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El juicio

La Red Española de Historia y Arqueología publicó, en abril del 2013, un texto de Juan Antonio Cerpa Niño, titulado La preparación para el más allá en el antiguo Egipto, que ha venido a resultar un documento harto interesante, sobre todo en las circunstancias tan terribles que padecen el país y los paisanos. Como muchas de las culturas ancestrales, los egipcios estaban ciertos de la existencia de un más allá en donde se rendían cuentas.

La Red Española de Historia y Arqueología publicó, en abril del 2013, un texto de Juan Antonio Cerpa Niño, titulado La preparación para el más allá en el antiguo Egipto, que ha venido a resultar un documento harto interesante, sobre todo en las circunstancias tan terribles que padecen el país y los paisanos. Como muchas de las culturas ancestrales, los egipcios estaban ciertos de la existencia de un más allá en donde se rendían cuentas.

“El alma de los muertos iba en busca de la divinidad. Este viaje lo hacía en barco por un río subterráneo y tenebroso, encontrando al paso horribles demonios, que intentaban despedazarla; pero el dios Thot, con cabeza de ibis, y Anubis, con cabeza de chacal, la protegían, llevándola ante una especie de jurado de cuarenta y dos dioses, presidido por el omnipotente Osiris”. Un alto tribunal que en nada se parece a las instancias de ahora.

Cuarenta y dos dioses se erigían en jurado y actuaban con estricto apego a su doble responsabilidad, cumpliendo la tarea de decidir el futuro de las almas en tránsito. Su calidad de dioses les impedía desbarrar en sus juicios; su calidad moral estaba blindada contra todo género de tentaciones, lo mismo de amagos que de cohecho, por lo que podían valorar y resolver en base a los cánones establecidos en el Libro de los Muertos.

“Aquellos jueces preguntaban al muerto se había cometido alguno de los cuarenta y dos pecados abominables para el egipcio; después, colocaban sus acciones en una balanza, y según fuesen ligeras o pesadas, el alma era absuelta o condenada”. Creían los antiguos egipcios que el universo consistía en un equilibrio perenne de fuerzas opuestas. El mal, pues, tiene su lugar indicado y es contrarrestado y mantenido en su espacio por el bien.

No existía en aquellos tiempos la terrible confusión que reina en el Anáhuac, donde el servicio público se ha convertido en la manera más efectiva y rápida de hacerse de mulas a la mala, sea con colosales fortunas guardadas en los bancos de los paraísos fiscales, sea con fastuosas mansiones que son tan lujosas como extravagante el gusto de sus dueños, siempre añorantes de la oprobiosa ostentosidad de aquel rey sol, Luis XIV.   

“Para que el difunto no se turbase en presencia de Osiris y pudiese defender su causa ante los cuarenta y dos jueces, colocaban al lado del cadáver un ejemplar de el Libro de los Muertos, en el que se indica todo lo que un alma ha de decir y hacer”. Dado que el código moral de los egipcios estaba fundamentado en la verdad, no podían las almas mentir ante los jueces, pues la mentira es el principio de todos los males que se padecen.

“En caso de condena, el alma era arrojada al infierno, un abismo donde recibía azotes y dentelladas de escorpiones y serpientes; una tempestad la hacía pedazos, y finalmente, perecía aniquilada”. Cómo hace falta una sucursal de este infierno en esta tierra tan dejado de la mano de Dios. Una sucursal en donde fueran a parar todos aquellos pillos que han preferido el dinero fácil y harto, en vez de la oportunidad de pasar a la historia. 

“Pero si sus acciones le hacían acreedora de ser absuelta, pasaba primero por una especie de purgatorio, donde tomaba la forma de un gavilán con alas doradas, había de escapar de los malos genios”. En la historia reciente de México, ¿cuántos de los dizque políticos y gobernantes podrían librar la condena de los jueces? ¿Cuántos de ellos serían gavilanes en vez de buitres? Unos buitres, eso sí, con alas doradas; pero, buitres al fin. 

“Cuando tras estas pruebas, el alma era admitida cerca de los dioses, llevaba una eterna existencia de felicidad, viviendo a la sombra de los sicomoros, el árbol más frondoso del Nilo, en un ambiente refrescado perpetuamente por las brisas del Norte, comiendo en la misma mesa que Osiris y respirando perfumes celestiales hasta la eternidad”. El texto de Cerpa Niño habla de una cultura que ha trascendido los siglos, cuyos gobiernos lograron convertirla en clásica porque condenaban el mal que empieza por una mentira.

Mentira como las que diario indignan a los mexicanos, que ya están llegando al límite.