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Cuando el periodismo parece novela negra

Inmigración, estafas, homicidios... varios autores demuestran la calidad que puede alcanzar el reporterismo cuando profundiza en las noticias del día

Zona acotada por cintas de seguridad son escenas típicas de los hechos violentos.Cuando el periodismo parece novela negra

En su legendario Viaje en autobús, Josep Pla hace un encendido elogio del tedio y despotrica contra los que añoran grandes emociones, sentimiento que puede llevar a los pueblos al despeñadero. Y en gran medida responsabiliza a los periódicos que, con su inveterada pasión por las malas noticias, acaban recreando una realidad dictada por la actualidad que ahoga o desdibuja otras realidades que su minucioso y no pocas veces desternillante viaje hace aflorar: desde las becadas a los grillos pasando por el error del bachillerato general, o su injusta fama de “caprichoso”. Me atrevo a incluir la recomendación de esta entrada del clásico planiano en la colección de Letras Hispánicas de Cátedra, con los reveladores corchetes donde hizo sangre la censura, como contrapunto a cuatro libros recientes que también se preguntan por la realidad con otro estilo y, desde luego, de manera mucho más caudalosa que los periódicos.

Guillem Sánchez (Girona, 1981) salva a los Mossos gracias a la intuición y a la perseverancia de un mosso que empezó a atar cabos y acabó con la increíble trayectoria de Francisco Gómez Manzanares, uno de los más brillantes y despiadados estafadores de la reciente historia de España. Pero deja en penoso lugar la coordinación entre cuerpos policiales y tribunales, carencias dolosas que permitieron que este seductor sistemático (extraordinario fingidor en todas las distancias) siguiera haciendo daño y evadiera a la justicia tras haber sido condenado en una ocasión y penado cárcel. Con una prosa medida, sin concesiones, al servicio de una historia extraordinaria, El estafador es un ejemplo de lo lejos que puede llegar el periodismo cuando se toma el tiempo y el oficio en serio. “Vestido con su traje de piloto, apareció en el valle del río Deba sin más explicación que la que ofrece un pájaro tropical que se posa a descansar sobre el cable eléctrico que ocupan aves autóctonas y uniformes. Una especie invasora de plumas y colores dispuesta a alimentarse de un municipio industrial de Guipúzcoa de hombres y mujeres vascos que se visten por los pies y que eligen la chaqueta según cae la lluvia”. Este reportero de El Periódico resuelve aquí dilemas periodísticos y ofrece un gran libro gracias a la colaboración de mujeres estafadas emocional y materialmente, que contribuyen a un retrato y a una historia que supera a muchas novelas negras. La realidad es mejor. No hay escapatoria.

El mal funcionamiento de la justicia, y otra vez de los Mossos d’Esquadra, es en gran medida el meollo de una de las crónicas más extraordinarias que se pueden leer: Casas robadas. Como relata el propio autor, el reportero Jesús Martínez (Barcelona, 1975), el libro consta de “una narración breve, de una página, más un anexo desmesurado”. El anexo son 500 páginas. Relata casi día a día la inaudita historia de José Luis Ruiz, que “salió de su casa. Comió por ahí, en una tasca. De vuelta, antes del telediario vespertino, notó forzada la cerradura”. Llamó a la policía, los Mossos, que interrogaron a los allanadores, que argumentaron que llevaban meses viviendo allí y le dijeron al propietario: “No podemos hacer nada”. Es un hercúleo reportaje de acompañamiento e investigación de un caso que genuinamente se puede calificar de kafkiano, pero que no es único, ni mucho menos. Tras un año de litigios y pesares pudo recuperar su casa convenientemente arrasada y despojada de todo lo que se había quedado dentro cuando se le ocurrió salir a comer en su entrañable barrio barcelonés de la Barceloneta. Una casa que, tras una vida esforzada de trabajo y ahorro, había comprado a tocateja por 109.983,94 euros. Solo le pondría un pero: la decisión de no incluir los nombres de los allanadores. Otro ejemplo de admirable periodismo, que también sirve (¡y de qué manera!) para contar auténticas historias de terror contemporáneo. Y van dos sugerencias más: una novela negra, otra de terror. Con el aliciente de que no se trata de literatura de evasión, sino todo lo contrario.

Para hilvanar ambos relatos nada mejor que las revelaciones que, con la ayuda de sus más preciadas fuentes en la Policía y la Guardia Civil, la reportera de sucesos Cruz Morcillo (Castellar, Jaén, 1973) comparte en Departamento de homicidios. Una memoria de la España negra, que tiene la virtud de evitar el tremendismo, y de mostrar cómo ha evolucionado tanto la investigación del crimen como las disyuntivas éticas a las que se enfrenta un periodista que quiere ser siempre fiel a los hechos y huir del morbo y la especulación, que tanto daño han hecho a la profesión. El desarrollo de varios casos que han captado nuestra atención en los últimos años le sirve a la periodista de Abc para mostrar cómo han cambiado las técnicas policiales (el ADN como medida de todas las cosas) y el relato periodístico, pero también cómo no todo es ni puede ser tecnología, cómo el factor humano sigue siendo, en ambos oficios, clave, y qué valor tienen los silencios y cómo ha de ser el cultivo de las fuentes informativas, un toma y daca que es un hilo de sangre desde dos orillas: la de los que luchan contra el crimen, la de los que lo cuentan. Aquí también está la incompetencia que añade sufrimiento, en este caso de una afamada perita que se equivocó en el espantoso caso de José Bretón, que mató y carbonizó a sus dos hijos. Y algo en lo que no se hace el suficiente hincapié en las escuelas (desde luego no en las de Periodismo): el contacto con el dolor de los demás y con el horror y las estrías que deja en la conciencia y en la memoria. Y otra constatación: escribir del mal no cauteriza las heridas.

Carla Fibla denuncia que Mundo ha decidido “invertir más en detener y expulsar a personas migrantes que en integrarlas”.



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