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Venezuela: conflicto y disidencia interna

En el país sudamericano empieza a verse disidencia interna, lo que exhibe los síntomas de un régimen altamente descompuesto

Muchas personas piensan que yo soy “experto” en Medio Oriente. No es así. Mis áreas de especialización tienen que ver no con una zona específica del planeta, sino con cómo se generan los conflictos sociales e internacionales, cuáles son los factores que los componen, cómo es que éstos derivan en violencia, y cuáles son las posibilidades de reducirlos o resolverlos, así como de construir condiciones de paz estructural. Lamentablemente, Venezuela ha resultado un laboratorio muy propicio para estudiar lo anterior.

Sin entrar en las causas de la crisis, sólo considere usted que, en 2014, cuando las protestas masivas estallaron en el país, Venezuela decrecía a una tasa del -3.88%. En 2015 la economía se contrajo -6.22%. En 2016, la contracción se triplicó: -18%. La inflación en ese 2014 estaba en 69%; en 2015 alcanzó 181% y en 2016 cerraba hasta en 750% según algunas fuentes. En 2017, el FMI prevé una inflación de 1,133%. El índice de escasez, que mide la falta de bienes, llegaba en 2016 a 56% —casi el doble del 2014—, con una escasez en productos básicos de más de 80%. Todo eso, en un marco de inseguridad, protestas callejeras (que han venido aumentando), y saqueos de comercios o centrales de abasto.

Venezuela: conflicto y disidencia interna

Ahora bien, ante ese escenario, la única alternativa para que el conflicto violento no estalle de manera generalizada, sería el uso eficiente de la política como vía de expresión y negociación. Pero esto no ha sucedido. La ausencia de diálogo se da en el marco de falta de respeto a derechos humanos, impunidad, falta de independencia del Poder Judicial y agresiones contra periodistas (Amnistía Internacional, 2016). Maduro culpa de las circunstancias a una conspiración entre la derecha local y actores internacionales que buscan la desestabilización. Por otro lado, la oposición finalmente en 2015 ganó las elecciones legislativas con 65% de los escaños. Pero eso no ha resultado en un diálogo entre poderes para atender la emergencia, sino en un constante enfrentamiento entre el Legislativo y el Poder Ejecutivo aliado con el Poder Judicial y el poder electoral.

No debe sorprender que, bajo esas condiciones, hay un número de actores, dentro del propio partido socialista que se oponen a Maduro. Una de las caras más visibles de esta disidencia ha sido la fiscal general, Luisa Ortega. A ello, hay que añadir un elemento más. En lo que ha sido percibido por la oposición como una maniobra para perpetuarse en el poder, Maduro convocó a una asamblea constituyente para la redacción de una nueva constitución, lo que encendió aún más las protestas y el descontento, no sólo en la calle, sino también entre sus detractores de casa.

La disidencia también se ha incubado en las fuerzas de seguridad. Temiendo rebeliones, sobre todo de mandos medios, Maduro y Diosdado Cabello —un político y militar que conserva enorme poder—, se han encargado de mover piezas, arrestar oficiales, y prepararse para contener posibles insurrecciones internas. Para sellar ese panorama, el presidente se ha asegurado de hacerse del control de los “colectivos”, grupos de civiles armados, a quienes se achaca la mayor parte de la represión en las protestas.

Por tanto, lo ocurrido en la semana —los disparos de un helicóptero de la policía en contra del Ministerio del Interior—, no es sino la continuación de esa historia: un signo más de disidencia interna que exhibe los síntomas de un entorno altamente descompuesto. El país no parece estar aún en el punto de ebullición que pudiera representar un golpe de Estado, pero tampoco está demasiado lejos de ese u otros muy complicados escenarios.

Twitter: @maurimm

(Analista internacional)