Editoriales > PENSÁNDOLO BIEN

Un déjà vu malintencionado

Ofrecer un espejo honesto para que el soberano se vea de forma realista tendría que ser el papel de la crítica reflexiva, aunque la imagen no coincida con los que quieren beatificarlo o destruirlo

López Obrador, en una visita al municipio de Huauchinango (Puebla).Presidencia / Cuartoscuro

Un déjà vu malintencionado

Esta semana se difundió en redes sociales, como si fuese nuevo, un artículo que publiqué en EL PAÍS en mayo del año pasado titulado ¿López Obrador en el punto de no retorno? En él señalaba algunas actitudes que me parecían preocupantes en el comportamiento del presidente: una arrogancia intelectual y moral que, entre otras cosas, se traduce en una rencilla permanente con los que difieren con él (desde las feministas hasta los ecologistas, pasando por intelectuales, empresarios o periodistas) y una tendencia a colocarse a sí mismo en el pedestal de la historia patria.

Aunque en el texto dejaba en claro mi apoyo a sus posiciones en contra de la corrupción y a su cruzada a favor de los pobres y la justicia social, mis palabras fueron interpretadas en mayo pasado, y también ahora, como una solicitud de inscripción en las filas de los enemigos de la 4T. "Por fin recapacitaste", decía algún comentario; "bienvenido al bando de los que luchamos por desarraigar el socialismo", decía otro. Pero a diferencia de hace nueve meses, cuando se trataba de comentarios espontáneos o aislados, los de ahora parecen resultado de una campaña orquestada.

En aquella ocasión publiqué, en otro espacio, una especie de deslinde en respuesta a esta lectura descontextualizada. Hoy me permito resumir algunas de las ideas allí planteadas, en vista de la reactivación mal intencionada que esta semana se ha hecho de la columna original.

Yo voté por López Obrador y volvería a hacerlo si las opciones que me ofrecen son Ricardo Anaya del PAN o José Antonio Meade del PRI. No solo porque me parece que ambos encabezaban proyectos que bajo distintas modalidades representan "más de lo mismo", sino también porque sigo creyendo que el México de los desamparados ya no estaba en condiciones de soportar un sexenio más de marginación y desprecio. Estoy convencido de que el país estaría en peores circunstancias si no existiera un personaje como López Obrador, capaz de encausar política y democráticamente la exasperación de tantos.

Muchos de lo que a partir del texto que circula me dicen "bienvenido a la oposición" no parecen darse cuenta de que el verdadero peligro para ellos no es López Obrador sino la fuerza que lo llevó a Palacio Nacional. Los descarrilamientos de trenes, los linchamientos espontáneos contra supuestos violadores, los llamados al saqueo son salidas extremas que no solo revelan la impunidad y la ausencia de Estado de derecho, sino también la rabia y el resentimiento contra un sistema que durante décadas decidió concentrar los beneficios en el tercio superior de la población. Optar por un sexenio a favor del cambio, que dé prioridad a los pobres, no solo es un tema de conciencia social y de ética, sino también de conveniencia política para los que no deseamos un estallido social. El personaje puede ser anecdótico, ocurrente y provocador pero lo que representa es real, y existe con o sin López Obrador. Excepto que sin él, el riesgo de una explosión social está a la vista.

Ahora bien, que hayamos votado por Andrés Manuel López Obrador no nos hace cómplices incondicionales del régimen, de la misma forma que criticarlo tampoco nos convierte en opositores. Comparto las banderas que sostiene el presidente, pero eso no significa que lo crea infalible o que siempre coincida con la manera en que intenta ponerlas en movimiento. En ocasiones, incluso, me parece que exhibe actitudes con las cuales obstaculiza sus propias metas, que son las mismas de muchos que lo hemos apoyado. Que la crítica profesional señale lo que podría ser desacertado o mejorable, desde una perspectiva distinta a la que se observa desde Palacio, es útil para enriquecer la conversación pública y extender puentes entre bandos al parecer irreconciliables, empeñados en discutir a tumba abierta.

El artículo no gustó a muchos simpatizantes de López Obrador que me acusaron de darle "municiones al enemigo" o hacerle el caldo gordo a los fifís. Entenderlo así significa caer en el juego de reducir la sociedad mexicana a dos bandos condenados a vivir en eterno desencuentro. Entiendo que unos y otros puedan no estar de acuerdo con mis argumentos, pero rechazaría que simplemente se me juzgue por rehusar encasillarme en la lisonja incondicional o en la crítica destructiva.

López Obrador ha sido un líder consistente y esforzado que encauza el clamor de muchos a favor de un cambio, pero eso no lo hace ni perfecto ni infalible. El mayor riesgo para el que se encumbra es la pérdida de perspectiva, sobre todo cuando se encuentra rodeado de una corte de aduladores, como invariablemente sucede con todo soberano. Pero igual de dañino es asumir que todo cuestionamiento es un intento de derrocamiento. Se equivocan sus adversarios cuando creen que la fuerza social que exige cambios se reduce a López Obrador; eso supondría que liquidarlo políticamente les resuelve el problema sin darse cuenta del fondo social que hay detrás. Pero, paradójicamente, lo mismo sucede con muchos simpatizantes de la 4T y en ocasiones con el propio López Obrador: creer que su persona es el movimiento, con lo cual toda crítica a sus actos y palabras constituye una traición a la causa.

Desde luego que hay una crítica dedicada a descalificar y debilitar el proyecto de cambio que encabeza López Obrador. Sus razones tendrán, pero no son las mías. No hago mío sus "te lo dije". Ellos siempre han creído que el país marchaba en la dirección correcta y simplemente necesitaba ajustes y correcciones. Nunca coincidiré con eso, incluso si por alguna razón se malogra la puesta en marcha de la 4T. En tal caso, y espero que no lo sea, habrá que cuestionar los errores en la instrumentación, la pérdida de brújula, las falencias humanas. Pero no la intención.

El verdadero peligro para México, creo yo, es que fracase dramáticamente el proyecto de cambio, que no se consiga un impulso pendular para aliviar la situación de los desesperados y que el propio abismo social nos cobre la factura a todos. Ofrecer un espejo lo más honesto posible para que el soberano pueda verse de manera realista tendría que ser el papel de la crítica reflexiva, aun cuando se corra el riesgo de que la imagen no coincida con los que quieren beatificarlo o, por el contrario, destruirlo.