“Paso por un momento difícil. No tengo proyecto”: Emmanuel Carrère
El célebre escritor francés recibe el Premio FIL en Lenguas Romances, en plena crisis creativa.
Emmanuel Carrère se ha mudado a la otra acera de la calle parisiense en la que lleva años viviendo, una discreta travesía que solía concentrar talleres de cristalería y porcelana, reconvertida hoy en uno de los mayores focos de gentrificación de la rive droite parisiense. A finales de los setenta, Julio Cortázar residió en el mismo edificio, donde acostumbraba hacer asados en una parrilla instalada en el balcón. Carrère tiene otro tipo de quehaceres.
El primero consiste en dejar atrás su crisis creativa. Desde que publicó ‘El reino’ en 2014, el escritor no ha logrado encontrar un nuevo proyecto de libro. Frente a esa incertidumbre, ha decidido refugiarse en su primera pasión: el periodismo.
Carrère reúne una treintena de sus escritos para la prensa francesa en ‘Conviene tener un sitio adonde ir’ (Anagrama), que contiene las crónicas que terminarían originando libros como ‘El adversario’, ‘Una novela rusa’ o ‘Limónov’.
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Además, acaba de publicar uno de sus últimos reportajes, ‘Calais’ (Nuevos Cuadernos Anagrama), donde relataba el devenir de la ciudad portuaria del norte francés, lugar de paso para miles de refugiados.
Convertido en faro de la literatura francesa contemporánea y en uno de los mayores nombres del periodismo de nuestro tiempo, Carrère recibió esta semana el Premio FIL en Lenguas Romances por su tránsito perpetuo entre ficción y no ficción, a través del que ha logrado reflejar “la manera en que la historia reciente configura la subjetividad contemporánea y el destino humano”, según el jurado.
¿Cómo reacciona cuando recibe un premio?
“No tengo nada original que decir: me hacen feliz. Es una satisfacción narcisista, igual que puede serlo recibir una buena crítica o protagonizar un éxito en las librerías. Un premio te invita a seguir adelante. No creo que dejase de escribir si no me dieran ninguno, pero es algo que te da aliento para continuar. Cuando te encuentras en un momento difícil, los premios te ayudan psicológicamente, igual que puede hacerlo la carta de un lector que ha entendido tu obra como tú quisiste concebirla. Te indica que no estás trabajando en vano”.
¿Necesita sentir que hay
alguien al otro lado?
“Cuando escribes un libro te encuentras extremadamente solo. Al establecer un contacto satisfactorio con los lectores, ya sean individuos anónimos, críticos profesionales o miembros de un jurado, logras salir de esa soledad. En realidad, uno siempre espera una respuesta. Aunque, más que ganar un premio, lo que me parece decisivo es ser publicado o no serlo. No se si yo hubiera seguido adelante en el segundo caso. Después, siempre es mejor tener 200 mil lectores que sólo un centenar. Pero incluso en el segundo caso, ya me parecen los suficientes para continuar. Lo problemático es que no haya ninguno”.
¿Ese nunca ha sido su caso?
“He tenido una progresión bastante regular, de menos a más. Ha sido una suerte, porque debutar con un gran éxito puede ser muy complicado. En ese sentido, mi carrera no ha sido difícil. Lo que no significa que no haya habido momentos muy arduos en lo que respecta a la escritura. En dos períodos distintos, me pasé siete años sin escribir y preguntándome seriamente si algún día volvería a conseguirlo. El primero fue entre ‘Una semana en la nieve’ y ‘El adversario’. El segundo, entre ‘El adversario’ y ‘Una novela rusa’. No excluyo que este sea el tercero. No tengo ningún proyecto de libro desde que escribí ‘El reino’. Lo cuento con ligereza, pero no es un momento ligero. Estoy pasando por un momento difícil”.
Sus crisis coinciden con momentos en que su literatura toma una nueva dirección. Con ‘El adversario’ abandona la ficción. Con ‘Una novela rusa’ se adentra en lo autobiográfico. ¿Se plantea tomar un nuevo rumbo?
“No lo sé. Hace dos años tal vez pensara que la forma híbrida que empecé a usar a partir de ‘El adversario’ estaba agotada. Pero ahora mismo no tengo la menor idea. No se qué viene después. Me siento angustiado, aunque algo menos que las otras dos veces. Entonces podía pasarme días tumbado en el sofá mirando el techo. Ahora no estoy inactivo: escribo guiones y reportajes. Para un escritor de no ficción, hacer un reportaje es el equivalente a escribir un cuento para un autor de ficción. El periodismo te permite salir al exterior y exponerte a lo inesperado.
¿El narcisismo es intrínseco al hecho de escribir?
“Me temo que sí. Busco ejemplos que demuestren lo contrario, pero no los encuentro. Dicho esto, me gusta la humildad de Chéjov, Perec o Sebald. Me emocionan esos autores que escriben sin levantar la voz”.
Si algún día se confirma la supuesta muerte de la novela, ¿deberemos considerarle uno de sus asesinos?
“En realidad yo escribo novelas, aunque sean novelas sin ficción. Si a partir de ‘El adversario’ evité definirlas explícitamente como tales, fue sólo por coquetería. Quise insistir en la dimensión documental de mis escritos. Pero la verdad es que mis libros recurren a todos los recursos propios de la novela. Nunca he creído ni por un segundo en la muerte de la novela. Es algo tan cambiante y elástico. Una novela puede ser tantas cosas a la vez que me parece muy difícil que alguien pueda llegar a matarla”.
También es un género difícil de definir. ¿En qué consiste, para usted, una novela?
“Sólo logro definirla en negativo. Diría que es lo opuesto a la literatura de ideas. Es el trabajo propio de un ensayista. Una novela ilustra una idea, pero siempre a partir de la narración”.
¿ómo explica su fascinación por los personajes trágicos?
“Me sirven para explorar una virtualidad de uno mismo. No me parezco a Eduard Limónov, pero puede que ese personaje responda a mi sueño infantil de convertirme en aventurero. En el caso de Jean-Claude Romand, protagonista de ‘El adversario’, no observo en mi ningún indicio que me lleve a matar a mi familia y luego suicidarme. Pero sí a mentir. No soy un caso aislado. Quiero explorar esa dimensión negra que se encuentra en cada individuo”. (EPS)