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Comer, jugar y amar

Estrujante es la realidad que padece la parte más delicada de la humanidad; pero, más aterrador es el futuro de mantenerse los patrones de conducta actuales, que niegan a los niños la posibilidad de un desarrollo sano, equilibrado y afectuoso. Según los datos recabados por la Unicef, durante los primeros años de vida, y en particular desde el embarazo hasta los 3 años, los niños necesitan nutrición, protección y estimulación para que su cerebro se desarrolle correctamente. Sin ello, habrá deficiencias. 

Los estudios realizados por el Centro para el Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard, indican que en los primeros años, el cerebro de los bebés forma nuevas conexiones neuronales a una velocidad asombrosa más de 1 millón cada segundo, un ritmo que nunca más se repite. Durante el proceso de desarrollo cerebral, los genes y las experiencias que viven (buena nutrición, protección y estimulación a través de la comunicación, el juego y la atención receptiva de los cuidadores), influyen las conexiones neuronales. Esta combinación de lo innato y lo adquirido establece las bases para el futuro del niño.

Comer, jugar y amar

Según el portal de la organización, el 80 por ciento de la formación del cerebro de los bebés ocurre antes de los tres años; cuando menos el 75 por ciento de la alimentación sirve para el desarrollo del cerebro; 15 minutos de juego con los niños pequeños pueden desencadenar millones de conexiones neuronales. Desafortunadamente, no todos los niños reciben estos elementos básicos en cantidad y en calidad suficiente. Especialmente en las naciones subdesarrolladas, existen carencias reales o ficticias.

Unicef ha descubierto datos clave, como: “Las carencias nutricionales en la primera infancia causan retraso del crecimiento, que afecta a casi un cuarto de todos los niños menores de 5 años. Los riesgos asociados a la pobreza —como la desnutrición y el saneamiento deficiente— pueden causar retrasos en el desarrollo e impedir el progreso escolar. Los métodos disciplinarios violentos están generalizados en numerosos países; casi el 70% de los niños de 2 a 4 años fueron reprendidos mediante gritos o chillidos en el último mes. 300 millones de niños menores de 5 años han sufrido violencia social. En el caso de los niños de países de ingresos medianos y bajos, un desarrollo temprano deficiente puede reducir sus ingresos en la edad adulta en torno a una cuarta parte. El desarrollo deficiente del niño en la primera infancia puede acarrear pérdidas económicas para un país; en la India, esa pérdida equivale aproximadamente al doble del producto interno bruto destinado a la salud”. ¡Puff!, una realidad atroz.

La solución anunciada como: “Buenas noticias: una intervención adecuada en el momento adecuado puede reforzar el desarrollo, interrumpir ciclos intergeneracionales de desigualdad y brindar a cada niño un comienzo justo en la vida. En los bebés nacidos en situaciones de privación, las intervenciones tempranas, en el período en que su cerebro se desarrolla rápidamente, pueden invertir los daños y ayudarlos a desarrollar una mayor resiliencia. En el caso de los niños con discapacidad, consisten en garantizar su acceso a los servicios individuales, familiares y comunitarios disponibles para todos los niños, así como a programas que aborden sus necesidades específicas”. 

En la misma página Unicef expresa que: “Gracias a la existencia de datos científicos convincentes y a la labor sostenida de promoción, los Gobiernos y la sociedad están empezando a darse cuenta de que la inversión en los primeros años de vida de los niños y las niñas es esencial. En 2015, el desarrollo del niño en la primera infancia se incluyó en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con lo que se reafirmó su creciente importancia en la agenda internacional para el desarrollo. Estos progresos se basaron en iniciativas anteriores que lograron que el desarrollo en la primera infancia se incluyera en la Convención sobre los Derechos del Niño, que afirma que cada niño tiene derecho a desarrollarse “en la máxima medida posible” y reconoce “el derecho de todo niño a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social”.

La realidad lacerante ya fue denunciada por los hombres de ciencia; falta que entre los individuos como entre las naciones, haya la suficiente voluntad y el coraje necesario para revertir el daño que se hace a los niños desde la primera infancia, cuando se desarrollan con carencias alimentarias, sin juegos y sin muestras de amor, ni siquiera de sus padres. “Si cambiamos el comienzo de la historia, cambiamos la historia entera”: Raffi Cavoukian, cantante y fundador del Centre for Child Honouring de Canadá.