Editoriales > ANÁLISIS

Las recetas de la abuela

Los logros obtenidos por organismos internacionales, gobiernos e instituciones en materia de combate a la pobreza y acceso a la justicia social, con ser notables, no han venido a aportar una solución definitiva y en muchos casos los resultados han sido cuestionables. Las estadísticas triunfalistas que hablan de avances, se estrellan contra la realidad atroz de los millones de seres humanos que huyen del hambre y la muerte.

Proyectos, planes y programas van y vienen y la situación no mejora en la proporción de los recursos que se emplean, de los discursos, de las promesas y de las esperanzas de quienes han llegado al mundo en condiciones precarias y están condenados a vivir y morir de la misma manera. Los plazos fijado se cumplen como fechas fatídicas sin que el hambre, la angustia, el desamparo y, finalmente, la muerte vayan en retroceso.

Las recetas de la abuela

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), ocho propósitos contra la pobreza que el mundo se comprometió a alcanzar en 2015, incluidos la reducción de la pobreza, el hambre, las enfermedades, la desigualdad de género, el acceso al agua y saneamiento, sin haberse cumplido, han dado lugar, en los días que corren, a otra propuesta: los nuevos Objetivos Mundiales para el Desarrollo Sostenible anexos a la Agenda 2030.

Se observa, nuevamente, que todavía hay una inercia en la cooperación internacional de mantener procedimientos de programación y de diseño de la ayuda sin una clara orientación a la demanda. Aunque existen mecanismos de coordinación en los actores implicados, se establecen prioridades que emanan de las convicciones morales de los sistemas de cooperación, que no necesariamente atañen a las necesidades de asistencia.

Quizá por ello, el Proyecto de Nación 2018-2024 del gobierno electo recoge una nueva visión del país y presenta propuestas en materia económica, política, social y educativa que tienen por objeto generar políticas públicas que permitan romper la inercia de bajo crecimiento económico, incremento de la desigualdad social y económica y la pérdida de bienestar para las familias mexicanas; tendencias que han marcado a México en los últimos 35 años, y emprender un cambio del rumbo del país.

Dado que el problema de la violencia y la inseguridad que azota al Anáhuac es dramático, iniciar las tareas con la celebración de foros de consulta, el primero de los cuales fue el ‘Escucha Ciudad Juárez’ que tuvo lugar ayer en esa ciudad, es, demás de un nuevo estilo de hacer las cosas, un gran avance por cuanto las soluciones y acciones que habrán de tomarse coresponderán cabalmente a la percepción de la ciudadanía.

No hay mayor ejercicio democrático que el que empieza por escuchar a la gente para saber qué piensa, qué necesita y qué espera, y, a partir de ahí, implementar las tareas que los expertos consideren apropiadas. Las perlas de la sabiduría popular enseñan que nadie sabe lo que pesa el muerto mas que quien lo va cargando; que para los toros del Jaral, los caballos de allá ‘mesmo’. Prestar atención a las voces que saben lo que dicen porque lo viven en carne propia, es, sin duda, el mejor de los principios.

Quizá los fracasos de los muchos planes, proyectos y programas que se han ideado hasta la fecha para dar solución a los problemas sociales, no sea tanto por deficiencia del modelo; sino, por ser propósitos muy alejados de los anhelos de la población doliente.

El intercambiando de experiencias con los vecinos en el marco del proceso de reforma de una política pública, constituye el óptimo ejercicio democrático. Las respuestas dejarán de ser modelos transferidos, para dar peso al tratamiento de los problemas mediante el intercambio y la agregación de conocimientos y experiencias vividas, enriquecidas con las capacidades institucionales comprometidas con el interés de las personas.

Las recetas de la abuela siguen vigentes en los momentos en que ya basta de hacerle al sordo.