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Revertir la herencia maldita

Las primeras medidas que deberá implementar el nuevo gobierno para poder revertir la herencia maldita de la dupla Videgaray-Meade, es cumplir con los propósitos que ya se han enunciado de: elevar el poder de compra de los trabajadores con un aumento salarial que corresponda a su nivel productivo; que se haga realidad la austeridad tan pregonada bajando los sueldos de la alta burocracia y que el gobierno invierta mejor.

Esta fórmula tan sencilla ya la empleaba el Piporro en sus canciones, cuando pedía a los jueces que su contrincante: “se agache, sino cuándo le pego yo”. Los asalariados de este país tienen tres décadas puestos en una postura muy incómoda, mientras que los magnates les tupen bien y bonito por las dos vías a mano: salarios miserables y bienes y servicios tan caros como malos. Tiempo es de que cuando menos haya un equilibrio.

Revertir la herencia maldita

Si se echa de ver la obra de Videgaray (que ahora dice que se retirará de la política, en la que nunca estuvo), durante los primeros cuatro años de la administración que muere se elevaron desmesuradamente la deuda pública, el despilfarro y los abusos de la casta dorada, entre los que deben estar incluidos las manifestaciones de la corrupción a niveles insospechados y que siguen protegidos por quienes debieran hacer justicia. Se les hacía chico el mar para echarse un buche de agua y gastaron con irresponsabilidad.

Con Videgaray la deuda pública como proporción del PIB se situó en una posición muy cercana al 50 por ciento, luego de estar por debajo de 30 por ciento como señalara el Banco de México a principios del sexenio del becario de ingrata memoria. El argumento fallido y casi absurdo de que con el titipuchal de los dólares que venían del exterior se crearían tantos puestos de trabajo bien remunerado, tal riqueza, que otra vez el país accedería al nuevo milagro mexicano y que los perros de amararían con longaniza.

Se anunciaron obras sin precedentes, con inversiones pantagruélicas, como la del tren bala y los complejos turísticos, en los que se gastaron grandes sumas de dinero nada más en los proyectos, que jamás llegaron a cuajar en una realidad. Los que no fueron cancelados, simplemente quedaron abandonados con un alto costo para los paisanos.

Los reportes del INEGI señalan que el gasto público real, consumo de gobierno más inversión pública, ha restado un promedio de -0.1% promedio anual al crecimiento económico del país en los cinco años de este sexenio, que contrasta marcadamente con el 2.2% promedio anual de los tres previos. En otros rubros de gasto, como las pensiones y las transferencias a los estados y municipios crecen a un ritmo acelerado, dejando al gobierno federal casi sin flexibilidad para afrontar los retos de corto plazo.

Por otro lado, ¿Cómo olvidar que el gobierno de Peña Nieto prometió que cuando se implementaran todas las reformas económicas el país crecería por arriba del 5 por ciento? Cuando la realidad es que apenas se logra la mitad de ese desarrollo. Dichas reformas se ofrecieron como si fueran la gran panacea y prácticamente no se resolvió nada. Los resultados han sido insatisfactorios y por ello hay un desencanto popular.

No ha faltado quien diga que elevar los salarios de los trabajadores, implementar un plan de austeridad y racionalizar la inversión pública, puede poner en serio problema a la economía nacional y que echaría por tierra los propósitos de contener la inflación que se considera el más dañino de los impuestos que paga la población.

Sin embargo, lo que se ha visto hasta el momento, que el Banco de México, la Secretaría de Hacienda y la Secretaría de Economía se pronuncian en contra de los aumentos salariales, es que la inflación no cede, porque está determinada por otros factores a los que no se ha querido controlar, como son el abuso del sistema financiero que está en manos de instituciones extranjeras que lograr sobrevivir las crisis en sus países de origen con las pantagruélicas ganancias que obtienen en México, a ciencia y paciencia de quienes están en la obligación de regular sus operaciones y darles congruencia.

Otros fenómenos que han incidido en la incapacidad para contener la inflación es la pesada carga de los impuestos que se aplican a insumos fundamentales como son los combustibles, los alimentos procesados y otros bienes de consumo generalizado. Por donde se le vea, la gestión del aprendiz de canciller y de sus sucesor, han sido errores tan crasos que el nuevo gobierno tendrá que aplicarse para corregirlos, llamando al pan, pan y al vino, vino.

Es tiempo de que se empareje la carga para que los de abajo puedan comer todos los días y con manteca, que para los otros será nomás como quitarle un pelo a un gato de angora.