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Un sencillo consejo

Un milagro puede costar tan sólo un dólar con once centavos cuando se tiene fe.Un sencillo consejo

En la conferencia que doy a mis alumnos sobre el tema de liderazgo, les comparto 10 consejos para convertirse en sus propios líderes. Es decir, ser personas capaces de llevar ellos mismos el timón de la nave que representa su vida y no cederle ese timón a alguien o a algo más, como a veces solemos hacer.

El décimo consejo es: “nunca pierdan la fe en ustedes mismos”. Y les cuento la historia de Tess, una tierna niña de ocho años que pudo provocar un milagro gracias a su fe.

Su hermanito Andrew estaba muy enfermo y sus padres no contaban con los recursos económicos para afrontar una costosa operación que el niño necesitaba para poder salvarse.

Tess se percató de la angustia de sus padres por esta situación y escuchando a su padre decirle a su esposa que sólo un milagro podría salvar a Andrew, decidió tomar cartas en el asunto. La Navidad estaba cerca y Tess sabía que en Navidad abundan los milagros. Así que se propuso conseguir un milagro para su hermanito.

Se dirigió a su cuarto, sacó un frasco con monedas que tenía en su clóset, contó varias veces la cantidad de dinero que tenía y se escabulló por la puerta trasera para ir a una farmacia cercana a su hogar. El dueño de la farmacia se encontraba hablando con otra persona y no le prestó atención a Tess, por lo que ella sacó una moneda de su frasco y golpeó el mostrador.

“¿Qué deseas?” le preguntó el farmacéutico en un tono bastante desagradable. “¿No ves que estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago y no lo he visto en años?”

“Bueno, pues yo también quiero hablarle acerca de mi hermanito” le contestó Tess en el mismo tono que usara el hombre. “Está muy enfermo y quiero comprar un milagro. Su nombre es Andrew y tiene algo creciéndole dentro de la cabeza y mi padre dice que sólo un milagro puede salvarlo, así que ¿cuánto cuesta un milagro?”

Sorprendido por las palabras de la niña, el hombre le dijo en un tono ahora más suave: “aquí no vendemos milagros, pequeña. Lo siento, pero no te puedo ayudar”.

El hermano del farmacéutico, que había estado escuchando todo, era un hombre elegante. Se inclinó y le preguntó a la niña: “¿qué clase de milagro necesita tu hermanito?”.

“No lo se” contestó Tess a punto de llorar. “Sólo se que está bien enfermo y mi mami dice que necesita una operación, pero mi papá no puede pagarla. Así que yo quiero usar mi dinero”. “¿Cuánto dinero tienes?” le preguntó el hombre. Con una voz que casi no se entendió, la niña dijo: “un dólar con once centavos. Es todo el dinero que tengo, pero puedo conseguir más si lo necesita”.

“Pues que coincidencia”, dijo el hombre sonriendo. “Un dólar con once centavos es justo el precio de un milagro para hermanos menores”. Tomó el dinero en una mano y con la otra agarró a la niña del brazo y le dijo: “llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres. Veamos si yo tengo el milagro que necesitas”.

Ese hombre de buena apariencia era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano especialista en neurocirugía. La operación se efectuó sin cargos. El día de Navidad, Andrew estaba de regreso en casa, gozando de buena salud. Los padres de Tess hablaban felices de las circunstancias que llevaron a ese doctor hasta su puerta. “Esa cirugía fue un verdadero milagro. Me pregunto cuanto habría costado”, dijo su madre. Tess sonrió. Ella sabía exactamente cuánto costaba un milagro: un dólar con once centavos más toda la fe de una pequeña.

A veces, como les digo a mis alumnos, nos puede parecer que lo que tenemos para enfrentar la vida, nuestros atributos físicos o intelectuales, valen muy poquito. Tan poquito como un dólar con once centavos. Pero si mantenemos la fe y estamos dispuestos a dar todo lo que tenemos por muy poquito que nos parezca, les aseguro que llegará el momento en que la vida compensará esa fe y nos dará el milagro que estamos necesitando.

Así que repito, nunca pierdan la fe en ustedes mismos. Cuando sientan la tentación de compararse con otros que parecen tener más talento que ustedes, recuerden que sus talentos no son menores, simplemente son diferentes y en la medida en que estén dispuestos a jugar el juego de la vida con esas “fichas” que les tocaron, podrán comprobar la verdad y la importancia de este sencillo consejo.

Dejemos de asignar el valor de las personas en función del beneficio que nos puedan reportar. Dejemos de aferrarnos tanto a las cosas y de sufrir cuando las perdemos. Las cosas finalmente se pueden reparar o sustituir. Con las personas muchas veces eso es imposible.




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