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El primer asalto de Hemingway: historia de un debut literario

El escritor estadounidense se estrenó justo hace un siglo con el volumen ´Tres historias y diez poemas´, recién publicado por primera vez en español y donde asoman ya las claves de su estilo

Ernest Hemingway en 1940.Hemingway en Cuba en julio de 1940. El escritor en Kenia en 1952 con su última esposa, Mary Welsh.El primer asalto de Hemingway: historia de un debut literario

Ya lo advirtió en su libro Muerte en la tarde: "La prosa es arquitectura, no decoración de interiores, y el Barroco ya se acabó". A lo largo de cuatro décadas durante el siglo pasado, el periodista y escritor estadounidense Ernest Hemingway limpió la prosa de abstracciones e inauguró un nuevo paisaje literario donde lo sintético, el diálogo y la acción fueron ley. Fue además una celebridad que protagonizó portadas por las guerras que conoció, por sus novelas, sus accidentes, sus amores y sus premios, hasta llegar a la noticia de su suicidio el 2 de julio de 1961 en su casa de Ketchum, Idaho. Su nombre simbolizó el escritor aventurero, valiente y honesto —un camino que empezaron a dibujar Mark Twain y Jack London, y que después de Hemingway ensancharían Jack Kerouac y Hunter S. Thompson—, una identidad masculina hasta entonces inédita que Estados Unidos, flamante imperio del siglo XX, exportó al mundo.

  • Y si toda revolución tiene su embrión, el de Hemingway fue Three stories and ten poems (Tres historias y diez poemas), su primer libro, publicado cuando tenía menos de 25 años. Fue en 1923, hace un siglo, en París, en una editorial llamada Contact. Tuvo una tirada de 300 ejemplares y apenas llegaba a las setenta páginas. Ahora, la editorial Averso lo edita por primera vez en español.

"Buscamos publicar contemporáneos u obra sin editar que sea extraordinaria, lo que es como buscar oro. Pero encontramos esta joya", explica Aníbal Ayala, director de Averso. En este primer libro del que fuera premio Nobel en 1954 ya es palpable la idea de escribir sobre lo que ve, lo que conoce bien o sobre experiencias propias, transformándolas en ficción a partir de un estilo descarnado y sobrio, según Ayala. Y ya aparecen también sus temáticas principales: su querencia por la vida salvaje, los espacios abiertos y los animales, el espejismo de la juventud frente a un mundo indiferente y brutal, el alcohol y sus singulares hermandades y una violencia —subliminal o real como una explosión de dinamita— omnipresente.


"Detector de mierda"

Al primer Hemingway, el joven, el que llega a París queriendo comerse el mundo le gustaba aprender, era disciplinado y sabía mirar. "Si un escritor deja de observar está acabado", le confesó años más tarde el autor de Adiós a las armas a George Plimpton en una entrevista para The Paris Review. También tenía ojo para librarse de lo aburrido y encontrar las buenas historias. "El don más esencial para un buen escritor es tener un detector de mierda incorporado, a prueba de golpes. Ese es el radar de un escritor", le dijo a Plimpton en la misma entrevista.

Este detector se percibe en su trabajo en verso, donde no hay rastro de romanticismo y se refleja un gusto por la realidad más dura en versión minimalista: un poema del libro publicado por Averso se titula Ametralladora, otro Clima Oleoso, otro Asignación de asalto —que habla sobre soldados de la Primera Guerra Mundial que hacen su camino "gris, frío, amargo y lúgubre"—, y otro más Montparnasse, protagonizado exclusivamente por suicidas. En sus poemas "leemos un Hemingway desnudo, puro, aún inmaduro, en fase de aprendizaje", apunta Ayala. Pero no buscaba ser poeta. Para Verna Kale, editora asociada del Hemingway Letters Project, al autor de Illinois "le gustaba la poesía y la apreciaba, pero para él era más un ejercicio de escritura que algo en lo que trabajara duro o por lo que quisiera ser reconocido".

Como los poemas, las tres historias de su primer libro son de temática realista, van directas al corazón de un conflicto y están protagonizadas por personajes que merodean la tragedia (y muchas veces la encuentran). El primer cuento, titulado Allá en Michigan, contiene una violación; Fuera de temporada explica un frustrante día de pesca bañado en alcohol, y en Mi viejo un adolescente es testigo de la muerte de su padre —un jinete lleno de ilusión en sus años jóvenes— justo cuando andaba descubriendo que en realidad era un tramposo.


¿Qué dirán nuestros amigos?

Para Kale, también profesora asociada de investigación de inglés en la Universidad Estatal de Pensilvania, las primeras historias de Hemingway fueron muy innovadoras, contribuyendo a consolidar su reputación como maestro del género y ubicándolo en el mapa de los escritores importantes de la escena literaria de expatriados en París.

De hecho, las huellas del relato Allá en Michigan se pueden encontrar En París era una fiesta, su autobiografía novelada, donde explica que en un café de la plaza Saint Michel se puso a escribir un cuento ubicado en Michigan, y que como en París "el día era crudo y frío, un día así hizo en mi cuento". Controvertido ya en sus primeros pasos, el relato explica el enamoramiento de una joven por un vecino que va a cazar ciervos con unos amigos, armados con hachas, rifles y quince litros de whisky. Lo que ella piensa que es el inicio de un romance da paso a un momento de duda, negativa y miedo. Y, a pesar de las repetidas palabras de la mujer para frenar el abuso, acaba en violación. Una trama tan audaz para 1923 que algunas de las personas más cercanas a Hemingway quisieron impedir su publicación.

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Al leer la historia a su hermana Marcelline, la calificó de "sórdida y vulgar", confesándole que le preocupaba mucho lo que iban a decir sus amigos de Michigan, dando por seguro que se sentirían "humillados más allá de las palabras". Por su parte, Gertrude Stein, protectora y promotora de la obra de los escritores y pintores más vanguardistas en París, le advirtió de que el relato era como un buen cuadro que no se podía colgar "por indecente".

Pero Hemingway se mantuvo fiel a su idea de cómo debía ser su escritura, aunque eso supusiera no ser publicado en Estados Unidos. Buscaba explicar lo que realmente se siente al estar vivo y no lo que se debería sentir según las convenciones morales y sociales de su época. Quería reflejar historias vivas y para ello usaría "las palabras que los personajes emplearían en realidad", le dijo a Stein. Todo un reto para un hombre nacido aún en el siglo XIX, en tiempos victorianos, donde la rigidez de la norma y las formas lo era todo.

Una vez publicado, el todopoderoso crítico Edmund Wilson alabó el libro pero criticó la "gente grosera y primitiva" de Allá en Michigan. El cuento seguía preocupando en 1939, cuando la editorial Scribner preparaba un libro de relatos escogidos del autor de Illinois.



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