Dilema de juez: Deporta a niño o admite al padre
Byron podría regresar a Guatemala, con todos los peligros que eso conlleva
McAllen, Tx.. Había globos con agua en la fiesta de cumpleaños de Byron Xol, muchísimos. Los apretaba con las dos manos hasta que estallaban y le caía agua en el rostro y en el pecho.
Era una expresión nueva de un niño que no hablaba una palabra de inglés hacía 15 meses, cuando traficantes de personas lo metieron en una caja de madera para llevarlo de Guatemala a Estados Unidos, donde fue pillado en la frontera por agentes estadounidenses y separado de su padre.
Su padre fue deportado. Byron permaneció en Estados Unidos, encerrado con miles de menores separados de sus padres en la frontera con México por el gobierno de Donald Trump. Más de un año después de que se suspendió esa práctica, una pequeña cantidad de menores como Byron enfrentan una situación incierta, lejos de sus familias en la Ciudad de Buda,
El pequeño festejó sus nueve años en el centro de Texas, con una familia que lo recibió y le brinda cariño. Planearon la fiesta durante semanas: Una reunión en el jardín de una casa suburbana, con salchichas a la parrilla, tortas con los colores del arco iris y globos de agua.
Sus padres estaban a miles de kilómetros, en una zona boscosa llena de pandilleros de la que Byron y su padre trataron de escapar. No veían a su hijo desde hacía más de un año.
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Pero no pierden la esperanza. Un juez federal puede decidir pronto si permite que el padre regrese a Estados Unidos. Si descarta esa solicitud, Byron podría ser enviado de vuelta a Guatemala.
“Creo que iré contigo o que tu vendrás aquí”, le dijo el muchacho a su padre, David, cuando hablaron el día de su cumpleaños. “No sé qué va a pasar conmigo”.
GRACIAS A DIOS
En Guatemala, Byron siempre les preguntaba a sus padres si era el día de su cumpleaños, sin importar si era la semana del 24 de junio o faltaban varios meses.
“Le decíamos cuántos días faltaban”, contó el padre, con una sonrisa.
Cuando llegaba el día, David Xol compraba un “pastelito” para que Byron comiese con sus dos hermanos menores. Luego, entre las 10 y las 11 de la noche, la hora en que nació Byron, la familia rezaba y le daban gracias a Dios.
San Miguel el Limón está a un día de auto de la capital. El camino es angosto y sinuoso. La mayor parte de los lugareños son campesinos u obreros. El pueblo cuenta con unas 100 casas pequeñas, generalmente de madera. Hay una escuelita y varias iglesias evangélicas, santuarios de una fe propagada en Guatemala en parte por misioneros estadounidenses en la década de 1970.
La lengua madre de Byron es el q’eqchi, uno de varios dialectos mayas.
David, de 27 años, es un obrero. Junto con su esposa Florinda, de 23 años, criaron a Byron y a sus hermanos en una casita de dos habitaciones de bloques de hormigón y madera. Los padres dormían en una cama, los hermanos en otra.
Iban a la iglesia casi todos los días. David dice que predicaba la palabra del Señor, igual que su padre. Su prédica llamó la atención de pandilleros, que trataron de reclutarlo. Cuando él se negó, explicando que su fe prohíbe la violencia, amenazaron a David y a su hijo mayor, según dice.
El 4 de mayo del 2018, David y Byron partieron de San Miguel decididos a pedir asilo en Estados Unidos.
Igual que miles de guatemaltecos que se encaminaron al norte, David contrató un coyote, al que le pagó 45.000 quetzales, unos 6.000 dólares. El dinero se lo prestaron.
Cruzaron México en un camión, encerrados en una caja de madera. En medio de la noche, el coyote les dijo a ellos y a otra veintena de migrantes que cruzasen el río Bravo (Grande en Estados Unidos), que separa ambos países.
Del otro lado los esperaba la Patrulla de Fronteras.
Fueron llevados a un centro de procesamiento, un antiguo depósito donde cientos de adultos y niños son encerrados en grandes jaulas de alambre.
David fue acusado de ingresar ilegalmente al país el 19 de mayo, al día siguiente de ser detenido.
