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Desenlace en la Batalla del Charco Escondido, 1870

Cronista Municipal de Reynosa

Casas antiguas de sillar de caliche alrededor de la plaza en el Charco Escondido o Congregación Garza. Foto aérea del maestro Jesús Cavazos Reyes, 2009.Desenlace en la Batalla del Charco Escondido, 1870

(Segunda parte de dos)

En las vísperas de la Batalla del Charco Escondido, el abuelo de nuestro laureado Premio Nobel Octavio Paz cuenta que el grupo rebelde tenía más o menos un plan: atacarían a los mil ochocientos soldados de infantería y caballería del General Sostenes Rocha con fuego cerrado desde los matorrales, los dragones podían flanquearlos por los espesos caminos a quemarropa. Emilio Parra, Abraham García y demás, expertos en lucha en breñales, darían una carga a machete por la retaguardia. Entre lo fantasioso y chusco, narra don Ireneo Paz que “era tan seguro el éxito que en la noche anterior lo festejamos bebiendo entre todos, una botella de Bermouth que era la única que quedaba en el mercado.”

Al mediodía del 14 de junio, después de una noche de “gorja”, el intenso calor provocó que la mayor parte de los oficiales y la tropa tomaran una siesta, abandonando la tarea de la limpieza de armas. “El sol reverberaba y hacía que el silencio profundo que reinaba por todas partes se hiciera más solemne,” describía el Lic. Ireneo Paz. El cuartel general se encontraba en las habitaciones alrededor de la placita del pequeño poblado. Después de tres cuartos de hora, él sería invitado por el General Sierra a pasar a una “casuca” que se encontraba en seguida de sus aposentos.

El ataque sorpresa

El médico militar, Ignacio Martínez, le extendía la invitación para comer una “magnífica sandia” o tomar un “riquísimo café”. Fue ahí donde recibieron desprevenidamente el ataque de las tropas juaristas. Con lujo de detalle, don Ireneo narra la escapatoria del Estado Mayor y de su captura junto con la mayoría de las tropas rebeldes. Según datos proporcionados por el General Treviño, la fuerza enemiga estaba compuesta por 600 hombres de caballería y 100 de infantería.

Don Ireneo explica: “salimos a la calle y pudimos todos los que allí estábamos ver que un trozo de caballería estaba desembocado a la plaza por las dos esquinas opuestas,” de donde él se encontraba... “me dirigí al cuartel general, despertando a mi amigo Manuel Orellana, advirtiéndole del peligro que nos amenazaba, no sin costarme algún trabajo hacerlo despertar y comprenderme… el enemigo se había detenido en el centro de la plaza sin saber a dónde dirigir el ataque.”

Era un contingente de más de 700 hombres, comandado por el Gobernador de Nuevo León, General Jerónimo Treviño y el inspector de las Colonias Militares del Norte, General Francisco Naranjo, el que sorprendió a las tropas antijuaristas de Pedro Martínez, en el Charco Escondido

Las tropas de Nuevo León viajaron por 24 horas sin parar. Éstos venían desde Los Aldamas y habían pasado por el rancho La Coma, desviándose del Sendero Nacional por campo traviesa, por donde pudieron entrar sin ser sentidos a una corta distancia del campamento de los “sediciosos,” que ni siquiera se dieron cuenta hasta que estaban encima de ellos. El altercado duró tan solo 15 minutos. Ireneo quedó atrapado con algunos de sus compañeros en una casa de familia, donde fue aprehendido. El reporte de Jerónimo Treviño menciona 13 muertos, 19 heridos, 46 oficiales y 257 soldados de tropa prisioneros. Paz redondea a los cautivos en 50 oficiales de alto rango y 300 de tropa. Entre los oficiales de alto rango se encontraban también el General Andrés Martínez y entre los fallecidos el General Sierra.

Narra don Ireneo que pudieron proteger la retirada del General en Jefe “disparando nuestras armas por instinto sin concierto alguno al frente de la plaza.” El General Pedro Martínez había escapado descalzo y a medio vestir, según Treviño, mientras que Paz refería que apenas tuvo tiempo para ponerse las botas y en “pecho de camisa” había montado en su caballo.

