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Tinos y desatinos del EZLN

La simpatía de prácticamente todo el mundo se volcó a favor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, surgido del trabajo acucioso y paciente de don Samuel Ruiz en las comunidades de la selva chiapaneca. La voz cautivante del subcomandante Marcos y sus textos cargados de sorprendente encanto literario, envolvieron para regalo la idea de la liberación de los pueblos ancestralmente oprimidos y explotados por el hombre blanco y barbado.

Su mayor éxito fue haber puesto en la agenda nacional y en el interés de una buena parte de las naciones del orbe una visión dramática; pero certera, de las condiciones de vida en comunidades indígenas del sureste mexicano. Con la Declaración de la Selva Lacandona se pusieron a la par de la Revolución Cubana precisamente en el momento en que el gobierno de México abjuró de su legado revolucionario para insertarse a rajatabla en el modelo del capitalismo salvaje.

Tinos y desatinos del EZLN

Los gobiernos posteriores al régimen salinista abrieron espacios para que sus propuestas y demandas fueran oídas en todo el país; pero, no tuvieron la capacidad ni la habilidad necesarias para aprovechar esas oportunidades; mantuvieron un perfil extraño que no pudo prender en el ánimo de las mayorías a pesar de las simpatías que suscitaban en los sectores más sensible. Con un poco de licencia, podría decirse que, como los pavorreales de Agustín Lara, se aburrían de luz.

A lo largo de un cuarto de siglo, mientras el planeta se reinventaba, siguieron anclados en el discurso belicoso, sin trascender los ámbitos chiapanecos ni la reivindicación de sus demandas iniciales. Las nuevas generaciones que crecieron en los municipios autónomos no sienten que los usos y costumbres venidos desde épocas perdidas en la vorágine de los tiempos respondan a sus necesidades de ampliar sus horizontes en un mundo que, a querer o no, se ha globalizado, se ha convertido en la aldea global en que existe una intensa correlación de fuerzas distantes.

Volvieron a sí mismos durante los regímenes trágicos del becario de ingrata memoria y de Enrique Peña Nieto, dejando que avanzaran los proyectos neoliberales del capitalismo de amigos, que tanto daño causaron al país y a los paisanos. Su única intervención fue una nueva ley general y la presentación de la candidatura independiente de Marichuy, anclada en la indiferencia casi generalizada. Se alejaron de proyectos alternativos con posibilidades reales de acceder al poder.

Durante su última salida al descampado, el subcomandante Moisés (qué falta de imaginación), dijo a nombre del  Comité Clandestino Revolucionario que: “Aunque consulten a miles y millones, no nos vamos a rendir. Aunque le pidan permiso a su chingada madre, no nos van a doblegar” en un discurso absurdo con el que pretenden pintar su raya con respecto del gobierno de Morena que encabeza Andrés Manuel López Obrador, al que tachan de  “mañoso”, desconociendo su larga lucha en pro de la justicia social.

Desde el Caracol (comunidad indígena) La Realidad, en la Selva Lacandona, el 1 de enero lanzaron su ominoso mensaje de advertencia en el que afirman que están en contra de los proyectos del tren maya y del paso interoceánico en el Istmo de Tehuantepec, así como en contra del proyecto reforestador. En su discurso, las comandantas Berenice y Everilda manifestaron que no permitirán ningún proyecto que destruya la vida de la humanidad y la muerte de la madre tierra: “Estaremos enfrentando los ataques del mal gobierno con la creación de programas que nos confunden para querer acabar con nosotros”.

Arrogarse la voz y la representación de la humanidad y de la madre tierra tiene, además de mucho de soberbia, un desmedido protagonismo que no concuerda con lo que han logrado a lo largo de un cuarto de siglo en el que se les dio el beneficio de la duda y el apoyo demandado en foros nacionales e internacionales.

Antes que los zapatistas, siete colectivos de tres estados y 33 líderes ejidales se manifestaron durante el Encuentro Maya Peninsular de Resistencias en Defensa del Territorio, realizado el 13 de diciembre pasado en Dziuche, Quintana Roo, señalando que además de despojarles de sus tierras para el desarrollo de esos megaproyectos, se deforestan sus selvas, se contaminan sus cuerpos de agua, se afectan actividades productivas como la apicultura, se contaminan los alimentos, se generan problemas de salud y se les arrebatan su cultura y tradiciones.

Pues, sí; pero, ¡no! En un mundo en que las relaciones laborales son distintas, en que el trabajo presencial va de salida, en que se precisa de mayor eficiencia en la producción de bienes y servicios, en que se demanda mejor aprovechamiento de los recursos naturales para que puedan cubrir las necesidades del ser humano, en que el tiempo no corre, ¡vuela!; mantener a grupos aislados fuera de los avances que hacen la vida más larga, cómoda y productiva, es una aberración.

Los indios, los pueblos originarios tienen sus derechos; pero, eso no los sustrae del compromiso de sumarse a las causas que proponen la justicia social como piedra angular de las relaciones humanas. Reclamar derechos propios sin atender el derecho de los demás, es aberrante e inaceptable.

Si los usos y costumbres de los pueblos originarios fueran el camino, no hubieran sucumbido las colosales civilizaciones precolombinas (señaladamente la maya) que desaparecieron frente a los embates de la naturaleza.

No que la madre tierra no los quisiera, sino que no supieron aprovechar adecuadamente sus frutos, como ahora pretenden al oponerse a los proyectos de desarrollo.

Son como aquel que afirmó: “El sol no entra si no es por mi ventana”.