Dos días después, un agente lo escoltó a una sala y le mostró un documento que no podía leer. Si lo firmaba, le dijo el agente, podía ser deportado junto con Byron. David se negó a hacerlo.
Entró entonces otro agente. David dijo que le advirtieron que si trataba de pedir asilo, serían separados. David podía permanecer detenido hasta dos años y Byron sería dado en adopción. Su única opción era firmar el documento y ser deportados juntos.
Lo firmó, renunciando a su pedido de asilo. Sin saber que el documento autorizaba a los agentes a llevarse al niño.
Apenas firmó, dice David, Byron fue llevado a otro sitio.
Siete días después, el padre fue deportado.
David regresó a San Miguel el Limón. Florinda pegó un grito cuando lo vio llegar solo.
Meses después, contó la última charla con Byron en el centro de procesamiento.
“Si no nos volemos a ver, recuerda que soy tu papá”, le dijo al niño, según relata.
“Él me dijo, ‘está bien papá, no te preocupes. Voy a estar bien’”.
LLORABA POR SUS PADRES
Byron fue enviado a una vieja escuela primaria en las afueras de Houston que había sido transformado en un albergue para 160 menores. Operada por los Servicios Bautistas para Menores y Familias, la instalación tenía camas, zonas comunes, clases, teléfonos para llamar a familiares y abogados, y ofrecía tres comidas diarias.
Byron podía llamar todas las semanas a su casa. En las primeras semanas lloraba e imploraba a sus padres que se lo llevasen a San Miguel. A veces, furioso, se negaba a hablar con su padre.
Más de un mes después de que fue llevado a ese albergue, el 26 de junio del 2018, un juez ordenó al gobierno que suspendiese la práctica de separar familias y que reuniese a padres e hijos que habían sido separados. El juez Dana Sabraw dispuso que los niños menores de cinco años fuesen entregados a sus padres en 14 días y para los demás dio un plazo de 30 días.
Padres e hijos empezaron a reunirse en centros de detención y luego fueron liberados. Pero para cuando Sabraw emitió su orden, más de 400 padres habían sido deportados sin sus hijos, incluido David.
Los padres tenían que elegir entre pedir que los niños fuesen enviados de vuelta a los sitios de los que escaparon o dejar a sus hijos en Estados Unidos, a la espera de que algún familiar se haga cargo de ellos.
Los Xol no tienen parientes ni amigos en Estados Unidos que puedan recibir a Byron. Al no haber potenciales patrocinadores, Byron podía permanecer detenido indefinidamente.
La vida de David en Guatemala no era sencilla. Consiguió trabajo cortando árboles en una fábrica de aceite de palma a una hora de auto. Cuando no tenía trabajo, trataba de permanecer en su casa. No quería cruzarse con pandilleros.
DEUDA CON LOS COYOTES
Muchos vecinos de San Miguel se preguntaban cómo pudo haber regresado sin su hijo y se burlaban de él cuando lloraba pensando en Byron.
La deuda que había contraído para pagar a los coyotes estaba aumentando. Había subido de 6,000 a 8,000 dólares. Su sueldo mensual en la planta de aceite de palma era de unos 400 dólares. Casi todos sus ingresos se iban para pagar la deuda. Trabajaba horas extras para tener dinero para la comida. Vendió su teléfono celular.
Estaba perdiendo las esperanzas cuando conoció a Ricardo de Anda, un abogado especializado en derechos humanos que trabaja con la Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos (UCLA).
De Anda se había enterado del caso de los Xol por la prensa y fue a Guatemala para proponer algo: Que David pida ser admitido en Estados Unidos mientras Byron permanecía allí.
De Anda había ayudado a traer a otros menores a América Central para que se reuniesen con sus padres, pero él y David decidieron que Byron correría peligro en Guatemala. Pensaron que David tenía buenos argumentos para pedir asilo aduciendo persecución religiosa, recurso que los agentes de inmigración disuadieron a David de usar. Pero Byron tenía que permanecer en Estados Unidos mientras progresaba el pedido.
“Byron era la clave”, dice de anda. “Si era repatriado, no hubiera habido argumento para que regresasen” a Estados Unidos.
David estuvo de acuerdo. Byron debía quedarse.
