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Toda una era

En esta fecha, desde hace dos mil años, se celebra la Navidad, esto es, el natalicio de Jesús, venido a la tierra como el mesías prometido en las sagradas escrituras. Con él, nace una nueva era. El tiempo se mide contando antes y después de Cristo a partir de su llegada al mundo en un pesebre, alojado en humilde portal en las afueras de Belén. La marca en el tiempo es muy importante; pero, más el advenimiento de la más grande de todas las revoluciones que haya conocido la humanidad: la Revolución del Amor.

Creyente o agnóstico, nadie puede negar que vive en la Era Cristiana y que, las palabras de Jesús el Cristo, tienen tanta vigencia como cuando las pronunció: Ama a tu prójimo como a ti mismo; Amaos los unos a los otros; Quien esté libre de culpa, que arroje la primera piedra; Anda y no peques más. Desde su nacimiento fue reconocido como un rey; pero, él mismo se encargó de aclarar que: “Mi reino no es de este mundo”. Su vida, sus palabras, sus acciones estuvieron siempre imbuidas de amor y de perdón.

Toda una era

En el instante mismo de espirar, el recién nacido de este día, clamó: “Padre, perdónalos por que no saben lo que hacen”. Antes, vivió como un ejemplo permanente de amor a los demás, podigando sus virtudes para que quienes quisieran seguirlo las hicieran propias. Según los textos bíblicos, sólo tuvo dos momentos de debilidad: cuando corrió a los mercaderes del templo donde habían instalado sus templetes para comerciar en un lugar sagrado y cuando dijo: “Padre, si puedes, aparte de mi este cáliz”.

Según las evidencias documentadas, el primer testimonio indirecto de que el nacimiento de Cristo fue el 25 de diciembre, la ofrece el historiador Sexto Julio Africano, considerado el padre de la cronología cristiana, en el año 221. Aunque algunos testimonios de la época decían que la festividad se celebraba por el Dies Natalis Solis Invicti del año 274 (día del nacimiento del Sol invicto), cuando se celebraba la victoria de la luz, sobre la noche más larga del año. No existe una evidencia precisa, ni se necesita.

No se requiere porque la celebración religiosa ha trascendido los ámbitos de los dogmas y doctrinas para convertirse en una tradición popular universal que tiene la misma propuesta y pretende los mismos fines: la fiesta para celebrar y avivar los más bellos sentimientos que dan nobleza a la existencia humana. Los espíritus más elevados buscan superar todos los elementos que puedan alterar los efectos por razones de credo, raza, color, sexo o cualquier otra particularidad, para alcanzar la calidad de hijos de Dios y, por lo tanto hermanos.

Al respecto, muy hermoso es el trabajo del Dr. Martin Hoffman, de la universidad de Michigan, quien asegura que: “Algo más cercano a la empatía se presenta aproximadamente al año de vida, cuando los niños tienen un sentimiento más fuerte sobre sí mismos como individuos distintos y pueden distinguir claramente a quién pertenece el llanto. Sin embargo, todavía pueden tender a confundir sus propias reacciones y consuelos con las de otra persona. Así, un niño de 13 meses que vio a un adulto triste le ofreció a éste su muñeco preferido, y otro niño de la misma edad fue corriendo a buscar a su madre para que consolara a otro niño que estaba llorando, aun cuando la madre del otro niño estaba presente”. 

Ese sentimiento innato que arraiga en los pequeños la compasión, se refuerza en los próximos años; pero, cuando se inicia la educación formal, que en los tiempos actuales refuerza el individualismo como la emoción más arraigada en las nuevas generaciones, se va perdiendo y es necesario que ocurran eventos extraordinarios para dar marcha atrás y recuperar los valores propios de la calidad de ser humano.

Por ello es importante este fecha. Puede ser el punto de partida para recuperar los sentimientos que se han ido alejando o adormilando bajo el influjo de los medios masivos que inducen al consumismo como el mejor instrumento de individualismo, paso previo al egoísmo que todo lo percude y que tanto daño hace a las relaciones de los hombres consigo mismos, con otros, con su entorno y con la divinidad. 

Fue en el concilio de Nicea (año 325), cuando se declara oficialmente que Jesús es una divinidad, ya que el padre y el hijo son el mismo, se decidió fijar el natalicio de Cristo durante el solsticio de invierno (en el hemisferio norte) o sea, el 25 de diciembre, fecha en que se festejaba el nacimiento de variadas deidades romanas y germanas. Se tomó por fecha inmutable, durante el pontificado de Liberio. En México, a las celebraciones religiosas se han agregado hermosas tradiciones que vienen desde los tienpos de La Colonia, como los nacimientos, las posadas, las piñatas, las colaciones, los aguinaldos, los brindis y los baquetes de nochebuena, en que al calor del hogar, se estrechan los lazos familiares y, ahora,en los tiempos de las comunicaciones en tiempo real, de los vínculos fraternales alrededor del planeta.

Lo que no quita un ápice de importancia a los abrazos en vivo y a todo color.

Con un gran abrazo, ¡Feliz Navidad!