buscar noticiasbuscar noticias

Las actrices que no querían ser musas

El Museo Reina Sofía propone reconsiderar la historia del movimiento feminista en Francia atendiendo a una red de alianzas creativas que surgieron en los años 70 Y 80

Gracias a la célebre “El año pasado en Marienbad” (1961), dirigida por Alain Resnais y escrita por Alain Robbe-Grillet, la actriz francesa Delphine Seyrig quedó encasillada en la imagen de una mujer misteriosa e irreal. De poco sirvió para borrar esa aura de seductora sofisticada que dos años después, en 1963 y otra vez bajo las órdenes de Resnais, la actriz lograra la Copa Volpi del Festival de Venecia por su retrato de una viuda a cargo de un negocio de antigüedades en “Muriel. El tiempo de un retorno”, película sobre los fantasmas de la guerra de Argel.

Las actrices que no querían ser musas

La carrera oficial de Seyrig, en gran medida lastrada por el estereotipo de la divina ausente, siguió su curso en el teatro y en el cine mientras una invisible segunda carrera empezó a tomar cuerpo alejada de la primera línea de la industria y sobre todo, de la mirada masculina que la dominaba.

‘MUSAS INSUMISAS’

Ese segundo tiempo es el centro de la exposición Musas insumisas. Delphine Seyrig y los colectivos de vídeo feminista en Francia en los 70 y 80, que se inaugura el próximo miércoles en el Museo Reina Sofía, y que pone el acento en la contribución a la historia del feminismo y a la del vídeo más militante de una actriz que le plantó cara a la representación de las mujeres en la pantalla.

Comisariada por la escritora Nataša Petrešin-Bachelez y la historiadora del arte Giovanna Zapperi, la exposición explora en la historia del feminismo a través de las películas, entrevistas, documentos, fotografías y piezas de arte que surgieron de la alianza entre Seyrig y las mujeres que trabajaron a su lado. En palabras de las comisarias, “una constelación” que permite romper con la idea de que el feminismo francés se limitó al ensayo y la escritura. “La feminidad se construye en gran medida con imágenes, gestos y apariencias. Y precisamente por eso es tan importante recuperar estas imágenes que ya planteaban otra feminidad”, explican.

EL PAPEL DE LAS ACTRICES ANTE LA MIRADA MASCULINA

Seyrig empezó a utilizar una cámara a mitad de los años setenta gracias a la cineasta activista Carole Roussopoulos, que, junto con Jean-Luc Godard, fue una de las primeras personas en tener un Portapak, el sistema de vídeo que Sony diseñó a finales de los sesenta. Con su Portapak en el bolso, Seyrig empezaría a rodar una serie de piezas que pretendían replantear el papel de las actrices ante la mirada masculina. Desde el colectivo Las Musas se Divierten, que más adelante se llamaría Las Insumusas, Seyrig documentó su propia toma de conciencia. En sus palabras, el vídeo “supuso la posibilidad de hacer cine sin tener que pedir nada a nadie (…), una revelación, un placer enorme, una revancha incomparable contra el hecho de que me convocaran a las seis de la mañana para peinarme, maquillarme y rodar, de que estuviera que estar así o asá”.

Una venganza a las imposiciones de un oficio que se resume en uno de sus documentos más conocidos, Calladita estás más guapa (1976), donde un coro de mujeres reflexiona sobre su función dentro de la industria cinematográfica. La película reúne los testimonios de 24 colegas que Seyrig filmó en Francia y en Estados Unidos. Entre ellas, Jane Fonda, Maria Schneider, Marie Dubois, Juliet Berto, Anne Wiazemsky, Viva Lors y Ellen Burstyn. Voces que anticipan muchas de las reivindicaciones de movimientos como el Me Too o Time’s Up!

EN PARALELO

Movida por la misma inquietud, Seyrig empieza a colaborar y apoyar a mujeres directoras como Chantal Akerman, Marguerite Duras, Agnès Varda o Ulrike Ottinger. Además, ambiciona un proyecto: una película sobre las cartas supuestamente escritas por la exploradora Calamity Jane a su hija. Pero es en 1982 cuando creará junto a Carole Roussopoulos y Ioana Wieder el Centro Audiovisual Simone de Beauvoir, un insólito archivo audiovisual cuya misión será archivar, difundir y preservar la obra audiovisual del Movimiento de Liberación de las Mujeres y recoger las luchas civiles iniciadas la década anterior: el aborto, la guerra de Vietnam, los derechos de las prostitutas, los presos políticos, el movimiento antipsiquiátrico, las políticas raciales aplicadas a la población migrante y poscolonial de Francia o el apoyo al Movimiento de las Mujeres Negras. El archivo, cerrado en 1993, reabrió sus puertas en 2004 y atesora gran parte del material que ahora se exhibe en Madrid y que antes pasó por el Museo de Arte Moderno de Lille.

Con su Portapak en el bolso, -Delphine Seyrig empezó a replantear el papel de las actrices ante la mirada masculina

Marcada por una incapacidad casi innata para tragar con un sistema que la ninguneaba a la vez que la explotaba, Seyrig era fruto de una familia de intelectuales. Nacida en Beirut, su madre era una estudiosa de Rousseau sobrina del lingüista y semiótico Ferdinand de Saussure. Su padre, un reconocido arqueólogo, fue director general de Antigüedades en Siria y Líbano. Entre los amigos de sus padres estaban André Breton, Fernand Léger o Claude Lévi-Strauss. Casada con el pintor Jack Youngerman, su estilo como actriz era un cruce entre su formación en la escena teatral francesa y el método del Actors Studio de Lee Strasberg, en Estados Unidos. Inteligente, guapa y con talento, sin embargo el choque entre su carrera y su militancia feminista no se hizo esperar. Como recuerda Giovanna Zapperi, “se convirtió en un problema”. “Seyrig participaba en debates televisivos defendiendo el derecho al aborto cuando era ilegal en Francia, durante el rodaje de Casa de muñecas [adaptación de Joseph Losey de la obra de Ibsen] chocó frontalmente con el director y su equipo. Ella y su amiga y colega Jane Fonda intentaron contratar a una mujer guionista porque pensaban que era una adaptación profundamente misógina. Se convirtió en una actriz incómoda y los productores empezaron a vetarla. También muchos actores, como Yves Montand, que se negó a trabajar con ella”.

Hasta su muerte, con 58 años, Delphine Seyrig fue de las pocas actrices que tuvieron el coraje de hablar de los problemas de un oficio que prefiere diosas a mujeres.

imagen-cuerpo

Delphine Seyrig y Ioana Wieder, empuñando una cámara durante una manifestación en 1976.



DEJA TU COMENTARIO
PUBLICIDAD

PUBLICIDAD