De Anda visitó al muchacho, primero en el albergue de Houston al que fue enviado inicialmente y luego en dos de los tres albergues en los que también estuvo. Vio cómo Byron aprendía español por el contacto con otros chicos en los centros de detención. Era más fácil hablar con él de todo lo que estaba sucediendo.
Cuenta que vio cómo el muchacho se muchos niños se deprimían y se encerraban en sí mismos con el correr de los meses mientras permanecía detenido, pero que Byron “no se sentía abrumado por la experiencia. Nunca perdió la curiosidad”.
El procesamiento de la solicitud de David de que se le permita ingresar a Estados Unidos podía tomar meses. De Anda necesitaba encontrar un sitio donde Byron pudiera vivir en el ínterin.
A través de otros abogados, dio con una familia.
UNA CASA DE VERDAD
Matthew y Holly Sewell viven en una casa grande cerca de Austin, Texas. Matthew, de 49 años, es ingeniero de sistemas; Holly, de 41, cuida a sus hijos Desmond, de seis años, y Windy, de cinco.
Por los noticieros se enteraron de que había niños detenidos cuyos padres habían sido deportados. Y pensaron “¿por qué no ofrecer una vivienda real a por lo menos un muchacho?”.
“Lo hablamos y decidimos que alguien tenía que hacerlo”, relató Matthew. “Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?”.
De Anda puso a los Sewell en contacto con Byron y su familia. Luego de meses de conversaciones telefónicas, David y Florinda Xol dijeron que Byron podía vivir con los Sewell mientras progresaba el caso.
El Departamento de Salud y Servicios Humanos (DSSH), sin embargo, rechazó varios pedidos de los Sewell para patrocinar a Byron porque no eran familiares ni conocidos de la familia.
El DHHS aduce que sigue reglas pensadas para proteger a los menores. De Anda y los Sewell sostuvieron que Byron estaba siendo retenido sin razón alguna.
De Anda demandó al DHHS en febrero y en abril un juez federal dispuso que esa dependencia debía aceptar a los Sewell como patrocinadores.
Pronto los Sewell fueron informados de que Byron estaba viajando a Austin y que debían conseguir una silla de ruedas. Unas pocas semanas antes el muchacho se había roto una pierna jugando al fútbol.
Lo llevaron a su casa. Lo recibieron con un cartel sobre una cama de la habitación de huéspedes: “Bienvenido Byron”, decía el cartel en español.
Holly Sewell pidió el historial médico del muchacho y se lo mostró a la Associated Press. Refleja que una rotura del muslo de Byeron fue erróneamente considerada una fractura del tobillo en un primer momento.
Pasaron varios días antes de que el niño fuese enyesado. Y la rotura era en el cartílago de crecimiento, una zona de la pierna que todavía no se había convertido en hueso. Si no era tratada como correspondía, podía afectar su crecimiento.
BCFS, la organización sin fines de lucro que administra el alberque, dice que está convencida de que Byron recibió la atención médica apropiada.
Los Sewell lo llevaron a un pediatra especializado en lesiones de la pierna y arreglaron para que recibiera terapia física.
Según los Sewell, el gobierno asumió la postura de que los patrocinadores tienen que hacerse cargo de los costos de las personas que reciben. La familia pagó de su bolsillo los gastos hasta que la empresa de Matthew Sewell aceptó incorporar a Byron a su seguro médico.
Poco a poco, los Sewell vieron cómo Byeron empezaba a mostrar su personalidad. Su sonrisa amplia, su sentido del humor. Y su capacidad de adaptación.
Le encanta darle órdenes a Alexa, la secretaria digital que tienen en la cocina, en una mezcla de idiomas: Algo de q’eqchi, algo de español y un poco de inglés.
Al principio, dependían de la aplicación de traducciones de Google. Holly o Matthew hacían una pregunta en inglés y esperaban la traducción al español para que Byron pudiese responder.
Pronto, Byron mejoró su inglés y la mayor parte de las veces no necesitaban ayuda para comunicarse. Ya casi no necesitaban las traducciones que habían pegado por todos lados en la casa: En la puerta, el microondas, el baño.
Se divierte con Windy, la extrovertida hija menor. Y si bien a veces se pelea con Desmond, los dos se llevan bien y juegan entre ellos.