carrizos se avecinaban cerca de las poblaciones o ranchos de Nuevo León o del río Bravo en Tamaulipas.
En primavera vivían en los bancos del río Sabinas, a unos 62 km al este de Lampazos. Ahí se encontraba el resto de los carrizos. Los que estaban en Mamulique todavía no se movían hacia el norte por las bajas temperaturas. Ahí, Berlandier recolectó algunas palabras del lenguaje de ese grupo.
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De Villaldama a Laredo
Entre el 23 de enero y el 2 febrero de 1828, los expedicionarios de Mier y Terán pasaron por Boca de Leones o Villaldama, el Pueblo de Tlaxcala (Bustamante), Hacienda del Carrizal y el Presidio de Lampazos, antes de arribar a Laredo.
En Villaldama encontraron la primera escolta de soldados presidiales. Los uniformes y el montaje de estos dragones eran muy diferente a cualquiera de las caballerías observadas anteriormente por Berlandier. Cada soldado cargaba un fusil, algunos también carabina (útil para cacería), sable y lanza; viajaban con más de un caballo cada uno, además eran seguidos por una manada de caballos, que servían de remuda. Cada hombre cargaba sus propios bastimentos en caso que se extraviaran en las grandes llanuras del noreste mexicano.
Los pobladores de Villaldama se dedicaban a sacar plomo de las minas y a la elaboración del mezcal, el cuál era vendido anualmente en la feria de Saltillo. La depredación de los lipán apache les imposibilitaba desarrollar la ganadería y la agricultura. El pueblo de tlascaltecas (Bustamante) estaba apegado a los cultivos por irrigación.
El grupo de exploradores examinaron minuciosamente el Cerro del Carrizal, donde se introdujeron en una caverna a explorar una red de cuevas en su interior. A principio de febrero, Berlandier y los expedicionarios cruzaron el río Bravo al Presidio de Laredo, unos a caballo y otros en botes. Para esas horas, los Generales Anastacio Bustamante y Manuel Mier y Terán se encontraban charlando en una de las cabañas.
En el próximo artículo contaremos sobre los lipán apache, comanches, el Presido de Laredo y la continuación del viaje de Berlandier hacia la frontera entre Texas y la Luisiana.