
El tráfico de la Ciudad de México saca lo peor del ser humano. Los cumplidores padres de familia, endemoniados, asoman la cabeza por la ventanilla con el puño en alto. Las abuelas no ceden el paso. Los curas se saltan los semáforos. El de los tamales conduce su carrito en dirección contraria, evidentemente por el carril bici.