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Tu fantasma

Siempre que vengo a verte, tropiezo con la misma rama de flamboyán que rompe el pavimento, grosera y amenazadora. No sé por qué, pero no he logrado retener la ubicación precisa de las cosas que tienes a tu alrededor, a pesar de tantas visitas. En particular del flamboyán, que tan evidente sombra proyecta sobre tu domicilio actual.

No tengo la costumbre de festejar los días de la madre contigo, ni tampoco el rito formal de la visita anualizada que obedece a cambios en el calendario. Lo sabes bien, vengo cuando te necesito, cuando es verdaderamente preciso buscar una tercera opinión, o simplemente desguanzar la lengua para dejar fluir la carga que viene desde dentro de las entrañas, desde el fondo del corazón. Vengo cuando te recuerdo y tu presencia se convierte en una iconografía clasicista que rehúsa desaparecer del ceño de mi frente.

Tu fantasma

Sería bueno que estuvieras por aquí otra vez, mamá, y que vieras por ti misma en lo que nos hemos convertido, sí, porque nos hemos transformado, verás, y hemos mudado nuestras antiguas maneras por adaptaciones a las circunstancias que decide el destino, que deciden los demás.

Las muchachas se fueron de casa, y no volverán. Tomaron un rumbo distinto cuyo viraje escapó a mi acostumbrada perspicacia.

Papá decidió vaciar el bagaje de su vida, y cambiarnos a todos por un par de senos repletos de silicón. Intenta vivir aquello que no fue cuando tenía veintipocos y una limitante financiera importante. Según entiendo, se dejó crecer la melena y circula entre tren y tren por las vías de una Europa que nunca conoció contigo mamá. Él nunca aceptó lo del hijo de Mercedes, mi hermana, prefirió darle la vuelta engendrando uno nuevo él mismo con su secretaria de reciente adquisición.

El chiquito –el de Mercedes- anda por la vida aún sin la conciencia de que fue rechazado y descalificado por su abuelo paterno, y corre por los pasillos de la casa cuando viene con su madre esos fines de semana largos que pasan con nosotros, que son particularmente largos cuando el niño no deja de correr, ni de gritar en el cuarto contiguo a mi estudio, en donde inútilmente intento recuperar la concentración.

A mí, me dejó Julia. Se exasperó de mis palabras cultas y mi normalidad, de mi carrera de Letras y decidió vivir la aventura a su propio aire. Se fue a vivir a San Miguel, se fue con la esperanza de vivir la pasión con un pintor inglés, un escultor alemán.

Tu fantasma sigue aquí, como siempre, ocupado aparentemente en un imaginario ir y venir de la operación doméstica de nuestra morada, preparando comidas, cenas y huevos con chorizo. Parece insinuar, tu fantasma, la tan esperada pérdida súbita de peso para usar una vez más los vestidos que de joven adquiriste en Nueva York y que tantas veces mencionabas cuando andabas por aquí, en estos senderos terrenales en donde yo habito.

Parece que tu fantasma, mamá sigue igual, sin recibir aún de nadie un ajuste de cuentas que la pueda resarcir de todo lo que perdió en su vida personal, por estar siempre pendiente de todo lo de los demás, por zurcir un pantalón en la madrugada, por hacer milagros inverosímiles con el raquítico gasto que dejó papá. Por apechugar sin rencores, sin esperar nunca nada a cambio.

Tu fantasma sigue igual, deambulando por la casa, con sabiduría y tarareando una canción y, de seguir así las cosas, de no encontrar consuelo, ni pronto ni nunca se reunirá contigo aquí, con tus restos mortales en tu sepulcro, en tu domicilio permanente a donde vengo de vez en vez, sin rigores de cambios de calendario, ni días de las madres ni leches, previo tropiezo con el flamboyán. A tratar quizá, aquí y ahora, en este cementerio, decirte todas las cosas que mi impericia y falta de talento, me impidieron comunicar mientras aún gravitabas por aquí.