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La gran deuda

A los males viejos han venido a sumarse otros nuevos, quizá más atroces, de tal suerte que la calidad de vida de las mujeres ha venido en retroceso. Este Día de la Madre, quizá ya no exista la hambruna y la miseria extrema entre las mujeres de la comarca; pero, se han apoderado del entorno la violencia, la zozobra, el miedo y el abandono. Dijo Miguel de Unamuno: “Madre, llévame a la cama./ Madre, llévame a la cama,/ que no me tengo de pie”.

La solidaridad que hizo posible el tránsito del México rural al país de la modernidad y el desarrollo, ha desaparecido. En su lugar se han apoderado de la ciudades el odio, la ausencia de respeto, el abuso, la explotación. Miles de mujeres caminan por las calles lóbregas a deshoras para encontrar transporte que las lleve al trabajo en las fabricas, donde ganan salarios miserables, con la incertidumbre de poder regresar del trabajo. “Ven, hijo, Dios te bendiga/ y no te dejes caer”.

La gran deuda

En el mes de marzo, precedido por una época de activismo sin precedentes y un clamor público para poner fin a la injusticia y a la discriminación por motivos de género en todo el mundo, el 62º periodo de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas concluyó con un acuerdo firme que alerta de la obligación de empoderar y apoyar de forma urgente a las personas que más lo necesitan y que han estado marginadas durante demasiado tiempo: las mujeres, en especial las mujeres madres; pero. “No te vayas de mi lado,/ cántame el cantar aquél”.

Pero, cómo cambiar la realidad lacerante de que en la actualidad todavía viven en la pobreza 1600 millones de personas y cerca del 80 % de las que viven en condiciones de extrema pobreza residen en zonas rurales. Muchas de ellas son mujeres rurales. Siguen estando en situación de desventaja económica y social debido, en parte, a que tienen menor acceso a oportunidades y recursos económicos, una educación de calidad, servicios de salud, tierras, insumos y recursos agrícolas, infraestructuras y tecnologías, así como a servicios de justicia y de protección social. “Me lo cantaba mi madre;/ de mocita lo olvidé,/ cuando te apreté a mis pechos/ contigo lo recordé”.

Si la desigualdad, la pobreza y el hambre se han ensañado con las mujeres, especialmente las mujeres madres, todavía tienen que sufrir el calvario del desplazamiento, la migración, el rechazo, el abandono, cargando sobre sus castigados omóplatos a sus vástagos, a los que deben procurar alimento, si no hay más, de sus propias entrañas, exprimiendo hasta la última gota de sí mismas para mantener a la prole con vida y que pueda llegar a valerse por si misma. “¿Qué dice el cantar, mi madre,/ qué dice el cantar aquél?”.

Pero, con ese gran sacrificio, el calvario no termina. Aún deberán soportar el gran dolor de ver a sus hijos arrastrados por la vorágine de los tiempos, en que el hombre se ha tornado el lobo del hombre y no hay respeto para la vida humana. El perverso culto al becerro de oro no sólo arranca del ser humano los más altos valores que lo convierten en el ser superior, también lo hace presa de los mas bajas pasiones que lo vuelven al estado primitivo de atroz salvajismo. “No dice, hijo mío, reza,/ reza palabras de miel;/ reza palabras de ensueño/ que nada dicen sin él”. 

En muchos hogares habrá fiesta y música; pero, serán pocos en los que los hombres, los hijos, esos hijos engendrados y criados con tantos y tan denodados sacrificios, paguen la deuda, enorme deuda, que tienen con su madre, con las madres todas. ¿En cuántos los hijos romperán el circulo perverso que tan magistralmente pintó el genial Máximo Gorky en su libro famoso La Madre? ¿Cuántos hijos honrarán a sus madres recuperando su esencia de seres racionales? “¿Estás aquí, madre mía?/ porque no te logro ver…./ Estoy aquí, con tu sueño;/ duerme, hijo mío, con fe”.

Si el Estado, si la sociedad no paga sino acrecienta su pasivo con la mujer, con la madre, ¿Cuántos hijos saldarán la deuda?