Con sus escoltas habían huido también los Generales Pedro Hinojosa, Jesús Toledo y el médico Ignacio Martínez; en su estrepitoso escape habían sido perseguidos hasta las orillas del río Bravo, cruzando hacia los Estados Unidos. El General Martínez se había dirigido hacia Reynosa y Camargo con aproximadamente doscientos a trescientos caballos, reportaba Treviño a sus superiores en la Ciudad de México.

Prisioneros

El Coronel Paz tenía un asistente con la orden que mantuviera listo su caballo, pero en el momento él personalmente tomó la montura, y cuando salió al corral el “pobre hombre… estaba luchando para ponerle el freno al caballo, el cual con los tiros se encabritaba y le tiraba de manotadas. Iba a reprenderle por su torpeza, cuando cayó atravesado por una bala.” Decía el Lic. que eran “más de cincuenta hombres que le estaban descargando sus armas casi a quemarropa. 

El capitán de la escolta del General Martínez agarró a Lic. Paz y lo llevó a otra casa inmediata de la corralera, donde se encontraban algunos de los rebeldes con una familia que ocupaba una pieza única; siendo los últimos en retirarse “de aquella desgraciada escaramuza.” La inocente familia rezaba, “empezó a ayudarnos a bien morir” cuando se escuchó “¡Viva el general Treviño! y ¡Viva el general Naranjo!” fue cuando se dio cuenta que Rocha no era el vencedor, pues sus tropas estaban todavía a quince leguas de distancia.

Llevándolo prisionero el jefe de la fuerza de línea, de nombre Cermeño, se le acercó el General Jerónimo Treviño montado a caballo, diciéndole con “aire zumbón: ¡Hola amiguito, ya cayó Ud.!” Dispuso se condujera al Lic. Paz a un jacalón donde se encontraban cincuenta y tantos oficiales prisioneros.

En una forma chusca, don Ireneo cuenta como fueron los prisioneros llevados en carretas al rancho el Lobito, a unos 8.5 km al poniente del Charco, y narra sobre los diferentes intentos de ser fusilado por las tropas del General Rocha.

Ahí fue llevado Ireneo para ser fusilado por el ayudante del General Rocha, conocido como Buzo, seguido por treinta cuerudos, soldados vestidos de pieles. Este era el uniforme del cuerpo élite de soldados para los breñales; vestuario fabricado en Tamaulipas desde la época de la Independencia de México. 

Buzo mando a los soldados para que Ireneo fuera atado fuertemente de los brazos y de las piernas, tirándolo de lo más rudo sobre el piso. Como si no bastaran los 800 soldados en ese campamento, Buzo dio orden a dos centinelas diciéndoles: “al primer movimiento que haga el condenado, ¡fuego!” Pero sería perdonado a través de un escrito dirigido al General de su hermandad, que era el deber como masón.

Finalmente fue llevado prisionero a una finca en la ciudad de Monterrey, de donde escapó a través de dos norias interconectadas en el fondo; los patios de estos pozos los separaban un gran muro. Don Ireneo se fugaría de la casa que servía de prisión junto con el ciudadano francés Agustín Texxié hacia la frontera de Texas.

Nuestro insigne Octavio Paz, en un artículo de la revista Vuelta, aclara el porqué de que su abuelo no haya podido ser un historiador. Decía de su antecesor Ireneo: “hasta su vejez estuvo poseído por un amor que lo separaba tanto de la acción como de esa neutralidad superior sin la cual no se puede escribir un libro de historia. Ese amor fue la literatura.” Sobre el final del movimiento antijuarista en el Charco, el Lic. Paz no incluye ninguna fecha precisa en su obra, pero sí nos hace sentir emociones con su narrativa sobre el hecho histórico de ese momento.



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Retrato  del General Francisco Naranjo de la Garza, óleo sobre tela del artista José Obregón, 1884. Colección Museo de Historia Mexicana, Monterrey.

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El General  José Jerónimo de los Dolores Treviño Leal tomó junto con Naranjo la plaza del Charco Escondido en 1870. Foto Biblioteca del Congreso, Washington.




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